El deseo colectivo por un mundo sano y autosustentable ha cundido hasta rozar la ingenua tontería. Y no pocas veces también se absorben intereses particulares envueltos en franca propaganda. Pero hay, en efecto, acciones humanas que han perjudicado, con grave seriedad, el curso establecido de la naturaleza. La enorme depredación de ríos, selvas, mares, tierras y aire ha sido devastadora. Esto sólo pocos tercos lo niegan. Lo cierto es que las conveniencias de unos cuantos también entran al juego y llegan al punto de distorsionar lo que sucede. En varias instancias de este proceso de creencias y esperanzas, hasta la magia, la ignorancia y la superchería tienen también su lugar.
Es notable constatar la penetración que han logrado algunas ideas usadas con fines específicos por los grandes intereses industriales. Frases ideadas para incidir en la sociedad han logrado su objetivo con fuerza inusitada. Se ha llegado a pensar que algunas tecnologías, aplicadas a la generación de energía, que usan vientos y sol, pueden alimentar no sólo hogares, sino enteros aparatos productivos. Y lo harían a costos muy bajos o incluso sin incurrir en ellos. Estos axiomas o simples propuestas combinadas con miedos y sembradas repulsas, han penetrado hasta volverse verdades irrefutables. Poca resistencia crítica se opone a planteamientos que aseguran un mundo feliz, libre de contaminantes y daños colaterales. En el anverso de esta realidad, basada en ilusos ideales a trasmano, se esconden condenas y desprecios hacia los agentes fósiles. Hidrocarburos o carbón son descartados y estigmatizados como un poderoso enemigo a derrotar. En esa dicotomía se bascula sin contemplaciones. Los productores de esas “modernas” tecnologías han logrado su cometido. Las sociedades las respaldan sin dudas ni consideraciones adicionales.
Varias naciones se han acogido ya a tan dislocada aventura. Se han embarcado, hasta con alegría, en locuras irrefrenables y sólo el choque con peligros no meditados los han hecho recapacitar. Alemania, por ejemplo, en una reacción contra sus maneras y métodos usuales de generación de energía, se embarcó en las fuentes llamadas limpias (solares y eólicas). Como contribuyentes conscientes estuvieron dispuestos a pagar algunos costos adicionales por ello. Y lo hicieron por años hasta que no pudieron más. Mientras esto sucedía, apagaron sus generadores nucleares y de carbón, y se recargaron, por conveniencia utilitaria, en el barato y abundante gas ruso. Aceptaron sin otra consideración, la dependencia de su entera fábrica nacional y la misma comodidad de sus hogareñas vidas diarias. Ahora se han topado, de frente, con su dependencia irreversible. Han vuelto hasta al carbón y buscan desesperados salidas al corte de hidrocarburos impuesto por Rusia. En realidad Europa, toda, cayó en el garlito de las energías intermitentes (limpias) que algunas grandes empresas, burócratas centrales y centros de estudio recomendaron.
Hasta hace relativamente poco, Europa producía suficiente gas natural para saciar sus crecientes necesidades. Las recomendaciones fueron tajantes: dejen de usar energéticos fósiles y empleen gas ruso mientras desarrollan sus fuentes limpias. Y así lo hicieron por algún tiempo. Ahora, que ya no tienen energéticos abundantes y baratos, debido a sus corajudas condenas al “agresor”, han declarado que, tanto el gas como la nuclear son energéticos limpios. Vaya conjunto irónico de consecuencias que tienen por delante: costos de producción mayores, gastos billonarios en subsidios, nacionalización de refinerías e inversiones mayores para salvar empresas gaseras en quiebra, impuestos adicionales a las utilidades y un invierno de sacrificios.
En México, en cambio, no hay día que recuerden, a través de medios de comunicación, el deber de emplear generadores “limpios” como un mandato ineludible. Usarlos es un deber porque son, además, los más baratos, se afirma con seguridades que van más allá de lo pensable. Esta postura se ha convertido en una especie de mantra que ya no requiere prueba ni análisis. Simplemente es así porque entidades dotadas de toda autoridad lo han afirmado. El poseer hidrocarburos en cantidades suficientes para satisfacer las propias necesidades durante indeterminados años no es factor opuesto con esas creencias.
Es necesario entrar, aunque parezca necedad, a consideraciones que hablan de la imposibilidad de construir, al menos por ahora, un sistema eléctrico basado en las llamadas tecnologías limpias. Si de éstas se excluye la atómica y el gas natural, se caería en problemas similares a los de los europeos. Los costos que implican tales energías (respaldos y almacenamiento en baterías gigantes), junto con la inestabilidad que transmiten a los sistemas de conducción, lo hacen inviable.