Corre abril de 2011, y cerca del colosal Altare della Patria, en honor de Vittorio Emanuelle II, primer rey de “Italia unificada” (1861), saboreo un exprés en el Antico Caffe Castellino. El rutilante pastel de mármol blanco enceguece. Fascismo innato, pienso. Pero en mi folleto de turismo dice que el altare fue erigido en 1911, y Benito Mussolini apareció 10 años después.
De repente, en la calle, una columna de alegres manifestantes entonando Bella ciao, la épica canción de los partisanos antifascistas. “¡Despedida del cavalliere, el Julio César de los medios!”, exclama el mesero en alusión al primer ministro Silvio Berlusconi.
Hiperbólicos, los italianos viven en un país hermoso, con la gastronomía más exquisita del mundo, y un poquito de historia: entre Tarquinio “el soberbio” y Federico Fellini, 2 mil 500 años de “derecho romano”, mil 500 de catolicismo, 500 de cultura renacentista y… mejor, no sigo. Una partisana monumental se interpuso entre mi café y el monumental Altare della Patria.
Regreso al presente. A finales de septiembre, 26 por ciento de los italianos votaron por el ultraderechista Fratelli d’ Italia, partido liderado por Giorgia Meloni, antifeminista rabiosa. Sumando los votos de Fuerza Italia (Berlusconi) y Liga del Norte (Matteo Salvini), la patria de Maquiavelo queda en manos de una inquietante mayoría parlamentaria (42 por ciento). ¿Cómo se llegó a este desenlace?
Regreso al pasado. A finales de la Segunda Guerra Mundial, en la Asamblea Constituyente de junio de 1946, los partidos antifascistas se pronuncian en favor de “la república”. El democristiano (PDC) presenta un programa de reformas estructurales idéntico al de socialistas y comunistas.
La táctica electoral da resultado. El PDC consigue 35.2 por ciento de la votación, seguido de socialistas (PS, 20.8) y comunistas (PC, 18.9). Alcide de Gasperi (ex bibliotecario del Vaticano y fundador del PDC) es nombrado jefe de gobierno. El PC queda a cargo de los ministerios de Finanzas y de Tesoro, y Palmiro Togliatti (gran escamoteador del legado de Antonio Gramsci) ocupa el de Justicia.
Las clases dirigentes y grandes latifundistas se quejan. En mayo de 1947 (año de creación de la Agencia Central de Inteligencia), De Gasperi recibe una invitación de Washington, donde le explicarán que la “guerra caliente” contra el nazifascismo ha terminado. A su regreso, despide a todos los ministros comunistas.
En tanto, el Vaticano mete la cuchara. En un artículo de 2013, el subcomandante Marcos, recuerda: “En 1948, el Papa Pío XII declaró que cualquier italiano católico que apoyara a los candidatos comunistas en las elecciones parlamentarias de ese año, sería excomulgado, e instó a la Acción Católica a apoyar al PDC”. Agrega: “el 23 de junio de 1949, Pío XII excomulgó a todos los comunistas italianos y sus simpatizantes, como años después lo hizo con Juan Perón. Pero se negó a hacer lo mismo con Benito Mussolini y con Adolfo Hitler…” (Rebelión, 23/6/13).
1950/1960. Años del “Estado social”, con gobiernos democristianos progresistas. Vía Plan Marshall, reconstrucción y colonización económica estadunidense. Notable creatividad en arte, cultura, pensamiento. Entre otros grandes directores de cine, los filmes de Pier Paolo Pasolini (poeta, comunista, católico) estremecen a la sociedad. La única novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (El gatopardo, 1957), describe el clima de época, extrapolado a las luchas por la unificación de mediados del siglo XIX: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”.
1970/1980. Los nostálgicos del fascismo (Movimiento Social Italiano, MSI), se convierten en la cuarta fuerza política del país. En Trento, surgen las Brigadas Rojas (BR). Con la oposición de Washington y Moscú, el jefe de gobierno Aldo Moro (democristiano), sella el compromesso storico con el “eurocomunista” Enrico Berlingher (1975).
Un agente estadunidense enviado por Henry Kissinger, advierte a Moro: “Debe abandonar su política de colaboración con todas las fuerzas políticas… o lo pagará más caro que el chileno Salvador Allende. Nosotros jamás perdonamos” (Sergio Zavoli, La notte della Republica Roma, Ed. Nuova Eri).
Tres años después, las BR secuestran a Moro. Su cadáver fue encontrado en la cajuela de un automóvil estacionado, simbólicamente, entre las oficinas de la DC y el PC (Via Caetani, Roma, 9 de mayo de 1978). El gobierno democristiano de Giulio Andreotti (fratello de la mafia), se lava las manos.
En Inglaterra y Estados Unidos, arranca el modelo neoliberal ensayado en Chile. Un polaco anticomunista es nombrado Papa (Juan Pablo II) y desde los balcones del Vaticano desayuna impartiendo la bendición a Ugo Vetere, alcalde comunista de la Ciudad Eterna. El “gatopardismo” democristiano pierde pelaje y Giorgia Meloni (Roma, 1977), empieza a dar sus primeros pasos.