A las 8:45 de la mañana del 16 de octubre de 1962, McGeorge Bundy, consejero nacional de seguridad del entonces presidente John F. Kennedy, entró en la Casa Blanca con graves noticias para el presidente. Con un montón de fotografías bajo el brazo, informó al presidente que la CIA creía tener evidencia de que los soviéticos estaban construyendo bases de misiles balísticos de mediano alcance cerca de San Cristóbal, en Cuba.
Los 13 días de la crisis de los misiles con Cuba habían empezado.
Con frecuencia se dice (y no por eso es menos cierto) que la crisis actual en que nos encontramos con Rusia y sus armas nucleares rivaliza con la crisis de los misiles en Cuba. Cómo y por qué esa crisis llegó a una solución pacífica se debe a diversos factores que, creemos, tienen hoy especial relevancia. Preponderante entre ellos es la importancia de la empatía estratégica en la formulación y práctica de las relaciones exteriores.
Como ha observado el sicólogo y ex funcionario gubernamental Ralph White, “la empatía es el gran correctivo de todas las formas de percepciones erróneas que promueven la guerra. Significa sencillamente entender los pensamientos y sentimientos de los otros”. La capacidad tanto de Kennedy como de Kruschev para empatizar con la postura del otro permitió a ambos países, y al mundo, calmar la tormenta.
Durante la crisis cubana, Kennedy estaba bajo intensa presión para dar una respuesta militar, atacando los emplazamientos de misiles soviéticos o invadiendo Cuba, por parte de los jefes del Estado Mayor Conjunto; miembros del Comité Ejecutivo (ExComm) del Consejo Nacional de Seguridad (entre ellos, en especial, su propio vicepresidente, Lyndon Johnson), y de líderes del Congreso, entre ellos Richard Russell, presidente del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado. Pero, una y otra vez, para consternación de sus consejeros civiles y militares de línea dura, Kennedy se alejó del borde.
Una de las decisiones más controvertidas de Kennedy durante los 13 días de la crisis fue permitir que el buque cisterna soviético Bucarest pasara el bloqueo naval estadunidense. De acuerdo con la memoria de Robert Kennedy sobre la crisis, publicada de manera póstuma: “Contra la opinión de muchos de sus consejeros y de los militares, había decidido dar más tiempo a Kruschev. ‘No queremos empujarlo a una acción precipitada: démosle tiempo para considerar. No quiero empujarlo a un rincón del que no pueda escapar’”.
Kennedy también tuvo la prudencia de resistir una presión casi unánime del ExComm para lanzar un ataque de represalia contra los emplazamientos de misiles superficie-a-aire que se creía habían causado el derribamiento y muerte del piloto estadunidense Rudolf Anderson Jr, quien se encontraba en una misión de reconocimiento sobre Cuba el 27 de octubre.
Del mismo modo, Kruschev entendió que Kennedy estaba bajo inmensa presión de su aparato militar y de seguridad nacional para actuar. Gracias a una serie de reuniones extraoficiales entre Robert Kennedy y el embajador soviético en Estados Unidos, Anatoly Dobrynin, Kruschev estaba al tanto de las presiones sobre el presidente estadunidense.
En sus memorias, Kruschev recuerda la advertencia de Robert Kennedy al embajador soviético: “Los militares lo presionan con fuerza, insistiendo en acciones militares contra Cuba… Aun si él no desea la guerra, puede ocurrir algo irreversible contra su voluntad. Si la situación se extiende mucho más, el presidente no está seguro de que los militares no lo derroquen y tomen el poder”.
Según Sergei, hijo de Kruschev, el líder soviético dijo a su ministro del Exterior, Andrei Gromyko, que veía el mensaje extraoficial de Kennedy como un “llamado de ayuda”.
“Sí, ayuda”, dijo Kruschev a Gromyko. “Tenemos una causa común, salvar al mundo de quienes nos empujan a la guerra.”
Al final, la crisis se resolvió con un acuerdo de que Estados Unidos no invadiría Cuba a cambio de que los soviéticos retiraran los ofensivos misiles. Se tomó un acuerdo adicional, que en ese tiempo se mantuvo en secreto, de que Estados Unidos retiraría los misiles Júpiter de la OTAN emplazados en Turquía, que los líderes soviéticos veían en la misma forma en que el gobierno estadunidense veía los misiles soviéticos en Cuba. La aquiescencia soviética en mantener en secreto la última parte del acuerdo, para evitar dar la impresión de que Estados Unidos traicionaba a un aliado de la OTAN, es otro ejemplo de cómo la empatía estratégica tuvo un papel en la solución a la crisis.
Robert Kennedy señaló, en los años posteriores a la crisis, que los miembros del ExComm que participaron en las decisiones eran, desde su punto de vista, “personas brillantes y enérgicas. Teníamos quizá a los más capaces del país, y si cualquiera de esa media docena de personas hubiera sido el presidente, muy probablemente el mundo se habría hundido en una guerra catastrófica”.
En conjunto, la adopción de la empatía estratégica por Kennedy y Kruschev allanó el camino hacia la resolución pacífica de la crisis más peligrosa de la guerra fría.
Las lecciones son claras. Sin embargo, es preocupante que persista la duda de si los actuales líderes estadunidenses y rusos se inclinan a aprender de ellas.
* Directora de The Nation y columnista del Washington Post, así como vicepresidenta del Comité Estadunidense por una Avenencia EU-Rusia.
** Columnista del Asian Times en Washington y ex consejero de la Comisión Presidencial Bilateral EU-Rusia en el Departamento de Estado.