Antes que todo, disculpas por el críptico texto precedente. A veces, se enciman las imágenes y sentimientos más fuertes de una vida, ya muy larga, y que sólo el sujeto comprende, desperdiciando con ello el privilegio de un contacto tan cercano como esta página... Lo sentimos.
Pero hoy queremos retomar la manera más o menos transparente de nuestras contribuciones, afirmando que suscribimos sin reserva todo impulso, acto, expresión hablada o escrita que va en el sentido de preservar la vida, entendida como la ve Petro Urrego, presidente flamante de Colombia; Vandana Shiva, que no necesita recordatorio; Silvia Ribeiro, compañera de estas páginas, y tantas otras personas que se manifiestan activamente por el alto a la destrucción soterrada o abierta del planeta donde nosotros existimos como parte de la biodiversidad y no aparte de ésta.
Nuestra lucha común tiene una raíz en cada conciencia y un objetivo masivo que no sabría separarse en campos distintos, salvo por las tácticas y estrategias a mediano plazo. Es en este sentido que debemos separarnos de toda práctica que lleve a reproducir el colonialismo mental y realmente existente en algunas políticas, que parecen ineludibles desde el dificilísimo sitio que ocupa el presidente Andrés Manuel López Obrador, porque nos traicionamos si sólo señalamos desde la palabra las acciones que nos parecen erróneas en un proyecto autodefinido como humanista, igualitario y que se quiere sea reparador de un pasado lamentable, siendo que todavía podemos actuar conforme al proyecto enunciado (aunque, sujeto a tal número de obstáculos que caemos en la tentación de dejar caer los brazos con los corazones desolados) en vez de reunirnos en frentes de acción para convertirnos en otra fuerza transformadora que jale nuestro territorio patrio con sus nobles habitantes en el buen sentido: hacia la recuperación de su dignidad, autoestima, resiliencia cognitiva y ejecutiva.
Claro que deberemos hacernos discretamente de lado, sin protagonismos desgastantes de la buena intención, para procurar que la política agraria del actual gobierno –y del próximo– permitan, propicien, sostengan activamente y sin prepotencia, la recuperación de las comunidades originarias y sus descendientes. Porque son éstos los que podrán realizar la actividad primigenia y primordial de alimentarnos a todos con métodos probados durante miles de años por sus ancestros Ellos, los campesinos mesoamericanos, asiáticos meridionales y pueblos ecuatoriales, serán los únicos que, si lo permitimos, podrán revertir la plaga destructiva de la prepotente tecnología europea, pues ésta se desarrolló a partir de la necesidad de aumentar los frutos de la tierra en territorios donde sólo prosperaban monocultivos agotando el suelo, hasta que, para obtener sus alimentos básicos (cereales Triticum) inventaron desde arados y el sistema de tumba, roza y quema, hasta crear todo tipo de herramientas para apropiarse de tierras ajenas y someter a sus habitantes como animales de producción.
Ciertamente, la historia de nuestro planeta está determinada desde siempre por su vitalidad, dispareja en función de sus coordenadas, ciclos astrales, pulsiones internas, en fin, factores ingobernables por nosotros que somos el producto de un largo camino evolutivo convertido en el prodigio de lo humano. Lo humano que también es capaz de destruir y autodestruirse hasta poder borrar incluso su propia descendencia en la Tierra... A menos que trabajemos con la inteligencia con que nos autoconstruimos y combatamos las desviaciones que nuestra historia ha permitido. Porque, así como ahora nos está permitido enderezarla hacia la meta sublime de la vida, cultivando nuestros alimentos sin destruir la naturaleza, afirmemos y demostremos que es un cuento de espantos para niños y espíritus pobres afirmar que no podemos vivir de los productos de la tierra sin usar tecnologías destructoras.