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Cultura

2022-10-19 06:00

Que el cine sirva para la educación

Difundir producciones cinematográficas nacionales en las localidades más marginadas es el propósito de un proyecto impulsado por un grupo de cineastas, entre ellos Jorge Fons, fallecido en septiembre a los 83 años, y a quien se le dedicó la primera función en una escuela rural en Cuetzalan, Puebla.
Difundir producciones cinematográficas nacionales en las localidades más marginadas es el propósito de un proyecto impulsado por un grupo de cineastas, entre ellos Jorge Fons, fallecido en septiembre a los 83 años, y a quien se le dedicó la primera función en una escuela rural en Cuetzalan, Puebla. Foto cortesía Conafe
Periódico La Jornada
miércoles 19 de octubre de 2022 , p. 4a

Cuetzalan, Pue., La vereda que sube hasta la escuela de la comunidad de Pochoco Tacuapan, región Cuetzalan, está adornada en sus costados con flores chamaqui, como le llaman en esos rumbos al platanillo o heliconia. Camisa recién lavada, huaraches nuevos y sombrero ranchero, ahí va Orlando, seis años, bilingüe, tercero de primaria, caminando desde el pueblo vecino de Limonco, con su mamá y Arely, la hermanita. Una lona anuncia en la entrada del plantel: “¡Gran función de cine!” Hito histórico.

Seis de los 10 alumnos de la primaria multigrado de la escuela rural de la red del Consejo Nacional de Fomento a la Educación (Conafe) ya esperan impacientes en la primera fila, aunque falta más de una hora para que empiece la película anunciada, Corazón de mezquite. Los de la secundaria intentan disimular el entusiasmo y se colocan en segunda fila. Hay 120 sillas. Ninguna quedará vacía. Pochoco tiene 230 habitantes, según el último censo. Ninguno había asistido antes a una sala de cine.

A la izquierda de la gran pantalla sonríe, desde una gran foto blanco y negro, Jorge Fons, el cineasta que soñó con llevar la buena cinematografía mexicana, latinoamericana y del mundo hasta “la orilla de la orilla”.

Este sábado 15 de octubre, tres semanas después de su fallecimiento, su sueño empezó a materializarse con este evento prepiloto.

Mientras los niños discuten cuál es su programa favorito en la televisión –Bob Esponja gana por consenso entre los chicos, los grandes prefieren algunas de terror–, la actriz Dolores Heredia y los cineastas Alberto Cortés y Jorge Sánchez, que en otras décadas ya habían incursionado en las lides de llevar el séptimo arte al pueblo relegado, se afanan en los preparativos con el equipo de proyeccionistas, las sillas, todos los detalles.

Entre tanto, el director de Conafe, Gonzalo Cámara Cervera, la gran batuta detrás de este sistema educativo que abarca todos los rincones que ni la Secretaría de Educación Pública alcanza a cubrir, recibe junto con su comitiva los collares de flores que les brindan las mujeres, maestras y madres de familia, todas nawat masehual, variante del náhuatl. Su entramado de planteles comunitarios, con cerca de 30 mil poblados con menos de 250 habitantes, será en principio la red de apoyo del proyecto.

Cámara Cervera, educador y filósofo, inaugura el ciclo. Declara: “Que el cine sea parte del trabajo de Conafe; que las historias que cuentan estos grandes educadores, que son la gente que hace cine, sirvan para la educación, para la formación, para que la comunidad florezca”.

Y con estas palabras, se apagan las luces y se enciende la pantalla. Primero, un corto de Charlie Chaplin. Un hit. En el tercer segundo estallan las carcajadas sorprendidas de niños y adultos que no paran hasta el fin. Eventualmente, un par de perros flacos se trenzan a mordidas en pleno escenario, pero eso es parte de lo cotidiano. Lo inusual, lo prodigioso, está proyectado en luces y sombras. Ver cine por primera vez.

Una derrota y tres mosqueteros

Fons, miembro emérito de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC), había propuesto a la asamblea de esa comunidad de cineastas laureados la realización de este proyecto los primeros meses del año. La idea sufrió un descalabro mayúsculo. “Casi todos votaron en contra. Sólo siete estuvimos de acuerdo. Y tres seguimos con la talacha, convencidos de que el cine es una necesidad básica para todos y que hay que llevarlo hasta donde a nadie se le ha ocurrido llegar”, recuerda Dolores Heredia (dos Arieles como mejor actriz, ex presidenta de la Academia, intérprete de teatro y cine).

Fons no quiso darse por vencido. Jorge Sánchez Sosa, productor de una docena de las mejores películas mexicanas de las últimas décadas, creador de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y ex director del Instituto Mexicano de Cinematografía; Alberto Cortés, director de Ciudad de Ciegos y Corazón del Tiempo, etnólogo y cineasta, y Dolores Heredia tomaron la estafeta y lograron una audiencia con el presidente Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional, en mayo, para llevarle una carta del viejo director, para entonces ya muy enfermo. (Fons, el autor del cine de la ruptura, Rojo Amanecer, Los Albañiles, El Callejón de los Milagros, moriría cuatro meses después).

