La Junta de la Reserva Federal de Estados Unidos se volverá a reunir (https://bit.ly/3QEI8YY) los días 20 y 21 de septiembre, y aunque la mayoría de los analistas anticipa otra importante alza de tipos de interés, hay buenas razones para que la Fed ponga en pausa el decidido ajuste de la política monetaria que está llevando adelante. Los aumentos que aplicó hasta ahora frenaron la economía (el ejemplo más obvio es el sector de la vivienda (https://bit.ly/3BdQpxl), pero su impacto sobre la inflación es mucho más incierto.
Por lo general, el efecto de la política monetaria sobre la economía se produce con retrasos largos y variables, sobre todo en tiempos de agitación. Vista la profundidad de la incertidumbre geopolítica, financiera y económica (y en particular respecto de la trayectoria futura de la inflación), lo más prudente es que la Fed suspenda las alzas de tipos y espere hasta que sea posible una evaluación más fiable de la situación.
Hay varias razones para una pausa. La primera es básicamente que la inflación ya muestra una marcada desaceleración. El crecimiento del índice de precios al consumidor (IPC, el indicador más importante para las familias) fue cero (https://bloom.bg/3DiF5CF) en julio, y es probable que haya sido cero o incluso negativo en agosto. En tanto, el índice de precios para gastos de consumo personal (otro indicador muy usado que se basa en las cuentas del PIB) se redujo un 0.1% (https://bit.ly/3QONeSA) en julio.
Algunos querrán atribuir esta aparente victoria sobre la inflación al ajuste de la política monetaria. Pero ese argumento comete la falacia post hoc ergo propter hoc (dar por sentado que puesto que A sucedió antes de B, entonces A tiene que ser la causa de B) y confunde correlación con causalidad. Además, los factores principales del comportamiento actual de la inflación tienen poca relación con el freno a la demanda. Restricciones de la oferta provocaron un aumento de inflación, y factores relacionados con la oferta explican la reducción actual.
Es verdad que muchos economistas (incluidos algunos de la Fed) creyeron que las interrupciones de la oferta derivadas de la guerra de Rusia en Ucrania y de la pandemia se iban a superar en muy poco tiempo. Resultó que se equivocaron, pero sólo en relación con la velocidad con que se normalizarían las condiciones. Este error es en gran medida comprensible. ¿Quién hubiera pensado que a la legendaria economía de mercado estadunidense podía faltarle tanta resiliencia? ¿Quién hubiera previsto que sufriera una escasez crítica de leche de fórmula (https://cnn.it/3U7OWRz), de productos (https://wapo.st/3Bat5R3) de higiene femenina y de componentes (https://mck.co/3eGENuZ) para la fabricación de autos? ¿Estamos hablando de Estados Unidos, o de la Unión Soviética en sus últimos días?
Además, antes de que el presidente ruso Vladimir Putin empezara a acumular tropas en la frontera con Ucrania el año pasado, nadie podía predecir que habría una importante guerra terrestre en Europa. Y ahora nadie puede predecir cuánto durará, ni cuanto tiempo le llevará a la dirigencia política detener los aumentos de precios que trae aparejados (que en algunos casos sólo son resultado del aprovechamiento especulativo de la guerra).
Pero básicamente, lo que está ocurriendo con la inflación es muy sencillo: muchos de los factores de oferta que provocaron un aumento de precios al principio de la recuperación ahora se están revirtiendo. En particular, el precio de la gasolina conforme al IPC se derrumbó un 7.7 por ciento (https://bit.ly/3U55f1J) en julio, y hay índices privados que sugieren una caída comparable en agosto. Una vez más, esta inversión de la trayectoria de precios era predecible, la única incertidumbre tenía que ver con el momento en que ocurriría.
Otros precios siguen una pauta similar. En julio, el IPC núcleo (con exclusión de energía y alimentos) tuvo un aumento bastante moderado del 0.3%, (https://bit.ly/3BClpIA) y el índice de gastos para consumo personal con exclusión de energía y alimentos sólo aumentó un 0.1%. (https://bit.ly/3Dogaxw) Esto sugiere un alivio de las demoras en la importación de bienes (el problema detrás de los anaqueles vacíos y de los trastornos que experimentaron las empresas durante la primera etapa de la pandemia).
Hay datos recientes que respaldan esta inferencia. El índice de presión de la cadena de suministro global (https://nyfed.org/3eNxMse) que calcula el Banco de la Reserva Federal de Nueva York ha tenido una marcada caída desde el máximo alcanzado a finales del año pasado hasta situarse en un nivel apenas superior al de antes de la pandemia. Los costos de transporte marítimo todavía están muy por encima de los niveles prepandémicos, pero se han reducido casi 50 por ciento (https://bit.ly/3RCEzUi) respecto de los máximos del año pasado, y es probable que sigan bajando. Los precios de numerosas materias primas que experimentaron un gran aumento durante la pandemia y en los primeros meses de la guerra de Rusia cayeron a los niveles prepandémicos. Por ejemplo, el “índice seco” del Báltico (https://bit.ly/3diMerQ) se encuentra por debajo de su promedio de 2019.
La industria automotriz también superó los problemas creados por la escasez mundial de semiconductores; según el índice de producción industrial (https://bit.ly/3DmVypu) de la Fed, la fabricación de vehículos automotores en julio fue incluso mayor al nivel prepandémico.
Tras un año de recibir malas noticias sobre la inflación y sobre los factores de oferta que la causaron, ahora empiezan a llegar las noticias buenas. Y aunque a nadie se le ocurriría decir que la formulación de política monetaria deba basarse en apenas dos meses de datos, hay que destacar que las expectativas de inflación también se han moderado: tanto el índice de sentimiento de los consumidores de la Universidad de Michigan (https://bit.ly/3QK6PTE) como la encuesta de expectativas de los consumidores (https://nyfed.org/3qBKDR8) de la Fed de Nueva York comenzaron a mostrar un descenso de expectativas inflacionarias en julio.
La justificación habitual para un ajuste de política de la Fed es que es necesario para evitar un ciclo de autocumplimiento, en el que las expectativas de una mayor inflación por parte de trabajadores y empresas se trasladan a la fijación de precios y salarios. Pero esto no puede suceder cuando las expectativas de inflación están en descenso, como ahora.
Algunos analistas han sugerido que Estados Unidos necesita un largo periodo de más desempleo (https://cnn.it/3BdgVqy) para volver a llevar la inflación a la meta de la Fed. Pero sus argumentos se basan en modelos de curva de Phillips estándar, y la inflación actual no se conduce con la curva de Phillips (que da por sentado una relación inversa sencilla entre inflación y desempleo). Al fin y al cabo, el pico de inflación del año pasado no se debió a una caída pronunciada y repentina del desempleo, y la desaceleración reciente del aumento de precios y salarios no es atribuible a que haya alto desempleo.
A la luz de los datos más recientes, sería irresponsable que la Fed provoque un aumento deliberado del desempleo, llevada por una fe ciega en que la curva de Phillips sigue siendo aplicable. La formulación de políticas siempre se realiza en condiciones de incertidumbre, y hoy esta es particularmente grande. En momentos en que la inflación y las expectativas inflacionarias ya se están moderando, la Fed debe prestar más atención al riesgo que supone continuar el ajuste: en concreto, el riesgo de hundir a la vapuleada economía estadunidense en la recesión, debería ser razón suficiente para que la Fed se tome un descanso durante este mes.
Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía, es profesor distinguido en la Universidad de Columbia e integrante de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional.
Dean Baker es codirector del Centro de Investigación en Economía y Política(Washington, DC).