Lo leí por primera vez en un artículo en El País. Fue comentado de pasada por Pawel Zerka, académico polaco. Por ahora no ha tenido demasiado recorrido teórico, aunque creo que lo tendrá.
El término me resultó atractivo por ingenioso y sugerente. La idea de democracia Spotify hace referencia a dos características: una, estamos asistiendo a una creciente y variada oferta electoral y, dos, se cambia de voto tan de prisa como de canción. Es decir, democracias altamente fragmentadas por la cantidad de alternativas e intensamente efímeras por la velocidad con que migra el voto de un lugar a otro.
Ambos rasgos, como no podría ser de otra manera, están correlacionados. Todo tiene que ver con todo.
Los cambios societales influyen en la política, y muy específicamente en el plano electoral. Cada transformación de época deja huella. La revolución tecnológica, las redes sociales, la globalización cultural, la balcanización laboral, las desigualdades económicas y muchos otros factores inciden en las fidelidades y antipatías partidarias, y, en consecuencia, en cómo y a quién votar.
La discusión sobre pros y contras de esta suerte de democracia Spotify, por ahora, se viene aplicando a la política europea, pero deberíamos comenzar a revisarlo en clave latinoamericana. Hasta el momento no es un hecho consolidado, pero sí se perciben algunos atisbos. Por ejemplo, en Chile y Perú, la fragmentación partidaria se advierte nítidamente tanto en elecciones legislativas como en presidenciales. Ocurre más moderadamente en Colombia, México, Paraguay y Ecuador. Los votos están cada vez más repartidos.
En Argentina, podemos observar estos primeros pasos, aún incipientes, hacia esta democracia Spotify. Cada vez hay mayor variedad partidaria. Más espacios políticos diferenciados entre sí, con sus propias candidaturas y liderazgos, con fuerza suficiente para tener voz y voto en cada discusión, sea en el terreno legislativo o a la hora de la disputa presidencial.
Hay un dato de las últimas elecciones legislativas (2021) que no deberíamos soslayar: el porcentaje de votos concentrado en los dos grandes bloques fue el más bajo desde la llegada de la democracia.
La última encuesta Celag para Argentina (presencial, 2 mil casos y en todo el país) también encuentra indicios en esa dirección. El abanico es amplio, y podríamos diferenciar los siguientes espacios: kirchnerismo (27-33 por ciento), peronismo no kirchnerista (6-10 por ciento), el trotskismo (3-5 por ciento), la ultraderecha denominada libertaria (10-15 por ciento), el radicalismo (7-12 por ciento) y la derecha aglutinada en Juntos por el Cambio (25-30 por ciento) que, a su vez, presenta una gama de tonos en su interior según sea liderado por Macri, Bullrich o Larreta.
A ese mapa habría que sumar otros dos potenciales, que podrían consolidarse más temprano que tarde. Por un lado, aquellas iniciativas ancladas en lo local como respuesta al fuerte centralismo porteño, que busquen tener representatividad autónoma en el Congreso y, por qué no, que quieran competir a escala presidencial para luego tener capacidad de negociación de cara a una posible segunda vuelta. Y, por otro lado, la propuesta ambiental, que aun en Argentina no posee unas siglas electorales propias, pero que seguramente está a punto de nacer como réplica a tantos conflictos relacionados con la naturaleza (humedales, litio, incendios, deforestación).
Por ahora, esta creciente heterogeneidad se viene “ordenando con pinzas” mediante “frentes” que agrupan a las diferentes alternativas. Sin embargo, no podemos obviar la cantidad de posiciones que existen en el seno de los dos grandes bloques. Ni tampoco sabemos si esta fórmula de “frentes” perdurará en el tiempo. Quizás sí, pero arrastrando un fuerte grado de dificultad e inestabilidad.
Porque los “frentes” son alianzas entre identidades divergentes entre sí, cuyas posiciones distintas no son siempre fáciles de administrar ni armonizar.
A partir de esta hipótesis (de creciente fragmentación), se abriría un escenario caracterizado por lo siguiente: en elecciones legislativas, cada facción acudiría por afuera del frente, y en presidenciales cabrían dos posibilidades. La primera es que vayan en coalición desde el momento inicial, en primera vuelta. Y la segunda es que las alianzas se configuren recién en la instancia de segunda vuelta. (Esta decisión seguramente estará condicionada a la realización de primarias previas.)
Veremos qué ocurre en próximas elecciones en Argentina. Es imposible estimarlo hoy. Aunque sí hay algo cierto: el fenómeno la democracia Spotify estará sobrevolando.
*Doctor en economía, director del Celag