Los capitalinos tenemos la misma resistencia del axolote, nos adaptamos y utilizamos el sincretismo para mantener nuestra esencia viva al mismo tiempo que evadimos las imposiciones que desde hace 500 años han buscado borrar la memoria que nos identifica como mexicanos. Somos seres lacustres y oriundos del valle de México, capaces de regenerarnos, pero, sobre todo, apostamos por la vida.
Cuando los antiguos dioses se reunieron en Teotihuacan para crear el universo decidieron ofrecer su vida en sacrificio; para ello se arrojaron al fuego, aunque no todos estuvieron de acuerdo. Uno de ellos, Xólotl, hermano gemelo de Quetzalcóatl, salió huyendo del lugar con la intención de seguir vivo. Los demás dioses, enojados, no dieron crédito a la deserción de su compañero y acudieron al viento, pues es rápido y poderoso, para ordenarle que encontrara a la deidad disidente y la llevara de regreso al lugar del sacrificio.
Xólotl encontró en el camuflaje la manera de evitar ser hallado, tomó la forma de un guajolote hasta que estuvo a punto de ser descubierto y la cambió entonces por la de un maguey, para después convertirse en perro, y luego en mazorca. El viento, viejo y sabio, estaba, en cada cambio de forma del dios que huía de ser inmolado, a un paso de dar con él, por lo que Xólotl se percató de que si existía algún lugar en el que el viento no podría dar con él, éste sería el agua, entonces se arrojó a uno de los lagos del Valle del Anáhuac y se convirtió en un axolote.
En las profundidades de la zona lacustre, antes de que las chinampas estuvieran sobre su superficie, encontró alimento suficiente y hasta de sobra; nadaba ayudado de sus cuernos que le funcionaron de branquias. De repente salía del agua ayudado por sus patas, como un pez que camina, a contemplar la belleza que el reflejo de los volcanes formaba sobre el lago, hasta que ante lo majestuoso de los paisajes fue confiándose, y en un descuido el viento lo identificó para, con un soplo, atraparlo y llevarlo de regreso a Teotihuacan.
Fue presentado ante Quetzalcóatl quien reconoció en su gemelo que, en el intento por huir de la muerte, había dado vida a un nuevo ser único y excepcional, un anfibio con patas que con forma de larva tenía branquias en la cabeza, también una aleta y la capacidad de regenerarse en caso de perder alguno de sus miembros, además de que podía reproducirse en sus estado larvario, por lo que en lugar de obligarlo a morir bajo las brasas, lo destinó a regresar a la zona lacustre en la que el viento lo encontró, para permanecer ahí hasta el día en el que el agua de los lagos del valle de México se seque, bajo la amenaza de que cuando eso suceda, el axolote dejará, junto con la humanidad, de existir.
Poco fue el tiempo que tuvo que pasar para que las aguas se llenaran de axolotes, y escasos lugares tenían tanta cantidad de ellos como el pueblo de Axotla, “lugar de los ajolotes”, sitio en el que todavía, a principios del siglo XX, nada más meter el sombrero al agua y sacarlo de ahí podía uno pescar todos los axolotes que en él cupieran. Localizado en el delta de los ríos Churubusco y Magdalena, en este pueblo se producían flores de todo tipo, además de árboles frutales, por lo que los españoles no tardaron en levantar haciendas –las de San Pedro, San José y Guadalupe–, y en ellas sembraron huertos y, por supuesto, construyeron un templo, el de San Sebastián Axotla, edificado 1582 con manos indígenas que, como el axolote mismo, lograron, a través del camuflaje, resistir, ya que colocaron sobre, a un lado y dentro de la iglesia del dios impuesto, a las diosas y dioses propios.
San Sebastián Mártir no siempre fue el patrono de Axotla. Cuando se construyó el templo fue dedicado a la Virgen de Guadalupe, pero en el siglo XVIII una epidemia azotó el lugar, por lo que un vecino –ferviente adorador de San Sebastián– hizo llegar al templo una figura suya. Una vez que la epidemia terminó, quisieron llevarse al santo de este lugar, pero no lo pudieron levantar, y desde aquel día San Sebastián Mártir es el patrono del lugar.
Más allá de la disputa entre santos cristianos, en Axotla cada rezo, petición de milagro o liturgia, tienen a Huitzilopochtli, Quetzalcóatl y Coatlicue de receptores; ellos están en cada rincón en distintas formas –esas que las manos de nuestros ancestros les dieron– mientras se resisten a morir bajo una hoguera encendida hace 500 años que hoy, todavía, tiene brasas encendidas.