La dolorosa derrota electoral de 2016 marcó el arranque de las elecciones de 2017 para elegir gobernador en el estado de México. En 2016, se disputaron 12 entidades, de las cuales, en forma sorpresiva, el PAN ganó siete y el tricolor sólo cinco. A raíz del resultado, el entonces presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, presentó su renuncia con carácter irrevocable. En su discurso de despedida, dejó asentadas las razones del voto de castigo que recibió el partido.
El PRI perdió las elecciones por los errores del gobierno de Enrique Peña Nieto. En los hechos, el país era gobernado por Luis Videgaray quien resultó un torpe “operador político”. A esto hay que sumar los pésimos resultados de los gobiernos estatales que constituían lo que Peña Nieto denominó el “nuevo PRI”.
En 2017, una de las preguntas estratégicas fue ¿quién es el enemigo del PRI? A veces no se visualiza con claridad quién es el enemigo a vencer. En aquel momento, hubo dos posturas. Una aseguraba que el enemigo era el PAN, porque había ganado siete de 12 elecciones un año antes y presentaba como su candidata a Josefina Vázquez Mota, política experimentada y ex candidata presidencial en 2012. La otra afirmaba que el enemigo a vencer era Morena. Para esta postura los procesos electorales no son una fotografía, lo que hacen las encuestas, ni tampoco son una coyuntura, sino un proceso histórico que toma en cuenta la forma en que han jugado en procesos previos, los actores políticos.
Desde la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la dirigencia nacional del PRD, el partido tuvo un nivel de competencia que se fue incrementando en el estado de México y que hacía previsible, en el marco de un análisis histórico, la tendencia. En la elección de 1993, para elegir gobernador, el PRD obtuvo 8.70 por ciento de la votación total. Seis años después, 1999, siendo AMLO dirigente nacional, llegó hasta 22.99 por ciento. Para 2005 subió a 24.25. En 2011, cuando Eruviel Ávila alcanzó 62 por ciento de los votos y el PAN se desplomó hasta 12.28, el PRD se mantuvo ligeramente arriba de 20 por ciento.
La disyuntiva que tuvo el PRI fue la de guiar su estrategia electoral por el resultado de 2016 o reconocer que cuando AMLO es protagonista directo, la votación de su partido tiende a incrementarse. Si se hubiera optado por reconocer la debilidad estructural del PRI, el mal candidato de éste, y que el principal enemigo a vencer era Morena y no el PAN, se habría logrado mantener una alianza fuerte con PAN, PRD, PVEM, Panal y PES.
Sin embargo, se impuso la idea de tener como enemigo al PAN. Por ello, la primera decisión que propuso Alejandra Sota –quien fue asesora política de Felipe Calderón y una de las responsables de la derrota en las elecciones contra el PRI en 2012– fue atacar directamente de corrupción y enriquecimiento ilícito a la familia de la candidata utilizando información que le proporcionó la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. La acusación fue que manejaron 400 millones de pesos cuyo origen fue ilícito, esto sumado a una pésima campaña, llevó al PAN al precipicio electoral. Paradójicamente, el 27 de mayo de 2016, poco antes de las elecciones, la PGR exoneró a la familia de la candidata y aseguró que no había carpeta de investigación en su contra.
Con el PRD y su candidato, Juan Zepeda, el PRI y el gobierno federal hicieron todo lo contrario. Desde el inicio los proveyeron de cuantiosos recursos para desarrollar una campaña costosa que tuvo buenos resultados. Este es uno de los factores que explican por qué el PRI ganó por margen pequeño la elección. La alianza PRI, PVEM, Panal y PES obtuvo 34.73 por ciento de la votación. Morena 31.86, PRD 18.46 y PAN 11.27. La diferencia entre el PRI y Morena fue de tan sólo 2.87 por ciento. Si el PRI no se hubiera equivocado en la estrategia inicial, seguramente el resultado final habría sido un triunfo holgado.
El desplome del PAN favoreció a Morena, por primera vez en la historia; el corredor azul, formado por Naucalpan, Tlalnepantla, Atizapán de Zaragoza, Cuautitlán y Cuautitlán Izcalli, entre otros municipios, lo ganó la morenista Delfina Gómez.
¿Qué sucederá en 2023? Es prematuro saberlo, hasta el momento, los tres aliados que acompañaron al PRI en 2017 ya no están de su lado. El PES perdió su registro en las elecciones locales de 2018, y tampoco cuenta con registro nacional. PVEM y Panal son aliados de Morena, por lo que al PRI le urge consolidar la alianza con PAN y PRD que en estos momentos está fracturada. Recomponerla parece un reto, aunque el portavoz de la derecha empresarial, Claudio X. González, señaló que la coalición Va por México, va porque va.
La elección de 2017 en el estado de México sirvió como laboratorio político. Dejó claro que, de ahí en adelante, los tres partidos PAN, PRI y PRD no podrían enfrentar solos a Morena, pues para ganarle debían formar una coalición de hecho o de derecho, no lo comprendieron y en 2018 fueron solos.