El Fondo Monetario Internacional (FMI) no fue indulgente en la actualización de sus Perspectivas de la Economía Mundial: además de reducir su estimación de crecimiento del producto interno bruto (PIB) global de 2.9 a 2.7 por ciento, entre sus predicciones se encuentran el estancamiento de Estados Unidos, China y la zona euro (es decir, casi dos terceras partes de la economía mundial) para 2023.
Asimismo, una recesión para la primera y la tercera economías de la eurozona, la persistencia e incluso empeoramiento de la inflación en los meses venideros, riesgo de salidas de capital de las economías emergentes hacia inversiones en dólares, la amenaza de una ola de crisis de deuda soberana conforme países de bajos ingresos profundizan o se acercan al sobrendeudamiento, o la posibilidad de que los bancos se queden sin reservas suficientes e incumplan sus requisitos de capital.
En resumen, sentenció que lo peor está por venir. El panorama ya es inquietante ensí mismo, pero se le añade el peligro de que las históricas alzas a las tasas de intereses, decretadas por los bancos centrales con el propósito de contener la inflación, lleven a la economía planetaria a una recesión “innecesariamente grave”.
En un contexto general tan desfavorable, México muestra fortalezas que hasta ahora han permitido capear el temporal.
El peso mexicano es de las pocas monedas que no se han devaluado frente a la estadunidense en lo que va del año, el pronóstico de crecimiento (si bien insuficiente) se mantiene sin variaciones, las ventas de los 46 mil 600 establecimientos que conforman la Asociación Nacional de Tiendas Departamentales y de Autoservicio (Antad) crecieron 8.2 por ciento en términos nominales durante septiembre de 2022 respecto a igual mes del año pasado, repuntó el gasto realizado con tarjetas de débito, se evitaron alzas drásticas en el precio de los combustibles.
Sin embargo, es necesario ser prudentes y prestar atención a los posibles focos rojos, pues hasta ahora la economía mexicana no termina de recuperar sus niveles previos a la pandemia, se prevé que la carestía continúe durante todo el próximo año, se registró una caída mensual en el consumo de agosto a septiembre y tuvo lugar un aumento de alrededor de 22.9 por ciento en pagos con tarjeta de crédito, del cual al menos una parte corresponde a gasto en insumos básicos que los hogares ya no pueden costear en efectivo. En tales condiciones, nuestro país no ha experimentado las olas de descontento social habidas en otras latitudes (incluidas naciones desarrolladas).
Sin duda, ello se explica en buena medida por la colosal dispersión de recursos públicos entre amplias capas de la población mediante los programas sociales del gobierno federal, los cuales han permitido a las clases populares y medias afrontar las complicaciones financieras sin caer en situaciones desesperadas.
Desde la pensión universal para adultos mayores a las becas para estudiantes de educación básica o los estímulos a la contratación de jóvenes, no puede subestimarse el papel de las políticas nacionales en esta coyuntura.
Ante los retos anunciados y con la superación de la crisis en un horizonte de mediano plazo, es necesario reforzar la recaudación fiscal y el control de la evasión para garantizar los recursos con que continuar apoyando a las mayorías.
Del lado de la iniciativa privada, debe valorarse la valiosa estabilidad existente en nuestro país y dar paso a las inversiones que hasta ahora se echan en falta.