Esta semana marca el 20 aniversario del voto en el Congreso de Estados Unidos que autorizó la guerra contra Irak, en la que, según algunos cálculos, murieron entre 800 mil y 1.3 millones de personas. En la siguiente entrevista exclusiva para Truthout, Noam Chomsky comparte sus ideas sobre las causas y ramificaciones de este espantoso crimen contra la humanidad.
Chomsky es profesor emérito de los departamentos de lingüística y filosofía del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), profesor galardonado de lingüística y presidente del programa Agnese Haury de Justicia Ambiental y Social en la Universidad de Arizona. Es uno de los académicos más citados a escala mundial y un intelectual al que millones consideran un tesoro nacional e internacional. Chomsky ha publicado más de 150 libros sobre lingüística, pensamiento político y social, economía política, estudios de medios, política internacional estadunidense y asuntos internacionales. Sus más recientes obras son Los secretos de las palabras (con Andrea Moro, MIT Press, 2022); La Retirada: Irak, Libia, Afganistán y la fragilidad del poder de EU (con Vijay Prashad, The New Press, 2022) y El precipicio: neoliberalismo, la pandemia y la urgente necesidad por el cambio social (con C. J. Polychroniuou, Haymarket Books, 2021).
–Noam, hace 20 años el Congreso de Estados Unidos autorizó la invasión a Irak a pesar de una masiva oposición. Varios de los principales senadores demócratas votaron a favor de autorizar la guerra, incluido Joe Biden. Para propósitos históricos y para el futuro, ¿cuáles fueron las causas y ramificaciones de la guerra con Irak?
–Existen diferentes tipos de apoyo que van del directo al tácito. Este último incluye a quienes creen que fue un error, pero nada más grave que un “desatino táctico”, como lo caracterizó en retrospectiva Barack Obama. Hubo generales nazis que se opusieron a decisiones de Hitler por considerarlas desatinos tácticos. Y muchos de los generales rusos que dijeron que la invasión a Afganistán era un error.
En la cúpula, baja la oposición a la guerra
Si alguna vez alcanzamos los estándares que exigimos de otros, reconoceríamos que hubo muy poca oposición de principio por parte de la cúpula, incluido el gobierno y la clase política, a la guerra contra Irak. Lo mismo ocurrió en el caso de la guerra de Vietnam y otros crímenes graves.
Hubo, desde luego, fuerte oposición popular. Mi propia experiencia en el MIT fue muy característica: Los estudiantes exigieron que suspendiéramos clases para que pudieran participar en enormes protestas públicas antes de que la guerra se lanzara oficialmente –algo que era nuevo en la historia del imperialismo–; hubo mítines en una iglesia del centro de la ciudad para discutir el inminente crimen y lo que éste presagiaba.
Mucho de esto ocurría a escala mundial; tanto así que Donald Rums-feld (entonces secretario de Defensa) salió con su famosa distinción entre la vieja y la nueva Europa. La vieja Europa estaba formada por democracias tradicionales, anticuadas y anacrónicas a las que nosotros, los estadunidenses, podíamos hacer a un lado, porque estaban enfrascadas en conceptos aburridos como el derecho internacional, la defensa de la soberanía y otras tonterías obsoletas.
En la nueva Europa, en cambio, estaban los buenos: algunos ex satélites rusos que eran remolcados hacia Washington. Hubo una democracia occidental, España, donde el presidente (José María) Aznar siguió a Washington e ignoró a 100 por ciento de la opinión pública de su país. Su recompensa fue ser invitado a acompañar a Bush (el presidente estadunidense George W.) y a Blair (el primer ministro británico Tony), cuando anunciaron la invasión.
Sería interesante ver si Bush y Blair son entrevistados con motivo de esta auspiciosa ocasión. Bush sí atendió a la prensa en el vigésimo aniversario de su invasión a Afganistán, otro acto de agresión criminal, que recibió el abrumador rechazo de la opinión pública internacional, contrario a lo que muchos afirmaron, como lo hemos discutido.
Sus declaraciones aparecieron en The Washington Post, en la sección de Estilo, donde se le mostró como un abuelo adorable y un poco bobo, conviviendo con sus nietos y mostrando los retratos que ha pintado de la gente famosa a la conoció.
Hubo un motivo oficial para la invasión estadunidense-británica a Irak. “La única pregunta”, como se le llamó en la cúpula: ¿Está Irak dispuesto a destruir sus programas de producción de armas nucleares?
“La única pregunta”
Inspectores internacionales cuestionaron si dichos programas existían y pidieron más tiempo para investigar, pero fueron ignorados. Estados Unidos y su lacayo, Reino Unido, buscaban sangre. Pocos meses más tarde, la “única pregunta” obtuvo una respuesta errónea. Recordemos aquella divertida actuación que hizo Bush, buscando bajo la mesa y diciendo: “No, ahí no están… quizá en el clóset”, etcétera. Hilarante. Causó carcajadas… pero no en las calles de Bagdad.
La respuesta errónea requería un cambio de rumbo. Repentinamente se descubrió que la razón de la invasión no fue “la única pregunta”, sino nuestro ferviente deseo de llevar las bendiciones de la democracia a Irak.
