Ciudad de México. La escritura de un libro debe acometerse “con una magnanimidad, un alma grande; con una osadía, ya el talento te dirá si lo lograste o no”, sostuvo David Toscana, quien concuerda con los antiguos griegos en el postulado “tienes que escribir para la posteridad”.
En entrevista con La Jornada en torno a su más reciente novela, El peso de vivir en la tierra, el narrador menciona que se debe encarar la escritura “como si de veras fuera algo más importante que contar la historia de un policía que cree resolver un caso. Eso me parece un poco banal.
“Cuando encuentras estos clásicos que tienen una carga humana, espiritual y artística; de belleza, lo sublime y lo terrible, hay demasiadas cosas que se pueden conjugar en ciertas novelas, hay que tratar de acceder a esto.”
Recordó que los rusos hablaban del alma grande, o alma rusa, y los griegos usaron antes la primera expresión. “Lo que tenían los escritores era que se sentían como de alma grande, profetas; que su oficio no era contar historias sino transmitir el sentir de Rusia, propiciar cambios en las estructuras, liberar a los siervos, emancipar a las mujeres y educar al pueblo. Por eso salieron tan buenos libros, porque los asumieron como algo grande”.
Llamó a no confundir “el flujo comercial de los libros –que nos deja dos meses en librerías–, con lo que tiene que ser el alma del escritor. Ni modo de escribir con la conciencia de estar ese par de meses nada más, pues entonces escribo algo facilón y le pongo más escenas de sexo, critico a ciertos personajes famosos y vámonos, que venga otro”.
Toscana (Monterrey, 1961) explicó que El peso de vivir en la tierra es quijotesca, pero con un personaje que como los de la literatura rusa hace el camino inverso: “No hacia el héroe, sino a la degradación”, para “ver hasta qué punto es posible convertir la propia vida en una obra de arte.
“Al estilo de Alonso Quijano, el protagonista cambia de nombre, se quiere llamar Nicolái Nikoláievich Pseldónimov y a partir de ahí comienza su aventura quijotesca”, explicó el novelista a La Jornada sobre su texto, editado por Alfaguara.
Se preguntó: “Si tu vida trata de acercarse a los clásicos de la literatura rusa, ¿hasta qué punto eso enaltece tu vida y te vuelve una obra de arte? No lo quiero proponer como una idea razonable, pero el personaje quiere acceder a esto”.
Añadió que Nicolái Nikoláievich “quiere ser alcohólico, enfermarse de tuberculosis o ser asesino. Si tiene un sueño elevado, como el de ir al espacio, es sólo para marcar el contraste de los sueños del hombre mediocre, siempre sobre lo que podría ser o lo que pudo hacer, pero son cosas que están fuera de su alcance”.
Destacó que le gustaría que su novela “fuera un anzuelo para que quien no conoce la literatura rusa se interese”, además de que la compuso “con los rusos porque me gustan mucho y dan mucha oportunidad de jugar con sus personajes emblemáticos, como los antiheroes y el hombre pequeño. Parte de la crítica es que ya no me van a dar el premio Nobel por lo que digo de la Academia Sueca”.
En relación con la polémica creada por el conflicto en Ucrania y la proscripción de artistas rusos, Toscana afirmó que “la guerra se tiene que pelear en otro escenario y no en el de escritores que ya están muertos. ¿A quién vas a cancelar?, ¿a Dostoievski? Como si no nos diéramos cuenta de que todos estos escritores que quieren cancelar atravesaron su propia vida para lograr la libertad, la dignidad del ser humano. Eran estos héroes que luchaban contra el autoritarismo”.
Hizo hincapié en que “esto tiene que ver con cancelar la cultura en general. Empiezas a notar que lo que estorba es la cultura y no necesariamente una u otra. Asusta a mucha gente y entonces la cancelan. Hay un empuje para sentirse más cómodo cuando uno es ignorante”.
El Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores dijo que 1971, el año en que se sitúa su novela, es “un momento político muy diferente. Había mucho amor por el comunismo. Estábamos todos enamorados de Cuba. En México estaba la guerrilla, los movimientos estudiantiles, ocurrió una matanza y seguía el eco de la del 68.
“En ese bullicio político, que a mi personaje no le importa porque le interesa vivir la literatura de otro modo, no con momentos políticos, sino como un clásico; tanto así que él no llega a asimilar, a encariñarse con la política rusa o soviética. Él ve a los escritores que siempre estuvieron luchando contra un poder y siempre estuvieron perseguidos por él. Para Nikolái, el alma rusa está en esos escritores, quienes serían sus hermanos.”
Relató que sabía muy poco cuando comenzó a escribir su texto, como que “este hombre estaba casado y que la mujer iba a seguir su cuento. Un día, él le cambia el nombre, le dice que se va a llamar Marfa Petrovna, y ahí ya entramos en el juego”.
Lo mismo ocurre, continúo Toscana, “a los demás personajes: los va bautizando, que no es una justificación lógica, pero sí dentro del argumento de la novela donde el lector va aceptando la sinrazón. Ese simple bautizo, en el que a la mamá de Lenochka la llaman Prascovia; al borracho, Guerásim; al prestamista, Griboyédov, es la entrada para que comiencen a jugar todos el mismo juego.
“Me gusta mucho rescatar los juegos de niños. No se andan con problemas: ‘tú eres esto y tú eres lo otro’. Me parece muy sano que no tengamos que ser actores de teatro para tomar otros roles, de pronto hay que tomarlos, disfrutar ser otras personas y el mayor atajo que tenemos para esto es la literatura; aun de adultos tenemos la capacidad de jugar distintos roles en la cabeza.”