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Cultura

2022-09-18 09:47

'Sanctorum' muestra que el problema del campo mexicano es la criminalización

Foto grama del filme documental y fantástico

Ciudad de México. “Aún no sabemos si es bueno o malo, no sabemos qué está provocando ese ruido… proviene de arriba, no está en el pueblo ni en la tierra. Está en el aire y en el cielo”, comenta el esposo, mientras unta con frijoles un trozo de tortilla y le da sorbitos a su taza de café.

La pareja de ancianos, sentada sobre una rústica mesa, departe el alimento de la milpa mientras charla sobre el apabullante y temible sonido “como de campanas”, un ruido “como de autos”. Ignoran si la señal sea benigna o el anuncio de una catástrofe mayúscula, mientras, con parsimonia, la esposa le tira un pedazo de gorda a un gato que maúlla insistente.

Afuera de la cabaña de tierra apisonada, adobe y techo de canaletas, es el anuncio del fin del mundo para ese poblado pequeño, sencillo y calmado, que pareciera flotar, a la deriva, entre la niebla y los relámpagos. Entre más descendemos, encontraremos que los campesinos ejercen su oficio en sembradíos de mariguana regenteados por el crimen organizado, vigilados y violentados por la policía y el ejército, bajo la permanente amenaza de ejecuciones, desapariciones y despojos, hasta que liderados por el maestro de la escuela rural decidan oponerse, armados como pueda, mientras ocurren fenómenos sobrenaturales e inusitados en los alrededores.

“Ya estamos muertos pero debemos hacer algo. Todos los días matan a alguien, así vivimos. Escuchen todos, vamos a defendernos”, explica, rifle al hombro, Javier Bautista González, profesor tanto en la película como en la vida real en Huitotepec, quien enseña el pensamiento de Ricardo Flores Magón y la Constitución a los niños del aula multigrado.

Una fuerte raigambre rural

Hijo de una profesora que comenzó su labor como maestra rural –tenía que cabalgar dos horas diarias para dar clases–, a la que acompañaba de niño a las marchas por mejores salarios para el magisterio, el realizador poblano Joshua Gil Delgado pasó un año realizando su servicio social y comunitario en una telesecundaria de San Miguel Tzinacapan –cerca de Cuetzalan–, antes de finalizar su licenciatura en Comunicación por la Universidad Iberoamericana.

No sorprende, por tanto, que en 1994, devino un ferviente simpatizante del movimiento zapatista, viajando frecuentemente a Chiapas, organizando conciertos o recaudando despensas, ni que la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa en 2014 se encuentre muy presente en su obra, al igual que la consigna: “no somos cenizas, somos fuego”.

Esta conexión se profundizó al filmar su primer largometraje, La maldad (México, 2015), que le permitió conocer y acercarse a su abuelo, Rafael Gil Morán, protagonista de la cinta que le pidió ayuda con un guion que tenía escrito. “Fue un shock. Además de campesino, mi abuelo decía ser cineasta empírico, tocaba la trompeta y componía, toda las canciones que aparecen en la cinta son suyas. Me dio un muy buen motivo para arraigarme. Mi origen es una familia de campesinos”, explica el egresado del Master en Cinefotografía en la ESCAC de la Universitat de Barcelona.

A la búsqueda de nuevas tierras

Tras producir el colorido y sensorial documental Tierra mía (México, 2019), de Pedro González Rubio, sobre la gastronomía rural poblana, Joshua Gil (que tal es su nombre artístico) escribió un guion de apenas 15 páginas al que tituló Sanctorum (México-República Dominicana-Qatar, 2019), pero descubrió que su estado natal no le funcionaría porque necesitaba otras temperaturas y otras problemáticas sociales. Sus siguientes opciones fueron Guerrero y Michoacán. Recurrió entonces al periodista michoacano y scouter Daniel Fernández –fixer de Tierra de cárteles (2015), de Matthew Heineman, nominada al Óscar–, quien le recomendó adquirir seguros de vida. La película entonces no contaba con apoyos “de nada ni de nadie”, mucho menos un presupuesto hollywoodense.

Guerrero tampoco le resultó una opción, pues antes de emprender el viaje ocurrió la intercepción de siete periodistas en Acapetlahuaya, a los que despojaron de sus pertenencias a un escaso kilómetro del retén militar en 2017, por un centenar de individuos armados. “Si a ellos, les sucedió algo así, yo estoy hundido, perdido. En el momento en que me quiera meter, así sea con celular, no voy a volver”, explica.

Entonces, con ayuda del cineasta y exhibidor en el Cineclub Mixe et ääw, Damián Martínez Vázquez (Marcos, en la película), acudió a Tlahuitoltepec para pedir permiso a las autoridades comunitarias de observar el pueblo y recorrer sus alrededores. A cambio, recibió una lista de necesidades que iban desde herramientas para carpintería, pintura para la escuela, madera para las butacas, instrumentos musicales y atriles, que pudieron comprar gracias al fondo aprobado en la exención fiscal de Eficine, además de un video promocional sobre el parque ecoturístico local.

“Entregamos esta ofrenda, un trueque, no había manera de ponerlo en una carpeta ni de explicarle a nadie. Además querían que se supiera en dónde se filmó, lo que nos dio temor, principalmente porque filmamos en plantíos de mariguana reales –conducidos con vendajes en los ojos– y nunca vamos a revelar dónde están, tampoco fue en Tlahuitoltepec ni en Huitepec. Había que protegerlos a toda costa, al final armamos un contexto legal muy bueno y pudimos poner los nombres de todos, pues son actores”, dice.

Infiltración del narco

Sanctorum, hablada en ayöök del norte, gira en torno a una madre campesina asesinada (la fotógrafa y realizadora Nereyda Pérez Vázquez), cuyo pequeño hijo desolado (Erwin Antonio Pérez Jiménez), sale a buscarla de noche, en el bosque repleto de luciérnagas, entre una manada de xoloescuincles que lo conducirán al Mictlán, y de hombres de fuego que descienden para arrasar con ese mundo.

Luego de ganar el Premio del Jurado en Amiens; el Fipresci y de la Crítica en el Cinélatino de Toulouse; el Gran Premio del Jurado en el Sanfic de Santiago; Mejor Director y Guerrero de la Prensa en Morelia; Largometraje Mexicano en Monterrey, y el Ariel a Mejor Música Original, el filme documental y fantástico estrenará en la cartelera mexicana el jueves 22 de septiembre por medio de Parábola Cine y Distribución en 40 salas del país.

“La raíz es denunciar el mayor problema del campo mexicano actualmente, independientemente de que esté muriendo o secando, que es la criminalización. Pareciera que los indígenas campesinos son mexicanos de tercera, aunque también sean ciudadanos, y hubo políticas muy claras para desaparecerlos. Sabemos es que están rentando o vendiendo sus tierras al narco para salir adelante. Por un kilo de mariguana, ya cosechada, seca y limpia, les pagan mil pesos, cuando ese mismo costal, en el mercado, vale hasta 100 mil pesos. Eso es lo que hace que la peor parte del negocio se la lleven los campesinos. Era muy importante que la película fuera una bandera de batalla para ellos: vamos a resistir pero ya no con la cabeza agachada, sino con palos, con armas y con lo que sea”, finaliza.

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