Había algo de apoyo en Irak. Una encuesta de Gallup encontró que algunos iraquíes también lo creyeron: uno por ciento opinaron que el objetivo de la invasión fue llevar democracia a Irak, 5 por ciento opinaron que fue un intento de “ayudar al pueblo iraquí”. El resto afirmó que el objetivo de Estados Unidos era tomar el control de los recursos iraquíes y reorganizar la región de Medio Oriente de acuerdo con intereses de Estados Unidos e Israel.
Bush exige lo evidente
Para noviembre de 2007, cuando Washington buscó un acuerdo para el estatuto de las fuerzas, la administración Bush se sinceró y admitió lo evidente: exigió acceso privilegiado para las compañías occidentales de energéticos a los yacimientos iraquíes de combustible fósil y el derecho de establecer bases militares estadunidenses en el territorio de la nación invadida. Las demandas fueron avaladas por Bush en una declaración en enero siguiente, misma que rechazó el Parlamento iraquí.
Las ramificaciones de la invasión fueron múltiples. Irak ha quedado devastado. El que de muchas maneras fue el país más avanzado del mundo árabe es una ruina miserable. La invasión incitó el conflicto étnico entre chiítas y sunitas, que antes no existía, y que no sólo ha destrozado al país sino a toda la región. El Estado Islámico (EI) emergió de esas ruinas hasta casi tomar control de todo Irak, cuando el ejército, armado y entrenado por Estados Unidos, huyó en cuanto vio a yihadistas blandiendo rifles, a bordo de camiones. Cuerpos de seguridad apoyados por milicias iraníes a duras penas pudieron impedirles que tomaran Bagdad… y así otras muchas cosas.
Pero nada de esto es un problema para el adorable y bobo abuelo, o las clases educadas de Estados Unidos que lo admiran como un estadista serio y lo contratan para que dé conferencias sobre temas de política internacional.
–En 2003, la invasión a Irak fue un acto tan criminal como la invasión de Rusia a Ucrania, pero la reacción de parte de la comunidad occidental fue muy diferente. Nadie impuso sanciones contra Estados Unidos ni congeló los bienes de sus oligarcas, ni se exigió que fuera suspendido del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. ¿Qué nos puedes comentar al respecto?
–En realidad, no se necesita un comentario. El peor crimen desde la Segunda Guerra Mundial fue la prolongada beligerancia estadunidense contra Indochina. No se propuso ninguna censura contra Estados Unidos. Al interior de Naciones Unidas se entendía que si se atrevían a siquiera discutir estos horrendos crímenes, Washington simplemente desmantelaría a la institución por ofenderle. Occidente, con toda razón, condena las anexiones de Putin y llama a castigar a esta rencarnación de Hitler, pero no se atreve a pronunciar la más tímida protesta cuando Estados Unidos autoriza a Israel a anexionarse ilegalmente la meseta de Golán, ni le dice nada a Marruecos por apropiarse del Sahara Occidental. La lista es larga. Las razones son claras.
Impunidad internacional
Cuando las reglas operativas del orden mundial son violadas, la reacción es rápida. Esto se ilustra claramente cuando la Corte Internacional de Justicia condenó al Estado Sagrado (Estados Unidos) de “terrorismo” internacional (con el término legal de “uso ilegal de la fuerza”) en 1986 y le ordenó detener sus crímenes y pagar una suma sustancial en reparaciones a la víctima (Nicaragua). Washington respondió incrementando los crímenes. La prensa minimizó el juicio y lo consideró inválido porque la corte era un “foro hostil” (de acuerdo con The New York Times) y usó el fallo contra Estados Unidos como prueba de ello.
Todo este episodio ha sido borrado, para todo efecto, de la historia, incluido el hecho de que Estados Unidos es el único Estado que ha rechazado una decisión de la Corte Internacional de Justicia, con total impunidad, por supuesto.
Actualmente, Estados Unidos ni siquiera intenta disimular su desprecio por el derecho internacional; excepto cuando puede usarlo como arma contra sus enemigos. Es entonces cuando lo replantea como “el orden internacional basado en reglas” para sustituir el arcaico orden internacional sustentado en la ONU.
–¿Qué hubiera pasado si el Congreso se hubiese negado a respaldar el plan de la administración Bush de invadir a Irak?
–Un republicano votó contra la resolución sobre la guerra (Lincoln D. Chafee). Los demócratas estaban divididos (29 contra 21). Si el Congreso se hubiera negado a seguirle la corriente, la administración Bush hubiera tenido que encontrar otros medios para alcanzar los objetivos que Cheney-Rumsfeld-Wolfowitz y otros halcones habían dejado claros.
Recordemos que los dos distinguidos diplomáticos internacionales, quienes después administraron el programa (de sanciones) de Clinton (por conducto de la ONU), renunciaron en protesta y condenaron su intención “genocida”.
Uno de ellos, Hans von Sponeck, escribió un libro extremadamente esclarecedor, titulado A different kind of war (Una forma distinta de guerra), en el que detalla minuciosamente cada impacto. No hubo necesidad de censurar lo que es probablemente la parte más importante del libro sobre la forma en que se construyó la invasión criminal y de cómo Estados Unidos usa el arma de las sanciones en general: la conformidad silenciosa fue suficiente.
Es bueno recordar que no hay límite para el cinismo si el conformismo y la obediencia son lo que prevalece.
* Pu blicado originalmente en Truthout
Traducción: Gabriela Fonseca
Versión completa en La Jornada on-line: https://bit.ly/3T7VS0i