Las alarmas se encienden por doquier: se avecina un invierno de descontento a escala mundial, señala el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. Ojalá sólo fuera un asunto estacional, pero estamos en el umbral de un invierno global, un invierno del modelo civilizatorio.
Para Guterres, dispararán el descontento la guerra de Rusia-Ucrania y otros conflictos bélicos, la creciente desigualdad norte-sur, el discurso del odio, la desinformación por los medios sociales. Las divisiones geopolíticas estarían minando la labor de la ONU y del derecho internacional (https://bit.ly/3ycEsqY).
Va en el mismo sentido el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en su más reciente informe sobre seguridad humana Tiempos inciertos, vidas inestables: Configurar nuestro futuro en un mundo en transformación.
Según este informe es la primera vez que el valor del índice de desarrollo humano desciende por segundo año consecutivo a escala mundial, debido a la pandemia de covid-19. Ésta sigue produciendo variantes; la guerra en Ucrania tiene repercusiones en todo el mundo; se dispara el costo de la vida; diariamente somos amenazados por desastres climáticos y ecológicos. Se genera así un gran sufrimiento humano, incertidumbre e inseguridad. Seis de cada siete personas a escala mundial declaran sentirse inseguras sobre muchos aspectos de su vida.
Las crisis que nos flagelan: climática, desigualdades sociales, polarización y violencia global, nuevas enfermedades y todas las abruptas transformaciones que acarrea el Antropoceno, generan un nivel de incertidumbre nunca visto, que afecta gravemente nuestra salud mental, agrega el informe.
Cita un dato importante: “Las sensaciones de sufrimiento están aumentando en casi todo el mundo. Un análisis de más de 14 millones de libros publicados en los últimos 125 años en tres lenguas mayoritarias muestra un aumento significativo de las expresiones de ansiedad y preocupación en muchas partes del mundo […]. Se prevé que las incertidumbres del Antropoceno deterioren el bienestar mental de las personas principalmente a través de cuatro vías: sucesos traumáticos, enfermedades físicas, ansiedad general relacionada con el clima e inseguridad alimentaria” (https://bit.ly/3V0w8El).
Ese horizonte de sufrimiento humano, de sensación de que no tenemos el control de lo que nos sucede, es el estado de ánimo característico del invierno civilizatorio, del fin de época que ya nos alcanzó.
Ante ello los liderazgos políticos del norte global se muestran no sólo impotentes, sino retardatarios. Lejos ser parte de la solución, agravan la problemática con sus pretensiones hegemónicas, discriminatorias, chauvinistas, ciegas a mediano y largo plazos. No por nada la extrema derecha avanza de modo preocupante en Europa y en Estados Unidos.
Hay que voltear los ojos hacia el sur global, entonces. A pesar de todo, la llegada al poder de gobiernos progresistas en América Latina puede ralentizar o contener la deriva de estos tiempos sombríos. Sobre todo con actitudes tan llenas de sensibilidad, tan valientes y tan llegadoras a los corazones como las que mostró el presidente Gustavo Petro, de Colombia, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU: la denuncia de todas de las guerras, incluido el fracaso de la guerra contra las drogas, alimentadas por la adicción al consumo al poder, al dinero, a los hidrocarburos; la necesidad de cambiar hacia otro modelo que haga las paces con el planeta, que permita el diálogo entre los pueblos, que defienda la vida en todas sus formas.
Ejemplos como el de Petro son esperanzadores, y habría más que rescatar en los liderazgos progresistas de los países del sur global. Pero no podemos depositar toda nuestra confianza en el poder desde arriba, porque los liderazgos políticos tienen que hacer concesiones y alianzas con fuerzas oscuras, manejarse en los límites de lo posible, porque a mayor fuerza de ellos, mayor la oposición de los intereses que defienden el modelo que agoniza. Esta es una de las lecciones del repunte inesperado del bolsonarismo en las elecciones brasileñas de la primera vuelta.
También podríamos voltear los ojos a la ciencia y a la técnica. Aunque el abuso de ellas nos ha conducido al abismo donde estamos, podemos aprovecharlas para rescatar nuestro planeta y nuestra humanidad.
Pero ni el poder desde arriba ni la ciencia y la técnica podrán salvarnos si no asumimos la responsabilidad de nuestro futuro, si no optamos por la voluntad de vivir de los pacifistas como Tolstoi o Gandhi, como dice Leonardo Boff. No podemos abandonar las resistencias, las construcciones de alternativas desde abajo. Aquellas que no dependen de tomar o mantener el poder. Las que todos los días desarrollan comunidades, pueblos indígenas, iniciativas de economía social y solidaria, mujeres, jóvenes, grupos LGBT, movimientos de defensa de la naturaleza, colectivos de víctimas, algunos grupos religiosos comprometidos, que todos los días van mostrando los brotes de un nuevo modelo de convivialidad, diálogo, diferencia, justicia social y paz. Multiplicar estos brotes tal vez no sea suficiente para germinar la primavera, pero al menos fortalecerá la salud de nuestro espíritu y aminorará en algo la gran carga de sufrimiento humano.