Poço da Cruz., En una precaria vivienda de cemento en la región brasileña de Sertao, Maria da Silva abre su refrigerador vacío y rompe en llanto. El rostro moreno y arrugado de esta viuda de 58 años revela el peso de la lucha cotidiana de tener que alimentar a los suyos, luego de que su hermano, quien les brindaba sostén, muriera de covid-19 el año pasado.
Ahora, ella y sus siete hijos y nietos, que ocupan una vivienda abandonada, se encuentran entre los 33.1 millones de brasileños que sufren hambre. La cifra, con un alza de 73 por ciento en los recientes dos años, según la Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria (Penssan), es foco de una batalla política antes de las elecciones presidenciales de domingo. Mientras sostiene una lata de leche en polvo semivacía para sus nietos, de 15 meses, dos y tres años, Da Silva muestra la casa donde viven. No tiene baño, agua ni electricidad.
“A veces (los niños) piden comida y no tengo ni una galleta ni pan para darles”, dice entre lágrimas en Poço da Cruz, una zona rural en el estado de Pernambuco (noreste). El aumento de los precios de los alimentos obligó a la familia a mendigar.
“Rezo para que Dios termine con mi sufrimiento”, dice la mujer.
El ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010), favorito en las encuestas, culpa al mandatario Jair Bolsonaro de la reaparición de Brasil en el “Mapa del Hambre” de la Organización de Naciones Unidas en 2021: 28.9 por ciento de la población padece “inseguridad alimentaria moderada o severa”.
El país había sido eliminado del registro en 2014, tras un auge económico y programas sociales que ayudaron a 30 millones de personas a salir de la pobreza durante el gobierno de Lula. Bolsonaro contraataca acusando al ex dirigente metalúrgico de dejar a Brasil en bancarrota por la corrupción.
El mandatario ha renombrado además el programa de asistencia social creado por su opositor y hace una amplia campaña en el empobrecido noreste, que concentra una cuarta parte de los 213 millones de habitantes. El Sertao, o interior, es una extensión semiárida en el noreste, con matorrales de color marrón y verde oliva.
Conocida por sequías cíclicas, es una tierra dura pero protagonista en la literatura, la música y el cine brasileños.
Cada generación aquí recuerda su peor sequía (1960, 1993, 2010) y la miseria que causó.
“Nos costó mucho sudor y lágrimas superarlo”, dice Joao Alfredo de Souza, de 63 años, líder de una comunidad fundada en el siglo XVIII por ex esclavos en el poblado de Conceiçao das Crioulas.
De Souza recuerda los dos mandatos de Lula como un punto de inflexión por sus políticas de promoción de infraestructura, bienestar y “Hambre cero”.
Pero para este agricultor jubilado todo se volvió “muy difícil” desde que la pandemia golpeó Brasil, donde mató a 680 mil personas, hundió la economía y desató luego una inflación galopante.
Según De Souza, Bolsonaro ha ganado el apoyo de muchos en la zona, tras aumentar el programa de ayudas económicas Auxilio Brasil, antiguo Bolsa Familia de Lula.
Bolsonaro triplicó la cifra nominal desde los días de Lula, a 600 reales (115 dólares) mensuales, y se comprometió a aumentarlo a 800 reales si gana. De Souza cree que el alza “no será suficiente”.
“¿Por qué (Bolsonaro) está haciendo esto ahora?”, pregunta. “Es vergonzoso”.
En cambio, Lula “entiende el noreste”, dice. “Es uno de los nuestros”, agrega, sobre el líder nacido en Pernambuco.