Para algunos grupos, el número ideal de elepés en su discografía es dos: el primero, para afirmar su existencia y entregar el caudal musical antes del debut discográfico; el segundo, para romper con su contenido anterior, despedirse en un gesto de rechazo y generar, por siempre, incontables hipótesis sobre lo que pudo haber sido.
Es el caso de Don Cornelio y La Zona, grupo argentino que existió en la segunda mitad de los años 80. Su nombre se refiere al presidente Cornelio Saavedra, en tanto La Zona es por el filme Stalker, de Tarkovski. La biografía Pozoguerrilleroirascible, escrita por Santiago Segura y editada por Vademecum, despliega la historia oral del conjunto y, con base en una búsqueda obsesiva, consigue también un panorama donde se cruzan músicos de alcance masivo, los reductos olvidados y una industria incipiente.
El nombre del libro es parte de la canción Taza de té chino, de su ya mencionado debut homónimo: “Una vitrola a go gó tocando y tocando / pozoguerrilleroirascible / bombardeando, bombardeando”.
Alcanzan esas dos líneas para mostrar por qué su cantante y guitarrista, Palo Pandolfo, fallecido en 2021, manejaba temas en sus letras que iban más allá de la búsqueda contextual correspondiente a un destape democrático, una yuxtaposición de imágenes que anticipa la poética de Don Cornelio. Cuenta Santiago desde Buenos Aires: “Ellos dicen que les faltó el tercer disco que fuera el equilibrio entre uno y otro, porque el segundo es superradical; pasar de lo que hicieron del primer disco al segundo es una barbaridad. No hay muchas bandas con dos álbumes así. Manal grabó dos en los años 70; Almendra, la analogía Almendra-Don Cornelio me parece bastante potable: se va todo medio al carajo en Almendra II y Patria o muerte”.
El primer disco de Don Cornelio, producido por Andrés Calamaro, tiene un éxito que aún suena en la radio argentina: Ella vendrá, canción que ofició como bendición-maldición, un éxito nuevo del que buscaron despegarse casi inmediatamente, pero que a su vez les otorgó la rotación necesaria para circular a veces fuera de los antros y obtener cierta exposición.
La obsesión por los datos y el formato de narrativa coral sirve al propósito de no idealizar una época no vivida por el autor: “No hace falta narrar tanto, ni adjetivar de más, aunque estoy presente en la edición, no hace falta editar tanto con una historia tan fuerte, porque también cuenta cómo se daba la relación con la industria en aquella época, cómo era el rock argentino y sus distintos circuitos, porque Don Cornelio estaba en medio. Me pareció bien que este el testimonio crudo, tratar de mantenerlo, que haya contradicciones; nada es tan definitivo. Me siguen llegando testimonios de gente que participó una vez terminado el libro. El formato le da cierta electricidad”.
El contexto en el que sucedió la breve carrera de Don Cornelio muestra a mánagers y productores listos para difundir el hit, pero incapaces de darle una vuelta de mercadeo a Patria o muerte; el elepé es un corte de mangas lindante con el autoboicot, de líricas ásperas que generan la despedida perfecta, aun en un contexto monopólico de la industria: “La misma gente de la radio traía shows de afuera, trabajaba con grupos internacionales, grupos masivos locales y grupos under, como Don Cornelio. También eran el nexo con la única radio de rock, que a su vez sacaba una revista, todo en manos de pocas personas; no sé si eso cambió tanto, más allá de Internet y los medios independientes.
Si una parte de esa poesía despojada de Pandolfo provenía del arrabal tanguero, otro tenía que ver con el lugar de dónde era y el que buscaba ocupar en un mapa del rock argentino de sus tiempos: “Fue una respuesta arltiana”, cuenta Palo en Pozoguerrilleroirascible, y se refiere a un enfrentamiento literario, que ocupó de un lado a Jorge Luis Borges, el grupo de Florida, en el norte de la provincia de Buenos Aires, y del otro a Roberto Arlt, autor de El juguete rabioso, del grupo del barrio de Boedo, en el sur de la capital porteña. Al final, Pandolfo capturó el espíritu degenerativo de su época y lo incorporó en sus letras, como si fuera una cuenta aritmética simple. Sobre los restos de la implosión de Don Cornelio y La Zona crecerían formas de expresiones opuestas para terminar de coronar la biografía de un grupo sin moralejas obvias.