Quienes nos hemos formado en el materialismo y en el pensamiento crítico eurocéntrico tenemos serias dificultades para comprender y asumir el papel de la espiritualidad en los procesos emancipatorios. Somos profundamente dependientes de la célebre frase de Marx que mentaba la religión como “el opio de los pueblos”, y parece reconfortarnos la reducción de lo espiritual a las instituciones eclesiales hegemónicas. Sin embargo, pasar por alto la espiritualidad de los pueblos conduce a reproducir el capitalismo a través del individualismo y el consumismo.
Gracias al apoyo de un pequeño grupo de activistas de Brasil, pude conocer el territorio indígena Tenondé Porá, habitado por guaraníes mbyas en los bosques del sur de la municipalidad de Sao Paulo. En los 10 últimos años desarrollaron luchas intensas a través de la retomada de tierras ancestrales, proceso en el que recuperaron casi 16 mil hectáreas y fundaron 12 aldeas nuevas, donde antes había apenas dos.
La experiencia vivida en la aldea Kalipety, los diálogos con miembros de la comunidad, los intercambios con amigos y sobre todo el haber participado en los rituales en la “casa de reza”, me mostraron las limitaciones del pensamiento crítico en que nos formamos*. Una de esas limitaciones, vinculada a un materialismo estrecho, es la incomprensión de la espiritualidad como argamasa de las comunidades, de su vínculo con la tierra y el territorio, y como eje de sus resistencias pasadas y actuales.
Espiritualidad que no es religión ni ideología. Involucra los cuerpos y no sólo las mentes, se recrea en la cotidianidad y sostiene la vida humana y no humana. En las aldeas no existen los monocultivos, ni la concentración de los medios de producción y todo lo que se consume lo producen trabajando, buena parte de ello mediante trabajos colectivos.
A diferencia de las místicas o eventos culturales de los movimientos sociales, que durante tiempos breves acompañan movilizaciones y formaciones, para los guaraníes mbyas la espiritualidad se extiende en un “tiempo sin tiempo”, como escribió Mario Benedetti. La “casa de reza” es el centro simbólico de la vida comunitaria. Todos los días, al atardecer, la comunidad danza y canta al son de sus músicas, durante algunas horas. En ciertas ocasiones la “reza” se extiende hasta el amanecer.
No se practica la espiritualidad para obtener un fin, para conseguir algo que se pide a alguien (dioses, sacerdotes o políticos). Se reza para ser, para seguir siendo lo que se es, individual y colectivamente, para seguir siendo pueblos diferentes. El video sobre Las Abejas de Acteal, Tejiendo el territorio (https://bit.ly/3ERzNPf), abunda en este tema sin mencionarlo, por la naturalidad con la que el pueblo tsotsil y los pueblos mayas resisten y reproducen sus vidas.
Las espiritualidades de los pueblos, sus cosmovisiones y valores están estrechamente ligadas a la lucha por la autonomía. La reflexión de Francisco López Bárcenas en Autonomías y derechos indígenas en México destaca formas de movilización invisibles para el afuera, como las que “realizan al interior de sí mismos”. En esas prácticas recurren a sus guías espirituales con el objetivo de “restablecer la armonía entre los hombres de este tiempo y los del pasado, así como entre la sociedad y sus dioses”.
En sus lugares sagrados realizan ofrendas y se comprometen a “recomponer sus relaciones con sus antepasados, sus deidades y la naturaleza”. La reflexión concluye enlazando espiritualidad y autonomía: “Como muchos no las ven o viéndolas no las entienden, piensan que los pueblos no se movilizan, cuando en realidad son las movilizaciones más significativas para los pueblos, porque a partir de ellas construyen su autonomía”.
Considerar la espiritualidad como sostén de la autonomía, implica superar el materialismo estrecho, para adoptar una mirada más amplia. En el pensamiento occidental la clave de la comunidad es la tierra colectiva, entendida como un medio de producción y no un espacio integral de vida. Por lo que pude sentir, y por lo que se constata allí donde los pueblos resisten (una vez más recuerdo a las cuatro familias de Nuevo San Gregorio), la espiritualidad es un aspecto central que complementa y sustenta la posesión colectiva de las tierras.
Las resistencias de los pueblos se ordenan en torno a sus propias cosmovisiones y espiritualidades. No parecen preocupados ni en ideologías ni en programas, como sucede con el pensamiento crítico eurocéntrico.
Falta todavía comprender la espiritualidad como núcleo de una ética de la vida que cuestiona nuestros modos de vivir, en particular el individualismo; una ética que sostiene a quienes resisten el capitalismo, a los que no se venden, ni claudican, ni se rinden
* Mis reflexiones están entrelazadas con las de varias personas: Tato Iglesias, de la Red Trashumante en Argentina; Silvia Beatriz Adoue, docente en la Escuela Florestán Fernandes, del MST, y los antropólogos Lucas Keese, Alana Moraes y Salvador Schavelzon.