Pues sí, la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, hizo frente ayer al discurso de odio –que no se puede explicar más que por el despecho– que una mujer y un hombre, mal llamados senadora y senador, profirieron en contra del titular de las fuerzas armadas, el general Luis Cresencio Sandoval, secretario de Defensa Nacional.
De pie, juntos y sin enmendar terreno, la funcionaria vio venir a los bravos y les hizo la faena. Son tan predecibles, parecía decir, que los capoteaba de cabeza a rabo y con el desdén les hizo doblar las manos. Tal vez por respeto al recinto –aunque muchos ya le quitaron lo respetable–, las tribunas no se llenaron de pañuelos blancos exigiendo las orejas, el rabo y hasta las patas de los que embistieron sin suerte.
Y es que en la suerte suprema, la de matar, Rodríguez tocó pelo con una estocada limpia, hasta la empuñadura, mortal de necesidad. Habló del cinismo de los que trocaron el discurso político por el insulto barriobajero y les mostró, con papeles en mano, cómo un día suplican apoyo militar y al otro maldicen a las fuerzas armadas.
Todos en el lugar sabían y tenían la certeza de la embestida, aunque muchos confesaron que esperaban algo menos burdo, pero los despechados estaban rebosantes de vulgaridad. Tanta que hubo quien se sintiera avergonzado o avergonzada por el comportamiento de sus compañeros de bancada.
Los opositores no estaban enojados, era el odio el que marcaba sus palabras. Todos recordaban también que una y otro protagonistas, en su momento, acompañaron con toda hipocresía a la Cuarta Transformación y a Morena para asegurar la chamba que ahora tienen y luego defeccionaron cargados de rencor, despechados por el fracaso de sus intentos por torcer alguna parte del proyecto de gobierno.
Pero lo importante, lo que trataron de bloquear, era lo que se pretende hacer con las fuerzas armadas en las calles: la construcción de la paz, la posibilidad de reconstruir un tejido social hecho hilachos que se necesita sano en un sociedad que requiere de un proyecto que la libere de las cargas de corrupción, cuando menos, que se heredaron del pasado reciente.
En fin, lo que no querían aceptar es que ahí, en la tribuna principal del Senado de la República, una mujer flanqueada por los principales mandos de las fuerzas armadas, una civil, les insistiera en que en nuestro país gobiernan los civiles y nada más.
Rosa Icela Rodríguez salió casi en hombros, pero el Senado quedó herido, muy lastimado, y eso no se restaña con facilidad. Cuidado, eso sí es peligroso.
De pasadita
Ayer se dio una muy interesante caminata entre la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, y el empresario Carlos Slim. No hay mucho qué decir. A fin de cuentas nada trascendió de aquel encuentro, pero por eso mismo hay mucho por especular.
Son tiempos políticos y esas “inocentes” caminatas sólo se dan cuando hay algo qué decir, cuando el río suena. No es cosa menor que el millonario se acerque a una política, en este caso, y permita que se hagan fotos que no terminarán en el álbum de la familia.
Son tiempos políticos y esa instantánea es un discurso. Así, por más que se quiera interpretar de otro modo, el paseo hace pensar que Slim ha tomado una decisión, siempre y cuando mañana no acompañe a Marcelo Ebrard a otro recorrido ni se le vea ir y venir por la Alameda con Adán Augusto.
No hay que olvidar que son tiempos políticos y todo sigue igual, todo se vale.