El 19 de septiembre de 1962, un grupo de ex alumnos de la generación 1927-1931 de la entonces Escuela Nacional de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), invitó al doctor Ignacio Chávez, rector de nuestra casa de estudios a una reunión por su 30 aniversario y le informó de lo que en ese lapso habían hecho sus miembros en beneficio de México, gracias a lo que habían abrevado en su universidad.
En su respuesta, el rector Chávez, en un discurso memorable, les agradeció el que “rindieran cuentas de sus actividades a su alma mater”, y los invitó a que “en un gesto de dignidad todos los profesionales salidos de una escuela o facultad universitaria se agruparan en una sociedad de egresados… que por un pacto de honor mantuvieran el contacto con su escuela, y que, reconociendo que la deuda contraída [que] es de las que no se saldan nunca, continuaran apoyándola indefinidamente…”, comprometiéndose a aportar durante toda su vida, a la universidad, la simbólica cuota anual –200 pesos–, en un acto de gratitud que, además, los vinculara con ella permanentemente.
Miguel Beltrán Valenzuela, líder de la generación, tomó aquella invitación como un compromiso de vida, como “un acto de fe”, como un pacto indisoluble con su escuela y lideró, con un entusiasmo sin límites a un grupo, si no mal recuerdo de 19 ingenieros –hoy somos varios miles– que, hace 60 años fundamos esta benemérita agrupación que es la Sociedad de Ex Alumnos de la Facultad de Ingeniería (SEFI), cuyo noble objetivo no era –ni es– otro, que ser el vehículo para que los egresados de la hoy Facultad de Ingeniería de la UNAM, “apoyaran económica y moralmente” a la universidad y particularmente a su facultad y que en una forma simbólica, le retribuyeran algo lo que mucho que de ella han recibido. Una de nuestras primeras acciones fue la restauración del maravilloso Palacio de Minería, cuna, sede y símbolo de la ingeniería mexicana.
Escribo este artículo en memoria de aquel grupo, del que soy el único sobreviviente, y como exhorto de impecable continuidad a los miembros actuales, y como propuesta a otros universitarios, de emular a esta agrupación, que no sólo ha cumplido con el objetivo original, sino que ha sido fuente inspiradora de varias acciones y organizaciones, de las que relato sucintamente algunas en las que he tenido la fortuna de participar.
He tenido el privilegio único de haber sido invitado como partícipe del nacimiento de SEFI, y el de haber ocupado, durante estos 60 años, con enorme satisfacción, todos los cargos y responsabilidades en la sociedad, como socio fundador, presidente honorario –cuando fui director de la Facultad de Ingeniería de 1978 a 1982 y, por tanto, beneficiario directísimo del apoyo incondicional y permanente de la SEFI–, presidente del Consejo Directivo de 1985 a 1986 y miembro de su Consejo de Honor.
La experiencia extraordinaria de la SEFI me llevó a proponer años después, al rector Guillermo Soberón, cuando yo era secretario auxiliar de la UNAM, la creación del Club Universidad, para que ex alumnos universitarios manejaran el equipo profesional de los Pumas, en nombre y para beneficio de la UNAM, asumieran la responsabilidad administrativa, deportiva y económica del equipo, que “no podía ni debía –como decía el rector– pagar más a Cabinho, nuestro gran jugador, que a Marcos Moshinsky, uno de nuestros grandes investigadores”. Las pérdidas, propusimos, si las hubiera, correrían a cargo de los egresados y los superávits, serían entregados a la UNAM, para sus actividades sustantivas, lo que se logró en forma por demás exitosa. “Contrato leonino” –como señaló irónica y fraternamente el ingeniero Bernardo Quintana, primer presidente de los Pumas, a quien acompañé como vicepresidente–, ¡pero que ningún universitario de corazón puede rechazar!
Años después, como director de la Facultad de Ingeniería, creé, con Jorge Velasco como director musical, la Academia de Música del Palacio de Minería y su Orquesta Sinfónica –que el próximo año cumple 45 años de existencia–, e invité, no sólo a imagen y semejanza de la SEFI, sino a miembros de la misma, 52 colegas, los más aficionados a la música clásica, a integrar un patronato que garantizara su permanencia, ante algunas turbulencias universitarias –que las hay con alguna frecuencia en nuestra noble casa–, que se presentaron al salir yo de la dirección de la facultad, y que luego se constituyó en una asociación civil que funciona excepcionalmente, como lo demuestran las 45 temporadas de éxitos rutilantes.
La Fundación UNAM, que ha hecho una labor excepcional en beneficio de nuestra Casa de Cultura y de infinidad de alumnos universitarios de escasos recursos que de ella reciben becas económicas que les permites estudiar, es otra organización que heredó los genes de la SEFI.
Así, la SEFI, no ha sido sólo esa organización cuyos únicos y nobles fines de ayudar económicamente a la UNAM y a su Facultad de Ingeniería se han sostenido inmaculados, sin dejarse manchar por la sombra de ninguna ambición política, sino también madre nutricia de muy diversos actos y organizaciones, actos educativos singulares que apoyan las funciones sustantivas de la Universidad Nacional.
Celebremos con júbilo estas seis décadas de existencia de una organización ejemplar: la Sociedad de Ex Alumnos de la Facultad de Ingeniería de la UNAM.