La educación mundial enfrenta una de las crisis más profundas en la historia, advierte la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Los aprendizajes han caído a niveles tan bajos, asegura, que 64 por ciento de los niños de 10 años no pueden leer ni entender una historia sencilla escrita.
En la Cumbre para la Transformación de la Educación, que se lleva a cabo en Nueva York hasta mañana, señala que 90 por ciento de los estudiantes interrumpieron su formación por la pandemia de covid-19, lo que afectó severamente su acceso al conocimiento.
A ello se suma que 220 millones de menores no han regresado a las aulas debido a conflictos armados, desplazamientos forzados, desastres climáticos o pobreza.
En el encuentro, que reúne a líderes del sector, representantes de organizaciones civiles y ministros de los países miembros, António Guterres, secretario general de la Organización de Naciones Unidas, lanzará un llamado para mejorar el acceso a una instrucción equitativa e inclusiva, que no deje a nadie atrás, permita la recuperación de aprendizajes, así como a optimizar el financiamiento.
Los desafíos para garantizar a millones de niños y adolescentes el derecho a la formación son múltiples. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) advierte que la mitad de quienes sufren hambre son menores en edad escolar.
Subraya que la falta de comida tiene “consecuencias devastadoras para la educación y la capacidad de los estudiantes para recuperar el aprendizaje perdido durante el cierre de las escuelas debido al covid-19”.
De acuerdo con datos del PMA, la crisis alimentaria mundial habría dejado a 23 millones de menores de 18 años en situación de inseguridad aguda en este aspecto desde inicios de 2022, lo que aumenta a 153 millones la cantidad de niños con hambre, casi la mitad de los 345 millones de personas que sufren ese flagelo en 82 países.
El organismo también destaca que los programas de comidas escolares están entre las redes de seguridad social más grandes y efectivas para los alumnos, principalmente de educación básica, pues no sólo los mantiene en los salones de clase, principalmente a las niñas, también mejora su nutrición y los resultados de aprendizaje.
A lo anterior se suma el efecto positivo en las economías locales, al crear empleos y medios de subsistencia en las comunidades, y lo más importante, “ayudan a romper los vínculos entre el hambre, un sistema alimentario insostenible y la crisis del aprendizaje”.