La decisión del presidente Vladimir Putin de consumar la anexión de 15 por ciento de territorio del vecino país eslavo, bajo ocupación de las tropas rusas y mediante referendos de dudosa legitimidad, confirma que Ucrania se ha convertido en una auténtica obsesión para el titular del Kremlin.
Resulta difícil establecer en qué momento el líder ruso comenzó a tener la idea fija de derrocar el gobierno de Volodymir Zelensky, guste o no, elegido en las urnas, porque todos sus argumentos para justificar la invasión, si realmente le preocuparan, bien pudo haberlos planteado hace ocho años o tendrían igual validez o más en otros países del espacio postsoviético, pero sólo le importan respecto a Ucrania.
No se entiende qué llevó a Putin –retractándose de su promesa, el 24 de febrero, de no tener la intención de apropiarse del territorio ucranio– a la anexión de cuatro regiones, proclamando como meta sólo liberar del “régimen nazi” a la población del Donbás, dejando sin protección a los rusoparlantes del resto de Ucrania, casi la mitad de sus habitantes.
Con la anexión y la movilización parcial, Putin logró poner en su contra a todos: unos no le perdonan que haya cambiado a su compadre Viktor Medvedchuk, por 200 prisioneros de guerra ucranios, entre ellos 109 miembros del batallón Azov y sus cinco comandantes; otros, que exigen poner fin a la guerra, están en la cárcel o en el exilio por la represión brutal en su contra; la mayoría, que se mantenía al margen de la “operación militar especial”, está conmocionada por la posibilidad de tener que mandar a sus varones a una guerra que no perciben como suya; casi todos los países estiman ilegal la anexión y hasta uno de sus aliados principales, China, está en contra, pues no puede apoyar la “autodeterminación” que invoca Rusia para los ucranios y castiga dentro con cinco años de prisión al calificar la promoción de un referendo de independencia un atentado contra su régimen constitucional.
Recurrir a las armas nucleares como ultimátum para doblegar a Ucrania tampoco es solución y únicamente podría agravar más la situación misma de Rusia. Putin no puede ganar esta guerra, pero tampoco puede perderla. Corresponderá al siguiente presidente de Rusia romper este círculo vicioso. ¿Cuándo y cómo sucederá? Depende de múltiples factores.