Ausente Marcelo Ebrard por sus tareas como canciller –fue a un funeral a Londres–, la tarde morenista se la llevó la jefa de Gobierno de la Ciudad de México: “¡Presidenta, presidenta!”, fueron los gritos que acompañaron a Claudia Sheinbaum mientras saludaba, se tomaba fotos y repartía abrazos. Adán Augusto López apareció en la carpa un poco antes, y su llegada fue acompañada sólo por unos cuantos gritos de apoyo y algunos abucheos.
La escena era previsible. Lo novedoso fueron las continuas muestras de apoyo a gobernadoras y gobernadores. “¡Salomón, Salomón!”, “¡Marina, Marina!”, gritaban sin cesar los militantes que llegaron a congresistas gracias a que fueron incluidos en las listas por los mismos mandatarios estatales.
“Si las y los gobernadores se unen, se quedan con el partido”, planteó una dirigente el improbable escenario que, sin embargo, dibuja el nuevo rostro de Morena.
Un rostro al que se le pueden poner números. La primera votación, indicativa, fue sobre el proyecto de reforma a los estatutos, que incluía la ampliación del mandato del presidente y la secretaria general hasta 2024: la propuesta fue rechazada por 520 congresistas y aprobada por mil 807.
Una vez que se deshicieron de los medios –sólo invitados a presenciar la inauguración–, los morenistas arrancaron el debate sobre su reforma estatutaria. Hubo el mismo número de oradores a favor y en contra.
En el centro de la discusión estaban temas como la designación de dirigentes por encuesta, la facultad del presidente del partido para reservarse dos cargos del comité nacional (Finanzas y Organización) y la desaparición de algunas secretarías (como la de Educación, que encabezó el filósofo Enrique Dussel).
La iniciativa de reforma estatutaria era del Comité Nacional, pero en su discurso, Mario Delgado la endosó a los militantes Pedro Miguel y Rafael Barajas, que, aseguró, “hoy presentan una propuesta”.
Objeciones
Antes del debate, Bertha Luján, en su despedida de la presidencia del Consejo Nacional (que ocupaba desde 2015), resumió las objeciones de una parte de la militancia al proyecto estatutario: “No conocemos ninguna organización que renuncie a su derecho a elegir a quien los represente”, señaló, por ejemplo, respecto de la designación de dirigentes por encuesta abierta a la población.
Luján también pidió que el proyecto de reforma fuese discutido y aprobado por partes y no en paquete, como finalmente ocurrió.
La discusión tuvo momentos de tensión, sobre todo cuando Rafael Barajas, El Fisgón, tomó el micrófono para defender la propuesta de reforma. “Se puso como fiera, insultando y gritándole a la gente”, informó una congresista desde las primeras filas.
Barajas defendió el planteamientos de que el presidente del partido tenga la atribución de nombrar a los secretarios de Finanzas y Organización. “Es proponer, no imponer”, quiso explicar, y el clamor de protesta arreció. “Somos minoría, pero muy gritones”, decía un congresista.
Barajas siguió hablando en medio de gritos (“¡el pueblo pone, el pueblo quita!”) de la “necesidad política” de aprobar la propuesta en sus términos y completa, y lamentaba que una parte de los asistentes no la entendiera. “Es muy pinche simple, carajo”.
Y siguió: “La izquierda tiene una vieja tradición de lucha fratricida y solemos enfrascarnos en discusiones verdaderamente absurdas entre nosotros… Carajo, pinches pleitos internos…”
“¡Votación, votación!”, vociferaba una porción quizá mayoritaria de congresistas, pero el ejercicio del sufragio demoró largos minutos, pues, a esas alturas, al menos un tercio de los asistentes había salido a tomar aire o bien a intercambiar apoyos para lograr lugares en el Consejo Nacional (Alfonso Durazo, gobernador de Sonora, fue elegido nuevo presidente de ese órgano).
Al filo de las 10 de la noche, el tercer congreso votaba a los nuevos integrantes del comité nacional y se preveía que la abultada agenda terminaría de desahogarse a la una de la madrugada.