Leipzig. Los aplausos al final de las funciones no se hicieron esperar. Fueron el reconocimiento al trabajo de los jóvenes realizadores mexicanos que participan en el Festival de Cine Documental y de Animación DOK Leipzig en Alemania.
Desaparición de pesca artesanal y extrema contaminación del mar. Hombres de sal, cortometraje de siete minutos de Luis Armando Sosa Gil (1990), participa en la sección de trabajos internacionales. Ha sido seleccionado en otros certámenes, desde Canadá hasta Nueva Zelanda. Además del apoyo de instituciones y autoridades mexicanas, contó con otros, como la Sociedad National Geographic, organización mundial que promueve la conservación del medio ambiente y el patrimonio histórico.
Se trata de la historia de Cristóbal, un pescador del puerto de Lázaro Cárdenas, quien regresa de Estados Unidos a su pequeña comunidad para apoyar a sus padres, del mismo oficio. El cineasta revela cómo la pesca industrial sin freno está llevando a familias a desaparecer, con las consecuencias económicas y sociales que esto implica. “Las comunidades se protegen a ellas y al mar. Hay problemas de corrupción, y algunas voces que se levantan son silenciadas”. Hombres de sal alerta también sobre la falta de escrúpulos de algunas empresas que vierten sus desechos al agua. Las escenas del fondo del mar con Cristobal recolectando basura son conmovedoras. Su testimonio de que padece de una enfermedad degenerativa es utilizado hábilmente como metáfora de unión entre el hombre y el estado actual del mar en esa región.
Por otro lado, la realizadora Mariana Flores Villalba (1991) trae a Leipzig La frontera invisible historia en la que el espectador es testigo de la existencia de una base naval mexicana que desde 1957 está a 700 kilometros de la costa de Colima, la Isla Socorro, resguardada por soldados. La presencia de éstos es remplazada alrededor de cada seis semanas, lo que los convierte en una especie de huéspedes que al mismo tiempo se encuentran prisioneros por el difícil acceso.
En charla con este medio, la realizadora comenta su largo, tal vez larguísimo, camino para obtener los permisos para realizar su trabajo. Aunque ha desarrollado una exitosa trayectoria en cortometrajes, La frontera invisible es su ópera prima.
Sobre la belleza de la flora y fauna de la isla comenta: “Trabajé con tres fotógrafos muy talentosos, amigos míos con quienes me entiendo muy bien y con los que estudié: Luis Montalvo, José Estefan y Claudia Becerril”.
Los soldados son retratados haciendo ejercicios obligatorios en el sistema militar, dando mantenimiento a sus armas, compartiendo juegos de mesa, celebrando el cumpleaños de alguien o cantando, reposando en una hamaca o conversando. De acuerdo con la realizadora, estos hombres hacen diversas actividades para el sustento de sus familias.
“Fuimos recibidos con amabilidad, aunque algunos militares se negaron a estar detrás de la cámara, lo cual entiendo. En general, el recibimiento fue cordial, aunque el último viaje fue más difícil; todavía no se cómo me permitieron filmar. Ofrecimos unos talleres de escritura creativa para así ganarnos su confianza”, comentó.
La narración de los soldados gira alrededor de la cotidianidad de la violencia en tierra y la reflexión sobre los motivos que los llevaron a decidirse a quedarse del lado de la justicia y no con el crimen organizado.
La pesca a manos limpias y cómo proceden a destripar a los animales aún vivos o a cortarles la cabeza es, de alguna forma, expresión de la violencia interna que muy probablemente caracteriza o subyace en miembros de las fuerzas armadas.
Los testimonios de los soldados no podrían ser más impactantes por el contraste que imprime la atmósfera de absoluta tranquilidad de la isla Socorro.