De niño, David Galicia Serralde observaba a su abuelo Miguel preparar nieve en un bote de lámina que hacía girar dentro de una tina de madera que luego iba a vender al mercado de San Gregorio Atlapulco en su carretilla de madera por caminos de terracería. “¡Llegó la nieve!”, le escuchaba gritar.
Entonces, con seis años, recuerda que el abuelo iba a comprar los bloques de hielo al centro de Xochimilco, los cargaba en un burro o a veces los transportaba en canoa por los canales, entre las chinampas.
Elaborar 30 litros de ese rico postre de forma tradicional lleva unas tres horas y requiere de un enorme esfuerzo físico que no cualquiera domina para girar el bote y remover su contenido con una pala y despegarla del metal a fin de que no se queme.
Cincuenta años después, heredero del oficio que siguió también su padre Eulalio, sigue con su esposa Guillesmia Feliciano Toribio, su hija Diana Paola, su compadre Miguel Ángel Sánchez Páez y el hijo de éste, Óscar, con quienes constituyó la cooperativa Nieves Xochi-Calli, bajo el lema “Tradición con Sabor”, y llegan a entregar hasta cinco toneladas del dulce para la celebración del Día del Niño que realizan las coordinaciones territoriales de la alcaldía.
De los tres sabores que el abuelo salía a vender: limón, mango y mamey, ahora cuentan con una variedad de más de 200.
Este año David consiguió mecanizar la producción con una máquina que él mismo diseñó y con la que elabora su producto en 30 minutos, pero no han dejado de fabricar la nieve de forma artesanal. Lo más importante, dice Guillesmia, es que de una u otra manera no deja de ser natural, sin colorantes ni saborizantes artificiales.
Además de las nieves tradicionales de frutas, prepara exóticas con diversas mezclas y destilados, entre ellas pétalos de flores –como rosa de Castilla, cempasúchil y begonia– y comenzó a introducir una línea que llama medicinales, como la de nopal, que dice es para diabéticos; la de granada, para padecimientos del hígado, y está en proceso de elaborar una de sábila, dirigida a personas con sobrepeso. No descarta poder hacer una de mariguana, al recordar que los abuelos la usaban reposada en alcohol como ungüento para reumas y dolores musculares.
También hay de mole (que ella misma elabora), pulque, camarón, ostión y romeritos (en Semana Santa), son algunos elementos que ha introducido y a sus mezclas les asigna nombres como “beso de cenicienta” (fresa con queso), “michenieve” (cerveza, chamoy, chile, Miguelito y alguna fruta), “tierra de osos” (chocolate con panditas), “tropicana” (plátano, manzana y guayaba) –que asegura es una delicia–, “charro negro” (zapote, tequila y chamoy) y “toro bravo” (limón, chamoy, chile y tequila), entre muchas.
En su domicilio de la calle Floricultor del pueblo de San Luis Tlaxialtemalco, muestra el proceso de elaboración “de una buena nieve de limón”. Requiere de unos ocho kilogramos de limón, cinco de azúcar y 12 litros de agua para 30 litros. Pone dentro de la tina de madera una capa de hielo y una de sal gruesa, coloca el bote, vierte el preparado y alrededor coloca más hielo y otra capa de sal hasta que cubre el bote y lo empieza a girar.
Desde hace 28 años tienen un puesto en el kilómetro 15 y medio de la carretera a Oaxtepec, donde lleva 30 botes de sabores y vende a 30 pesos el vaso chico, 40 el mediano y 50 el grande, o de 70 el medio litro y a 140 el litro. También aspira a contar con un local en el Centro Histórico, la colonia Roma, en la Cuauhtémoc o la Condesa.
En 2019 se constituyeron como cooperativa y obtuvieron un apoyo de la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo que les permitió adquirir una cámara de refrigeración; el año pasado lograron la ayuda de fortalecimiento con la que adquirieron la máquina y por eso ya no utilizan hielo ni sal.
Diana Paola, al igual que su papá, comenzó a elaborar la nieve desde chiquita. Guillesmia cuenta que no tenía con quién dejarla y la llevaba al puesto, “mientras estaba despachando allí estaba mueve y mueve el bote, yo nada más me acercaba a despegar con la pala, se iba a jugar un rato y luego regresaba”, y así terminaba un bote de 40 litros.
Hoy tiene 20 años, estudia la preparatoria y es la quinta generación de la familia que sigue con la tradición y también sale a vender en su colonia con una carretilla.