Nostalgia y posteridad. Quisiera recordar al Godard que conocí en París en 1969 a través de un grupo maoísta de activistas vinculados a movimientos artísticos y sindicales. Por esa época, junto con un pequeño grupo de mexicanos, sudamericanos y franceses formamos un comité internacional de apoyo al pueblo mexicano en lucha, cuyo propósito central era presionar al gobierno para liberar a los presos políticos estudiantiles. Dicho comité, cuyo vocero era un prestigiado activista francés, Roger Foirier, contaba con la presencia del filósofo y profesor de estética de la Sorbona, Olivier Revault D’Allonnes, como encargado de recolectar fondos de apoyo. Gracias a ese comité conocí a un sinnúmero de personalidades europeas, entre ellas a Jean-Paul Sartre, quien firmó un desplegado de intelectuales demandando la libertad de los presos políticos, pero sobre todo nos propuso mandar una comisión de abogados defensores de los derechos humanos para denunciar en México los grotescos e ilegales procesos que usó el Estado mexicano para condenar a varios dirigentes estudiantiles del movimiento de 1968. Propuso, además, que para obtener recursos filmáramos una entrevista con él y la vendiéramos a las televisiones europeas. Un militante de izquierda, cineasta y colaborador de Godard, Edouard Hayem –además, padre de una queridísima amiga mía, Sibylle– filmó la entrevista con cuyas ventas se pago una misión de abogados europeos a México.
El cine. Dijo Godard que “el cine no existe en sí. Es un movimiento. Una película no es nada si no se proyecta, y el hecho de proyectarse es un movimiento; No veo diferencia entre mi vida y el cine; antes tenía ideas sobre el cine, ahora las vivo”. (citado por Elsa Fernández-Santos, El País, 13/9/2022). Pero quizás su frase mas contundente es cuando pensó que el cine era eterno porque creía que él mismo lo era. Más tarde concluyó que el mejor cines es el que no se ve.
Banda aparte. Para mí una gran película (1964) de gángsters que contiene dos escenas inolvidables. Por un lado, la icónica escena del baile Madison a partir de una rockola en un café bar. Por la otra, la corretiza de los tres personajes por el Museo del Louvre que dura poco mas de nueve minutos.
Masculino, femenino. Esta película (1966) que pudo llamarse, según Godard, Los hijos de Coca-cola y Marx, me parece el exponente por excelencia del movimiento de la nueva ola francesa. La frescura del diálogo, el formato mismo y la incorporación del público a la película.
Le Mépris (1963). En esta adaptación de la novela de Alberto Moravia, la actriz encarna a una mujer harta de su marido, un guionista personificado por Michel Piccoli y, como siempre, mucho cine dentro del cine. Además de varios cameos: Jack Palance y Fritz Lang haciendo de sí mismos.
Pierrot le fou. Esta cinta creo que expresa mejor su legado profundo (1965). Belmondo, en una gran interpretación, encarna a un hombre que huye de su aburrida vida a la búsqueda de emociones, y termina pintado de azul haciéndose explotar con un cartucho de dinamita enrollado. Lo central es la ruptura de los personajes pasivos que ven un film, en personajes que participan comentando la acción. El mismo bang de la explosión se corresponde con la subversión de las reglas cinematográficas.
Estoy ensimismado pensando en esta nota y de pronto tropiezo con la noticia de que la frase “Morena es una organización política amplia, plural, incluyente y de izquierda” desaparecería del programa de acción, mientras el nuevo estatuto adicionaría que Morena será un “partido-movimiento político de mujeres y hombres libres que impulsa la cuarta transformación de México”. Insólita declaración de quien no ha sido ni lo uno ni lo otro.
Inmediatamente evoco la frase famosa: aspiro a la inmortalidad y después a morirme tranquilamente, que profiere un personaje en la película insignia de Jean-Luc Godard, Sin aliento.
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