Con la crisis climática, una nueva frontera empresarial es la conquista de suelos y tierras agrícolas para usarlos como sumideros de dióxido de carbono. Es también otra forma de controlar a campesinos y agricultores y una amenaza a la soberanía alimentaria.
Las mayores empresas globales en agricultura y alimentación han establecido “programas” para este fin, al que llaman agricultura de carbono. Por ejemplo las de semillas y agroquímicos como Bayer-Monsanto y Corteva, de fertilizantes como Yara y Nutrien, de maquinaria como John Deere incorporaron a sus plataformas digitales formas de enrolar e incluso pagar a agricultores, para que hagan cambios que puedan ser clasificados como agricultura que “secuestra” carbono.
No es que de pronto les haya entrado conciencia social, ambiental o climática, es otra forma de aumentar sus ganancias. Explico en otro artículo (Colonialismo climático) que la limitada suma que pagan a quienes cuidan bosques y campos, es porque sus actividades pueden generar “créditos de carbono”, que luego las empresas pueden vender por muchas veces el valor pagado inicialmente. Además, justifican seguir con sus actividades contaminantes, por lo que mantienen y aumentan el caos climático (https://tinyurl.com/5n76zhra).
Los campos y suelos agrícolas que no son maltratados por agricultura industrial, contienen carbono y pueden hasta cierto grado, absorber más. Son un factor fundamental para prevenir el cambio climático. Pero siendo ecosistemas vivos –como bosques, manglares y otros– si se rompe el equilibrio de suelos sanos con agrotóxicos, fertilizantes sintéticos y maquinarias, también emiten carbono. No existen formas exactas de medir los intercambios gaseosos en la tierra –ni en bosques y mares– y mucho menos la permanencia a largo plazo del carbono. Esta es una de las razones por las que no se los puede integrar a los mercados de carbono. A contrapelo de esto, las trasnacionales agrícolas han desarrollado sus propios métodos, en connivencia con la nueva industria de empresas de medición, certificación y verificación de carbono, que teóricamente miden el carbono que se absorbe. Aún si así fuera, no pueden garantizar que va a permanecer allí –un simple cambio de manejo puede liberarlo nuevamente al ambiente. Como hacen acuerdos por unos pocos años y a las empresas no les importa lo que pase después, usan estas bases altamente dudosas. No existen criterios aceptados en la ONU, a menudo las empresas verificadoras están ligadas a las empresas que compran y venden créditos de carbono.
Estas formas de medición y certificación se basan en sistemas digitales, por lo que los gigantes de agronegocios ofertan sus programas de carbono en conjunto o como parte de sus plataformas digitales para el agro, lo cual aumenta a su vez la adhesión a éstas y también el control y dependencia de los agricultores (https://tinyurl.com/y6pj9w3k).
Por ejemplo, Bayer-Monsanto adosa a su plataforma FieldView, el proyecto Pro Carbono; Corteva, el programa Carbono a sus plataformas de “soluciones digitales”; Basf, su Programa global de agricultura baja en carbono, y así con las demás.
Los agricultores deben pagar para obtener de esas plataformas una visión digital del campo. Se supone que les devuelven información sobre diferencias de humedad, potenciales plagas, manejo de fertilizantes, agrotóxicos, etcétera. La posibilidad de cobrar por créditos de carbono es un incentivo para engancharlos al paquete digital. Los programas de carbono dan instrucciones para practicar lo que llaman agricultura de conservación de suelo, rotación de cultivos, siembra de cobertura y consejos de fertilización.
Esas prácticas son en general benéficas en un marco de agricultura agroecológica y campesina, que es un tipo que retiene el carbono naturalmente. Los programas empresariales no cumplen con esto, sino que en el paquete recetan por ejemplo sus agrotóxicos, fertilizantes que llaman “verdes” porque dicen haber producido con energía renovables, fertilizantes basados en microbios transgénicos, etcétera. Bayer, por ejemplo, aconseja para cuidar el suelo la “siembra directa”, técnica que Monsanto creó para la soya transgénica y que no mueve mucho el suelo, pero usa potentes agrotóxicos al sembrar la semilla. Todo esto implica un ejército de expertos externos que tienen que controlar, verificar, etcétera, y de hecho pasan a decidir sobre el manejo de los campos.
La Via Campesina, en colaboración con Héléne Tordjman publicó un informe muy útil sobre lo que ya ven de la aplicación de agricultura de carbono en Europa: “Se trata de un mecanismo extremadamente complejo, en el que intervienen muchos expertos y consultorías caras para intentar normalizar un sistema agrícola que sólo puede hacer más daño”. Implica una enorme recopilación de datos de las y los campesinos y restringe su autonomía. “Las verdaderas soluciones a los problemas que plantea la agricultura industrial se encuentran en la promoción de una verdadera agroecología campesina, que tenga en cuenta no sólo los aspectos ecológicos o climáticos de la alimentación, sino también los sociales, culturales, económicos y políticos. Requiere un enfoque multifacético y holístico de los sistemas agrarios en su conjunto, y no puede resumirse en un catálogo de prácticas” (ECVC, 24/3/22, https://tinyurl.com/2p8ust4m).
* Investigadora del Grupo ETC