El percusionista Antero Chávez falleció el miércoles pasado a los 77 años. Elevó a la categoría de obra de arte la ejecución de los platillos en las orquestas sinfónicas de las que formó parte. Con una sola nota en un concierto de dos horas y media, se llevaba la noche.
Fue integrante durante casi dos décadas del cuerpo de percusionistas de la Filarmónica de la Ciudad de México, pero en realidad fue puma de corazón. Se formó en la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (Ofunam), donde contrapunteaba la espectacularidad de Eduardo Mata en la batuta sobre el podio y él, Antero, al fondo del escenario del auditorio Che Guevara, entonces sede de la agrupación, hacía estallar la nota insular de la noche para convertirla en magnos fuegos de artificio.
Precisamente en ese auditorio protagonizaba también la algarabía de las multitudes de jóvenes que nos escapábamos de clases para disfrutar los maratones de cortos de Chaplin. Por encima de las toneladas de carcajadas del auditorio lleno, las de Antero resonaban profundas, sentado junto a mí en las escalinatas, pues ya no había butacas libres.
Los percusionistas en las orquestas sinfónicas tocan pocas notas durante un concierto. Asistíamos muchas veces sólo por verlo, sabedores que el repertorio anunciado incluía momentos de platillazos espectaculares.
Antero preparaba el momento con maestría de dramaturgia, suspense y emoción. Antes de que sonaran sus platillos, ya lo disfrutábamos, porque los blandía en el aire y al hacerlos sonar hacía un gesto espectacular con su rostro y todo su cuerpo, voluminoso él. Y el público enloquecía de placer. La piel chinita. Y el gigantesco Antero sonreía. Tan generoso de carnes que en gesto de amistad, cariño y admiración lo apodé El Orson Welles de los platillos.
Además de uno de los mejores percusionistas de la historia de la música en México, Antero Chávez fue un hombre de buen corazón, cinéfilo, lector y dueño de un soberano estilo del humor.
En el medio musical mexicano retumba una de sus frases célebres: “No sé nada de música, pero eso sí, nota que me toca, nota que me la chingo”.