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Política

2022-09-20 06:00

¡Deténganse!

Periódico La Jornada
martes 20 de septiembre de 2022 , p. 17

Por un tiempo indefinido la prédica de AMLO será un grito en el desierto. La réplica fue inmediata: “@lopezobrador, ¿su plan es mantener a millones bajo ocupación, aumentar el número de entierros masivos y dar tiempo a Rusia para renovar las reservas antes de la próxima ofensiva? Entonces su ‘plan’ es un plan ruso”, escribió taimadamente, en redes sociales, un tal Mykhailo ­Podolyak, asesor de Zelenzky. El Presidente lanzó su arenga de pactar una tregua en Ucrania, al menos por cinco años, a sabiendas de la alta probabilidad de toparse con oídos sordos: “Nunca será en vano luchar por la justicia y por la paz”, dijo con vehemencia.

China no quiere la guerra, pero nada puede hacer por evitarla. Peor aún, actúa, contra su voluntad, en el sentido que está operando Biden: separar el mundo en bloques excluyentes. Su tendencia de largo plazo, que la convertiría en la potencia dominante en un mundo globalizado, fue frustrada por la invasión de Rusia a Ucrania, que así dio entrada a los planes imperiales de EU de debilitar a Rusia mediante una guerra proxy, en la que son expertos los estrategas gringos, transfiriendo armamento, logística, información de inteligencia y financiamiento. Para proseguir con China, también mediante una guerra proxy: a inicios de este mes el Departamento de Estado de EU aprobó la venta de un paquete de armas valorado en mil 102 millones de dólares, destinado a Taiwán, que incluye 60 misiles antibuque AGM-84L-1 Harpoon Block II y cuatro misiles de ejercicio ATM-84L-1 Harpoon Block II. Además, 100 misiles tácticos AIM-9X Block II Sidewinder y cuatro unidades de guía táctica AIM-9X Block II.

Aunque de perfil, China se pone del lado de Rusia. Juntos operan la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Los objetivos de origen de la OCS habían sido impulsar un nuevo orden internacional multipolar, frenar los objetivos imperialistas del Occidente desarrollado, liderado por EU, y buscar poner fin a unas guerras económicas siempre en detrimento del Sur global. Fundada por China en 2001, la OCS suma a Rusia, Kazajistán, Tayikistán y Kirguistán (el “grupo de los cinco”), y a Uzbekistán, Pakistán, India e Irán; además, a los “observadores” Afganistán, Mongolia y Bielorrusia, y a los llamados “socios del diálogo”: Sri Lanka, Turquía, Camboya, Nepal, Azerbaiyán, Armenia, Egipto y Qatar, Bahréin, Maldivas, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y Myanmar. La OCS representa 45 por ciento de la población planetaria, y algo más de 30 por ciento del PIB mundial. Hay ahí países enfrentados (Azerbaiyán y Armenia, en una guerra sin fin), pero todos buscan las oportunidades económicas abiertas por la iniciativa china Belt and road, y las ventajas en el acceso al gas, el petróleo y el carbón de Rusia. Hay también objetivos estratégicos: desde antes de la pandemia habían iniciado un movimiento hacia la desdolarización de las relaciones comerciales internacionales, al menos en el ámbito de la OCS, mediante la recuperación del patrón oro, sin desventajas para los socios. La OCS confluye así en la construcción de un bloque; una tendencia que refuerza los planes de EU: la exclusión del mundo globalizado de los países de la OCS, especialmente China y Rusia.

La guerra está viva. Biden ha dicho varias veces que será de larga duración. Él se encargará de que así sea. Pareciera que nunca ha estado tan lejos la paz y aun una tregua. Y, mientras Zelenzky avisa que ya “ha empezado a ganar la guerra”, y Putin se burla –“pues que se atreva, veremos en qué para”–, Europa vive la peor “paz” que haya tenido nunca: se sabe un penoso continente pusiláname frente al Jefe de jefes que habita la Casa Blanca. Europa no está en el campo de la paz o de la tregua. Y los países de la periferia del centro dominante podrían sumarse al llamdo de AMLO, pero su voz por ahora apenas pesa en el ámbito internacional.

Pese a todo, si la vesania nuclear no revienta, la guerra tendrá un fin, forzosamente. Por eso no es vano el urgente llamado del Presidente. El Sur global (me refiero al concepto que vincula a los países que tienen una historia interconectada de colonialismo y neocolonialismo) en general ha rechazado la invasión de Rusia a Ucrania, pero no se ha sumado discursivamente a la guerra de Biden de “la democracia contra las autocracias”, menos aún a la guerra de las sanciones. En algún momento el Sur global será un espacio donde la demanda por la paz debe prender.

Pero hay más y, quizá, más pronto. El gobierno europeo, sirviendo a Biden, camina en la orilla del desfiladero. Durante el otoño y el invierno próximos, la siempre pletórica Unión Europea conocerá los estragos del frío, por la falta del gas y el petróleo rusos. Los movimientos de masas parecen estar en el hervidero. De modo que las demandas por la paz y la regularización de la disposición de combustibles a la que están habituados, harán lo suyo. Sería una grieta difícil de medir en el centro imperialista, especialmente si la protesta europea contagia a los propios estadunidenses.

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