El profesor Vicente Estrada Vega, egresado de la Normal Rural de Ayotzinapa, regresará esta semana al Campo Militar Nº 1. Estuvo allí tres semanas, a partir del 9 noviembre de 1974, cuando fue desaparecido y torturado. Vuelve ahora como parte de un grupo de víctimas y sus familiares que acompañan a la Comisión de la Verdad que atenderá los casos de la guerra sucia en México.
Vicente, también conocido como Dionisio , Jorge y César, fue dirigente de la seccional Ho Chi Minh de la Liga Comunista Espartaco. Amigo de Lucio Cabañas desde que eran estudiantes en la Raúl Isidro Burgos, fue acusado de ser parte de la Brigada de Ajusticiamiento Campesino del Partido de los Pobres. Según reporta el capitán Luis de la Barreda, director federal de seguridad, un detenido en 1971 declaró que “Estrada Vega era uno de los elementos que adoctrinaba en marxismo-leninismo a los campesinos que siguen a Canañas” (https://bit.ly/3UcNZrr).
Vicente recuerda aquellos días: “Me detuvieron en Ayotla. Ahí vivía en un cuartito. Mi esposa, Teresa Franco, logró mantener la chamba en Nezahualcóyotl. Como yo me dedicaba al trabajo con los compañeros en el campo, teníamos esa vivienda. Estuve en el Campo Militar dos semanas. Estuve sentenciado 13 años y salí a los cuatro. Después me llevaron a Lecumberri dos años. Los presos políticos estaban en la M; a mí me mandaron a la B, donde estaban los presos comunes. Se vino la reforma penitenciaria y nos cambiaron de Lecumberri a los reclusorios nuevos. Me tocó el Oriente. Cuando llegué allá, nos aislaban y nos metían en un cuarto oscuro. Y luego nos tenían que sacar a pasar lista. Nos ponían aparte. Fue una experiencia porque tuve la oportunidad de hacer un trabajo de conciencia.
“Siempre pensé que algún día podíamos caer en la cárcel; estaba hecho ya para eso. Cuando caí, no me sorprendió nada. Tampoco con el maltrato y la tortura. Lo consideré natural. Como algo por lo que ni vale la pena llorar. Si a la hora de la hora te lamentas porque no supiste a lo que te metiste, ¿qué trato puedes esperar?
“En el momento de los interrogatorios siempre tuve presente que: ‘primero, mi delito es por una lucha, y segundo, si me voy a morir, es que ya se me llegó la hora’. Les decía a mis torturadores cuando me querían poner la pistola en la cabeza: ‘No tiene caso. Si son los últimos momentos de mi existencia, los acepto, pero muero en protesta. El delito que nosotros cometimos fue tratar de ponernos del lado de la gente pobre’.
“Me metían toques, me metían quemadas de cigarro. Pero yo tenía algunas ventajas. Por ejemplo, con las quemadas de cigarro yo tenía el cuerpo lleno de sudor y el cigarro se apagaba. Sí me quemaron, pero poco.
“Yo les decía a los compañeros: ‘¡No se espanten! Si se metieron en esto, ¿qué no sabían lo que esperábamos? No se rajen, hay que mantenerse siempre con el coraje necesario para decir que aquí estamos’.
“Me metieron al famoso pocito. Me amarraban de los brazos, me ponían en una cruz de palo y me ahogaban en una pileta de agua. Yo fui nadador toda mi vida y, cuando estaba en el internado, me gustaba jugar a las ahogaditas. El mejor era el que más tiempo aguantaba con la cabeza dentro del agua. Yo lograba aguantar hasta dos minutos, minuto y medio.
“Cuando mis torturadores me metían al agua, a los 30 segundos, yo empezaba a decir que estaba tragando agua en abundancia. Abría la boca. Ellos pensaban: ‘Ya se está ahogando’. Me sacaban. Cuando vi que me sacaban, me dije: ‘Éstos no me quieren ahogar, nomás me están probando para ver si así digo lo que ellos no me pregunten’. Ese era el secreto. En las torturas te decían: ‘¡Hable, hable!’ Yo les respondía: ‘¡Pregúntame! No sé qué quieras saber’.
“Me daban toques con los alambres eléctricos. Cuando estaba en el internado jugábamos a agarrar los alambres de electricidad y se nos ponían los brazos duros. Los compañeros de la escuela hacíamos cola, dándonos toques eléctricos. Entonces, cuando me torturaban con los toques, era algo que yo ya había vivido. Sabía qué iba a pasar.
“Para muchos la tortura es muy dura porque no han batallado en la vida. Pero yo ya había vivido muchas cosas. Cuando usaba huarache calentano, la uña se me cayó muchas veces por tropezones. Hoy ya uso un huarache que me tapa la uña, pero antes estaba descubierta la parte delantera del pie. Cuando le pegaba a una piedra se me estrellaba la uña, y debía seguir caminando. Yo ya sabía lo que es ese dolor cuando en la tortura me arrancaban las uñas.
“No es igual para una persona que nunca ha sufrido nada, que nunca ha visto una gota de sangre y se espanta. Hasta en eso hay que ser proletario. Los proletarios son aquellos que se enfrentan a la vida de muchas formas. No siempre están bien cuidaditos. Están expuestos a accidentes de trabajo, en los que pierden manos y dedos. Eso hace que se tenga una mentalidad diferente.
“Estábamos impuestos a aguantar todo con sangre fría. Podía tener al enemigo más peligroso enfrente y sabía que, si me espantaba, era peor. Así es que, frente a esos asesinos, torturadores, no hay que acobardarse porque te tratan peor.
“A pesar de que me fui a la cárcel, de que estuve cuatro años preso, cuando dieron la amnistía hablé con el presidente de la República Vicente Fox y le dije: ‘Voy a seguir sobre mis pasos. Nosotros no hemos cometido ningún delito. Somos producto de delitos del orden común, pero por motivación social. No estamos arrepentidos de nada’.”
Desde entonces, Vicente Estrada ha seguido luchando por las familias de las víctimas y desaparecidos de la guerra sucia . Nunca ha dejado de poner el dedo en el renglón. Esta semana regresará con sus verdugos, al Campo Militar Nº 1, donde estuvo desaparecido y fue torturado, para insistir en que, si no hay verdad, justicia, reparación del daño, restitución del tejido social y fin a la persecución de los antiguos combatientes, no habrá paz verdadera.
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