Mucho se han debatido y criticado las políticas para la gestión monetaria seguidas por el Banco de la Reserva Federal (Fed, por sus siglas en inglés) a partir de la profunda crisis financiera global de 2007-08. En este asunto, es central la figura de Ben Bernanke, que presidió el Consejo de la Fed de 2006 a 2014. Ahora ha sido incluso distinguido con el Premio Nobel en Economía.
El premio ha desatado, inusualmente, una fuerte polémica. Ésta se basa en el cuestionamiento de lo apropiado que resulta destacar a estas alturas, después de las graves experiencias de fragilidad financiera en lo que va de este siglo, el fundamento de muy arraigadas teorías económicas con respecto al dinero, el crédito, la liquidez del sistema financiero, la fijación de las tasas de interés y de los tipos de cambio y, de modo notable, la inestabilidad de los mercados.
Entre los comentarios más duros provocados por el Nobel de este año sobresale el que afirma que se trata de un descaro el celebrar una de las partes más débiles del pensamiento económico moderno, a saber, la enorme limitación para entender el proceso de inestabilidad macrofinanciera del capitalismo actual. Con esto, se sostiene, que se justifica de alguna manera la resistencia de la teoría convencional para absorber el análisis de otros economistas e instituciones que profundizan en la relevancia clave que tienen las finanzas (Adam Tooze).
Otro caso es el que señala que el premio aparece como una celebración retrospectiva del auge de lo que se denomina como “boomermacro”, en referencia a la teorización de esta área de la economía hecha por la generación de los nacidos en el periodo de la segunda posguerra. Así, en la década de 1980 se habría demostrado que las corridas bancarias realmente ocurren y que las finanzas pueden ser relevantes para la macroeconomía. Aquí se incluiría también a los otros dos receptores del Nobel los profesores Diamond y Dybvig (Wolfgang Munchau).
De modo más coloquial, Nissim Taleb, autor de Cisne Negro, publicado en 2007, afirmó rudamente con respecto a Bernanke que: “Hay que ir a lo básico; él no vio los riesgos en el sistema antes; ¿por qué lo siguen oyendo cuando habla sobre qué hacer?”
Esto encapsula de alguna manera las críticas cada vez más extendidas sobre la gestión de la Fed desde 2007 hasta hoy. Nada de esto es simple, por supuesto, involucra concepciones teóricas, cuestiones técnicas y arreglos institucionales relacionados con el dinero, el crédito, la regulación, el papel de los bancos y otras instituciones financieras que han ido surgiendo en medio de la larga inestabilidad reinante. Involucra también las concepciones teóricas sobre la disciplina de la macroeconomía y, no menos relevante, las posturas políticas en medio de una crisis de gran envergadura.
Se trata esencialmente de lo que puede llamarse la “plomería” del sistema financiero, es decir, el complejo circuito de transacciones y de agentes que componen los distintos canales en que se mueve el dinero y se provee de liquidez a la economía. Ese es el asunto clave, la plomería reacciona ante los cambios en la gestión monetaria, esencialmente cuando las tasas de interés afectan a la dotación de liquidez para hacer transacciones, fijar precios y cantidades y asignar recursos. Éstos, en efecto, habrían de ir primordialmente a la actividad productiva y con las menores fugas hacia la especulación. Ese es el meollo del asunto: la producción.
La noción de plomería tiene que ver con la manera en que se concibe la economía mundial. Se trata de trascender la vieja idea que se basa en relaciones entre naciones, concebidas como islas y, en cambio, apreciarla como ya se está haciendo, como un flujo global de fondos centrados en los grandes bancos de Estados Unidos e interconectados con los bancos y las más grandes corporaciones de otras zonas del mundo, principalmente la Unión Europea, Gran Bretaña, Japón. La cuestión es, pues, la de una concentrada red basada en el dólar y conformando una densa matriz de flujos financieros.
El asunto es el uso privilegiado de la fijación de la tasa de interés, principalmente de los bonos del Tesoro de Estados Unidos que constituyen la principal referencia en los mercados. En los pasados 15 años estas han adquirido una predominancia en el diseño y la aplicación de las políticas económicas en todas partes.
La crisis de 2007 se enfrentó inyectando una enorme liquidez mediante la compra de títulos que redujeron sensiblemente las tasas. Esta medida se prolongó en exceso hasta que apenas en marzo de este año las tasas comenzaron a subir de un nivel de 0.25 por ciento llegando ahora a 3.25 y con expectativas de que siga al alza. El movimiento ha provocado una sacudida en la provisión de liquidez y la gestación de una etapa recesiva en la economía.
El escenario actual tiene, pues, diversas aristas; a las antes señaladas se añaden las amplias repercusiones del covid-19 y de la guerra en Europa. El descalce de las cuentas financieras que prevalece hoy ha quebrantado los mercados de dinero y de capitales. El movimiento de las paridades de las monedas con respecto al dólar afecta a casi todas las economías. La cuestión política, teórica y empíricamente relevante es el papel dominante del dólar.