Transcurren los años y cambian los títeres, pero nunca el titiritero, y esa práctica la han padecido por décadas los latinoamericanos. Se trata del axioma del gobierno estadunidense –formalmente desde tiempos del presidente Franklin Delano Roosevelt, aunque practicado desde tiempo atrás y en distintas zonas del planeta– de que el títere impuesto por los gringos “podrá ser una hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. ¡Cómo olvidarlo! (Somoza, Pinochet, Banzer, Stroessner, Videla, Batista, Lucas García, Ríos Montt y tantos otros hijos de puta).
Lo anterior viene a colación, porque ayer, durante su participación en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, recordó tal axioma: “Estados Unidos y sus aliados, en connivencia con instituciones de derechos humanos internacionales, han encubierto sistemáticamente los delitos del régimen de Kiev durante ocho años, construyendo su política en relación con Zelensky sobre la base del principio estadunidense conocido: ‘es, por supuesto, un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra’”.
El ministro ruso subrayó que “el término impunidad refleja lo que ha estado pasando en Ucrania desde 2014 (cuando las fuerzas radicales nacionalistas llegaron al poder con la ayuda de países occidentales tras un golpe de Estado armado). Tras ello, comenzó un desprecio total por los principales derechos humanos y las libertades; todavía siguen impunes los crímenes que fueron cometidos en Maidán en febrero de 2014 y en Odesa en mayo del mismo año. A pesar de esto, hoy tratan de imponernos una narrativa totalmente distinta sobre una agresión rusa como la causa primaria de todos los desastres. El régimen de Kiev le debe su impunidad, por supuesto, a supervisores occidentales, sobre todo de Alemania, Francia y Estados Unidos”.
Cierto, las masacres en el este ucranio, promovidas por el régimen de Kiev, han sido el pan de todos los días desde 2014, y ninguna de las hoy “muy preocupadas” naciones occidentales ha dicho ni pío, aunque organizaron y apoyaron el golpe de Estado para que grupos neonazis tomaran el poder, de tal suerte que la denuncia de Lavrov ha sido puntual. Por ello, dijo, “fue inevitable el operativo militar ruso, pues Ucrania planeaba desempeñar el papel de trampolín para ejecutar amenazas contra nuestra patria”.
Ese es el ambiente, y como lo ha subrayado el presidente López Obrador, en el caso de la guerra en Ucrania, como en tantos otros conflictos que permanecen activos, la diplomacia ha fallado rotundamente y la ONU (supuesto máximo exponente de ella) no ha hecho nada para promover la paz y el acercamiento entre las partes. Por el contrario, voltea hacia otro lado a la hora del masivo envío de armamento occidental al régimen de Kiev y la decisión del gobierno estadunidense de azuzar el conflicto.
Ante tal panorama, México presentó al Consejo de Seguridad de la ONU la propuesta de mediación para la paz en Ucrania. Marcelo Ebrard subrayó que “aun en medio de la guerra el diálogo y los acuerdos son posibles. Con base en su vocación pacifista, México considera que la comunidad internacional debe canalizar ahora sus mejores esfuerzos para alcanzar la paz. En tal sentido, es que me permito compartir la propuesta para fortalecer los esfuerzos del secretario general, Antonio Guterres, mediante la formación de un comité para el diálogo y la paz en Ucrania, con la participación de otros jefes de Estado y de Gobierno, incluidos, de ser posible, Narendra Modi, primer ministro de India, y el papa Francisco” ( La Jornada, Arturo Sánchez Jiménez).
Se trata, dijo Ebrard, de “generar nuevos mecanismos para el diálogo y crear espacios complementarios para la mediación que fomenten la confianza, reduzcan las tensiones y abran el camino hacia una paz verdadera; desde el inicio del conflicto la posición de mi país se ha sustentado en nuestros principios constitucionales de política exterior, los cuales están en consonancia con los principios y propósitos de la Carta de las Naciones Unidas” (no intervención, solución pacífica de las controversias y proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza), de tal suerte que “resignarse a la guerra es siempre ir a un precipicio”.
Las rebanadas del pastel
Aún no se aclara si fue un lapsus o un giro de última hora (LitioMx, ¿empresa público-privada?), pero el gobierno mexicano ya le puso números al negocio: “valor potencial de 12 billones de pesos” (Secretaría de Hacienda dixit).