Cuando Edvar Munch (1863-1944) realizó en 1892 una muestra de sus cuadros en la ciudad de Berlín, la cerraron una semana después por las reacciones negativas. El público consideró que era desconcertante la apariencia inacabada y la estética radicalmente nueva de sus obras. Muy diferente sucede hoy que, en colaboración con el Museo Munch de Oslo, el de Orsay de París dedica una exposición al pintor noruego con el nombre Edvard Munch: Un poema del amor, de la vida y de la muerte. Con ella se demuestra que su obra sigue siendo parcialmente desconocida por su extensión (60 años de creación) y complejidad.
El Orsay logró reunir un centenar de pinturas, dibujos y grabados que reflejan la diversidad del trabajo de Munch, y abarca toda su carrera. Invita al visitante a (re)descubrir su obra en su conjunto. Muy coherente, incluso obsesiva, y al mismo tiempo en constante renovación. Aciertan al presentarla como a él le gustaba, por considerar que tenía más sentido: agrupadas como una serie, en este caso 10. Él esperaba que esto haría su arte más fácil de entender.
Una de las series muestra su relación con el ambiente teatral. En especial las escenografías para obras de sus amigos August Strindberg y Henrik Ibsen. Y para el legendario director berlinés Max Reinhardt.
Munch organizó sus ideas pictóricas alrededor del amor, y luego incluyó la angustia, la duda existencial y la realidad de la muerte. En ello exploró todas las etapas y emociones significativas que marcan una vida. En uno de sus cuadernos escribió que “la enfermedad, la locura y la muerte fueron ángeles oscuros que vigilaban mi cuna”. Esta observación tan gris es un recordatorio de la omnipresencia de estos tres estragos en la vida de Munch desde su infancia. Su madre murió de tuberculosis cuando tenía cinco años; su hermana mayor, Sofía, igualmente, y él casi muere de la misma enfermedad.
A Munch se le ha querido encasillar por El grito, del cual hizo cuatro versiones. El artista explicó al escribir en el reverso del cuadro: “Sólo un loco pudo haberlo pintado. Estaba enfermo y cansado, y me quedé mirando el fiordo... creí oír un alarido, pinté esa imagen, pinté las nubes como sangre de verdad. Los colores estaban chillando...”
En la exposición del Orsay se comprueba lo que Munch escribió casi al final de su vida y que expresa en su obra: “No morimos, es el mundo el que muere en nosotros”.