En mayo pasado, el presidente Andrés Manuel López Obrador recibió a Jorge Fons y a un grupo de cineastas, quienes le entregaron una carta sobre un proyecto para llevar el cine a comunidades apartadas. El hecho se supo, mas no el contenido de la petición, que ayer se compartió con La Jornada.
“Señor Presidente. Traemos una propuesta a su consideración que se inspira en: ‘Por el bien de todos, primero los pobres’ y en una duda preocupante: ¿Cuál es el cine mexicano, nuestro cine?, ¿el que hacemos o el que vemos? La respuesta que encontramos siempre es triste y desalentadora. ¿Por qué? Porque el cine mexicano no se ve, o se ve de manera tan escasa y mala que ha perdido su nexo familiar con los mexicanos. Esta desgracia, usted la conoce bien, devino a inicios de los años 90, cuando se discutió el TLC y se echó abajo la ley que protegía y garantizaba la exhibición del cine mexicano.”
Así comienza la misiva, que agrega: “Ahora son otros tiempos. Todo ha cambiado. En el sector de la exhibición desaparecieron las grandes salas, las de medio pelo y hasta las piojito del barrio y de los pueblos. Se construyeron las multisalas en los centros comerciales, se liberó el precio del boleto y los pobres quedaron fuera de la jugada. Se compraron su reproductor y sus películas piratas que, desde luego, son gringas.
“El cine de Hollywood se exhibe todo el tiempo y en todo el país como si fuéramos un Estado más de la Unión Americana. Uno se pregunta: ¿En ese cine, los mexicanos nos vemos y nos reconocemos? La respuesta la busca uno en la potencia de los medios y en la repetición del mensaje. Y sólo encontramos confusión y enajenación.”
En barrios pobres, aldeas...
La propuesta de los creativos del cine, entre los que estaban, además de Fons, Arcelia Ramírez, Jorge Zárate, José Sefami, Juan Carlos Colombo, Alberto Cortés y Jorge Sánchez, así como gente comprometida con el tema social, consistía en “crear una serie de salas populares en los barrios pobres, en los pequeños pueblos, en las aldeas, en las comunidades que carecen de un sitio de reunión donde se pueda ver cine. Algunas salas se construirían; otras se adaptarían en galpones, patios o salones de presidencias municipales, escuelas rurales, etcétera. Y ahí se exhibiría cine mexicano, latinoamericano y cine del mundo que también hemos dejado de ver en la exhibición comercial”.
Los realizadores indicaron al titular del Ejecutivo que en México “estamos produciendo una muy buena cantidad de filmes actualmente. Destaca el flujo de jóvenes, mujeres y hombres, que realizan sus óperas primas y se expresan en todas las especialidades de nuestra industria cinematográfica. Pero la mayoría de ese cine se ve mal, poco o, de plano, no se ve. ¿Qué hacer con un cine que no se ve y un público de pobres que no tiene la posibilidad de asistir a las salas? Creemos que la creación de esas salas populares puede ser la solución. Las inversiones públicas que se hacen para la producción de nuestras películas son importantes y se realizan para que todos las veamos. Pero si estas películas se ven a cuentagotas, es un desperdicio económico y sobre todo cultural”.
Los visitantes al Palacio Nacional en aquel mes, comentaron que “el cine es cultura y nuestros compatriotas del cerro, de los poblados, de las rancherías, de los barrios, tienen el derecho a esa cultura y creemos que con estas salas populares podemos resolver este problema de dos caras: mexicanos que no ven cine y películas mexicanas que no son vistas. Nuestras salas populares serían modestas, pero dignas, agradables y con equipos que garanticen una excelente exhibición. Siempre pensando en que el precio de entrada a estas salas será simbólico, muy bajo para que se cubran gastos o, de ser necesario, gratuito”.
La oferta de los cineastas en ese tiempo era “apenas una idea para estudiarla, perfeccionarla y, de ser posible, realizarla”.