No escribí antes de la película Los reyes del mundo, segundo largometraje de la colombiana Laura Mora, sabiendo que iba a estar también programada en Biarritz. Según se sabe, fue la ganadora de la Concha de Oro, el gran premio del festival de San Sebastián. Coproducida con Francia, Luxemburgo, Noruega… y México, se trata de una road movie sobre cinco adolescentes de las calles de Medellín que emprenden un accidentado viaje; uno de ellos recibe la noticia de la herencia de un terreno, propiedad de una abuela, que fue confiscado por los paramilitares.
Uno está condicionado por la obra del gran Víctor Gaviria, en las cuales se sabe que para los desposeídos no hay futuro, y adivina un desenlace funesto para los protagonistas, en su busca de la tierra prometida. Esa especie de determinismo trágico vuelve algo previsible a la película, aunque tiene sus virtudes. Mora ha contado con un reparto de jóvenes de persuasiva presencia, cuyos diálogos deben apreciarse subtitulados –como ocurrió en San Sebastián–, pues el caló antioqueño resulta difícil de entender (claro, el término “gonorrea” es el más repetido).
No todo es agresivo en el camino. Algunos ancianos –unas prostitutas, un viejo solitario– se portan compasivos con los muchachos. Pero el final es terrible. No entraré en detalles. Valga apuntar que la directora resuelve la violencia climática con una discreción ejemplar.
Mucho más problemática es La hija de todas las rabias, de la nicaragüense Laura Baumeister, coproducida también por México, entre otros países. La historia se centra en la niña María (Ara Alejandra Medal), quien vive con su madre Lillibeth (Virginia Raquel Sevilla García) en las afueras de un enorme tiradero de basura. Apremiada por razones económicas, la mujer abandona a la niña en un campo de trabajo infantil donde se recicla material.
La película peca de miserabilista. Toda la acción transcurre en la peor de las miserias (y en penumbra, sobre todo), con un elemento redentor que coquetea con el realismo mágico. Para colmo, por ahí aparecen de la nada dos notables actores mexicanos, Diana Sedano y Noé Hernández para pronunciar sus diálogos con buena dicción. En el documental se ha vuelto una moda discutible usar las películas caseras como tema. Así, Teorema de tiempo, del mexicano Andrés Kaiser, ostenta un título presuntuoso cuando en toda honestidad debió llamarse Las películas caseras de mis abuelos. Dispuesto en orden cronológico, dicho material ilustra que la familia Kaiser fue burguesa normal, con sus alegrías y desgracias, y de nada sirve un discurso en voz del cineasta que pretende abordar conceptos como el tiempo y la memoria para justificar su título.
Si alguien extraña mi reporte meteorológico, debo decir que el clima en Biarritz ha sido terrible. Lluvia constante y vientos fríos nos han molido desde que comenzó el festival.
Twitter: @walyder