En esa misiva, planteaba al presidente que, como consecuencia de la actual tendencia neoliberal en la industria cinematográfica, el consumo del séptimo arte es casi puro Hollywood en salas dentro de los malls, con la mercadotecnia como único criterio.

“El cine es cultura y nuestros compatriotas del cerro, de los poblados, de las rancherías, de los barrios, tienen el derecho a esa cultura”, le decía el cineasta al Presidente y metía un dedo en la llaga al señalar cómo esas enormes franjas de población pobre, pero sobre todo rural e indígena, nunca en sus vidas han visto cine. Y probablemente jamás lo verán.

Ahí empezó a concretarse el sueño de “cine para el pueblo”, que el sábado pasado, en Pochoco, en una pequeña escuela de Conafe con no más de 15 alumnos, empezó a tomar forma. “Creemos –decía Fons– que con estas salas populares podemos resolver este problema de dos caras: mexicanos que no ven cine y películas mexicanas que no son vistas”.

Como era previsible, en Palacio Nacional López Obrardor quedó encantado con la idea. Y como también se esperaba, respondió: “No hay dinero”. Pero tuvo otra idea. Pidió que lo comunicaran con el director de Conafe, su viejo amigo y paisano Gonzalo Cámara, artífice de la educación comunitaria. De aquel telefonazo surgió esta alianza.

Habrá, según el diseño hasta ahora, pilotos del proyecto en cinco estados (Puebla, Yucatán, Hidalgo, Colima, Sonora) con tres comunidades cada uno.

El presupuesto todavía está en veremos, en principio saldrá del Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado, pero el andamiaje descansará principalmente en la contribución de las comunidades donde Conafe ha logrado durante décadas arraigar y generar una fuerte participación colectiva, en especial con las asociaciones de padres de familia.

Material para soñar

“Se edificará el sueño con lo que se tenga a la mano”, coinciden los tres. En algunos será cine móvil, en espacios de la comunidad y con proyeccionistas que llegarán regularmente; en otros, se establecerá una programación estable en locales comunitarios como auditorios de usos múltiples, galpones, canchas. Y en otros más, se construirán salas (“modestas pero dignas, agradables”). El arquitecto Mauricio Rocha ya está apalabrado para integrarse a la aventura.

Siempre, sostienen los tres mosqueteros, en cada una de las funciones se asegurarán proyecciones de buena calidad técnica (las nuevas tecnologías han hecho accesibles los costos para lograrlo) y se cuidará la programación: realizaciones de cineastas jóvenes, muchos indígenas, cine independiente con propuesta, óperas primas, distintos géneros, historias donde la gente de a pie pueda reconocerse.

Sánchez Sosa y Cortés ya son viejos militantes de ese ideal. A principios de los 70, Jorge Sánchez se lanzó a la aventura del Cineclub Trashumante de la Universidad de Veracruz, para llevar este arte a los pequeños pueblos de su estado natal. En Coatepec y Buenavista todavía recuerdan, 40 años después, los éxitos de Reed, México Insurgente, de Paul Leduc, y Una familia de tantas, de Alejandro Galindo.

Veinte años después, Alberto Cortés, atraído como muchos a la experiencia del levantamiento zapatista en Chiapas, se quedó durante tres años llevando películas a esos rincones del sureste. Después vino Corazón del Tiempo (2008), un filme donde los actores y protagonistas son jóvenes zapatistas de la nueva generación que desafían el viejo orden, como la muchacha que se niega a ser entregada a un matrimonio arreglado a cambio de una vaca. La experiencia dejó regadas semillas en muchos lados, en Chiapas y más allá.

Hoy son varios los títulos de cine indígena y campesino hecho por realizadoras y realizadores jóvenes que, por su calidad, ya son reconocidos en festivales y circuitos internacionales. Un ejemplo de ello es Flor de Mezquite, de Ana Laura Calderón, que narra la historia de Lucía, una niña en una comunidad yoreme de Sonora que desafía los prejuicios de su pueblo para poder tocar el arpa en las fiestas rituales.

Se prenden las luces y se apaga la pantalla. Los niños se miran entre sí. “Me cayó bien Lucía”, dice Gladys, sexto año, la mandona, identificada con la chiquilla yoreme de Sonora que quiere –y consigue– tocar el arpa. Los demás, por mucho, prefieren a Chaplin.

–¿Y que les gustó mas, Bob Esponja o esto?

–¡Esto! gritan al unísono.

Pasan de las 10 de la noche. Afuera hay un concierto de grillos. Las familias se internan caminando por las veredas entre los cañaverales, los maizales y los tramos de bosque, con sus helechos arbóreos y encinos cubiertos por una neblina ligera. Hay material para soñar.

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