Procedo con otra aproximación a la temática que seguí en la entrega anterior (Radiando al Pacífico), con radiando el mundo como un problema que me lleva a plantear los altos riesgos existenciales en aumento de una tercera guerra mundial terminal.
Es un conjunto de pensamientos en torno a lo que ahora hemos llegado a conocer como la crisis epocal, un asunto de importancia mayor en el pensamiento contemporáneo, avanzado en nuestro medio académico y político por analistas distinguidos como Luis Arizmendi desde la tradición asentada en pensadores de primera línea –Walter Benjamin y Bolívar Echeverría– captadas por este interlocutor de extraordinario vigor analítico, siempre presente a pesar de su prematura ausencia.
Esta visión es esencial, colocando los impactos negativos del capitalismo sobre la vida terrestre desde una perspectiva histórica, el riesgo existencial a la vida en el planeta bajo el título de esta reflexión. El otro eje descansa sobre el riesgo en aumento de una guerra nuclear como no se había vivido desde los días de la crisis de los misiles en el Caribe cubano en 1962. En este momento solemne de reacomodos estratégicos empiezan a manifestarse eventos en cascada que acarrean crecientes riesgos de confrontación entre las potencias centrales capitalistas vinculadas a sectores como el energético, de enorme impacto.
Así entonces, se acrecienta la geopolitización de las relaciones económicas internacionales (industriales, financieras, agrícolas, mineras y un gran etcétera) como manifestación de lo que a todas luces es un gran inductor de guerra de todo el espectro de violencia, incluyendo aquel de violencia máxima como sería una guerra mundial terminal.
Los sabotajes a los gasoductos Nord Stream 1 y 2 , vitales al meollo industrial europeo, especialmente el alemán, no pueden pasar inadvertidos en este tipo de análisis, pues inciden de manera profunda en los intereses y fundamentos de la economía y de la existencia de una fragilizante e inexplicable obediencia a Estados Unidos, de una coalición de naciones, la Unión Europea (UE), que ya destila en todos sus poros el alto riesgo de una guerra general.
Si bien las investigaciones sobre quién está detrás de esos sabotajes aún está en marcha, muchas voces autorizadas, como la del director del Centro para el desarrollo Sustentable de la Universidad de Columbia, ex asesor de tres secretarios generales de la Organización de Naciones Unidas y figura pública de primer rango, Jeffrey Sachs, quien en entrevista en Bloomberg TV el pasado lunes , señaló que “apostaría” a que Estados Unidos y quizás también Polonia, no Rusia, están detrás del ataque al gasoducto Nord Stream, razón por la cual fue interrumpido por el entrevistador Tom Keene, quien le exigió pruebas a lo que el economista ofreció evidencias como la declaración de Biden del 7 de febrero cuando amenazó con terminar con el gasoducto si Rusia invadía Ucrania.
Esos gasoductos, que llegaron a costar un poco más de 17 mil millones de euros al gobierno ruso, contenían suficiente gas natural para ponerlos en operación en el momento en que se solicitara, como una opción ante un invierno fuerte que se aproxima.
Esa opción fue drásticamente negada por la vía de un acto de terrorismo que debe ser investigado de la manera más rápida posible para detectar su impacto geopolítico, sobre las sociedades y la opinión publica europea, así como la devastación para la industria alemana de innegables consecuencias para toda Europa, porque significa el proceso de desindustrialización de aquella región, un objetivo de Estados Unidos que se ha visto favorecido por el creciente traslado de empresas europeas a esa nación.
Llama la atención la continuidad de la política estratégica entre el gobierno de Donald Trump y el gobierno de Biden en varios sentidos. Por ejemplo, ambos vieron con desagrado la existencia y la puesta en operación de esos gasoductos y ambos, en una forma u otra, han mostrado la misma postura en relación con el potencia industrial de Alemania, especialmente de su industria automotriz.
En algún momento, Trump dijo que la industria automotriz de Alemania era un problema para la seguridad nacional de Estados Unidos. Esto no es nuevo, ante el rápido crecimiento industrial de Europa después de la guerra, hubo expresiones de presidentes como Truman y Eisenhower que se quejaban de que Europa era la causa del desempleo en aumento que entonces se observaba en Estados Unidos, país al que no le agradan las expresiones de nacionalismo económico de gobiernos organizados en coaliciones que no eran creadas e iniciadas por ellos, menos que tengan su propio banco central y su propia moneda, el euro. Esa percepción ha permanecido en la proyección de poder de una potencia como EU, que tiene como fundamento de operación internacional la supremacía a base de la fuerza armada.