“Escribo a mano si es posible. Antes usaba una máquina, pero prefiero escribir a mano. A menudo escribo poco. Después no puedo releerme, así que vuelvo a escribir… Ya es algo”, expresó en 2020 el cineasta franco-suizo Jean-Luc Godard desde su casa a las orillas del Lago Lemán, en Suiza.
Con un puro en la boca y un encendedor en la mano, en marzo de ese año, su aparición en Instagram se volvió un acto cultural: Godard recibía a Lionel Baier, responsable del departamento de cine de la Escuela Cantonal de Arte de Lausana para hablar sobre las imágenes en tiempos del coronavirus, pandemia que sorteó. El cineasta no daba entrevistas. En esa charla, pese a su voz débil y temblorosa, encendió el puro durante los casi cien minutos que duró la transmisión y se dio tiempo para reflexionar, guardaba silencio, y volvía a fumar. “No lo sé, me sobrepasa”, admitía.
Ayer, agencias como Afp, Ap y Prensa Latina, además portales europeos dieron cuenta de la muerte, a los 91 años, de quien hizo del cine la forma de expresar su arte.
Con más de 50 películas, además de decenas de videos y cortometrajes, Godard fue el padre de la llamada nueva ola francesa y un cineasta arriesgado que durante décadas creó un estilo que osciló entre la experimentación absoluta y los grandes éxitos de taquilla. Para unos, es un genio, a veces incomprendido; para otros, un cineasta que en sus últimos tiempos se volvió muy hermético.
Múltiples patologías invalidantes
“Jean-Luc Godard recurrió a la asistencia legal en Suiza para una muerte asistida, a raíz de múltiples patologías invalidantes”, señaló a la agencia Afp Patrick Jeanneret, consejero de la familia, confirmando la información publicada por el diario francés Libération.
El anuncio del deceso tendría que haberse hecho dentro de “dos días”, agregó Jeanneret. Pero el comunicado tuvo que ser escrito a toda prisa a raíz de la filtración en la prensa de la información. La cremación será “de aquí a dos días, quizás” el miércoles, precisó. Indicó que “las cenizas permanecerán con su esposa”, Anne-Marie Miéville.
Godard era introvertido, un artista que prefería la soledad al relumbrón; amante de la provocación, pero celoso de su intimidad. Su deceso fue un ejemplo de ese secretismo. JLG, como también se le conocía en Francia, rechazaba los honores, que fueron muchos en su carrera: varios premios en los principales certámenes cinematográficos del mundo. Recibió un César de honor de la academia francesa por el conjunto de su obra, y la academia de los Óscar hizo lo mismo en 2010. En 2014 obtuvo el premio especial del jurado de Cannes por Adiós al lenguaje, y en 2018 se llevó la Palma de Oro especial por El libro de imágenes, su último largometraje. De las siete selecciones para la sección oficial de ese encuentro, no asistió a las tres últimas (2010, 2014 y 2018). Sin contar que en 1968, con un grupo de compañeros, bajó el telón del encuentro con una huelga. “No hay una sola película que muestre los problemas de los obreros y los estudiantes. Tenemos que demostrar la solidaridad del cine con ellos en Francia, aunque sea con retraso”, señaló esa vez.
Una de sus últimas apariciones mediáticas fue cuando anunció su retiro. Lo hizo en una entrevista virtual en el festival de Kerala. “Voy a terminar mi vida cinematográfica, mi vida como cineasta, haciendo dos guiones. Después de eso, diré: ‘Adiós, cine’”, añadió.
El director relató que uno de sus proyectos, Scenario, se realizó en colaboración con el canal público europeo Arte. El otro trabajo se tituló Funny Wars.
Las películas de Godard son inconfundibles por su montaje sincopado, la utilización de citas literarias, la intromisión de la política y por el uso innovador de la música. Con sus gafas de intelectual, asumía sin complejos su rol de pontífice de una nueva manera de entender el cine. “Cuando uno va, levanta la cabeza. Cuando mira la televisión, la baja”, indicaba.
Rompió con códigos
Nacido en París en 1930, formó un grupo que llamó “la nueva ola”, con André Bazin, François Truffaut, Jacques Rivette, Éric Rohmer y Claude Chabrol, entre otros. Se dio a conocer con Al final de la escapada, protagonizada por Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg. Otras cintas emblemáticas fueron: Sin aliento; Vivir su vida; Pierrot el loco; Made in USA; Todo va bien; Salve quien pueda, la vida; Yo te saludo, María; Nueva ola, y Éloge de l’amour…
Empezó como crítico de cine en la revista Cahiers du Cinéma (Cuadernos de cine). Cuando empuñó la cámara de rodaje su idea era que “había que acabar con el clasicismo que había inundado de nuevo al cine francés tras la Segunda Guerra Mundial”.
En Sin aliento, de 1960, que lo encumbró, ya utilizaba los travellings, la música de manera innovadora.
Godard gustaba de romper los códigos de su época al experimentar nuevas formas de grabación con cámara en mano, utilizando escenarios e iluminación naturales, abandonando el maquillaje de los actores y realizando un montaje deconstruido.
Nacido en una familia adinerada, creció en Nyon, Suiza, estudió etnología en La Sorbona, en la capital gala, donde se sintió cada vez más atraído por la escena cultural que floreció en el cineclub del Barrio Latino.
De acuerdo con Ap, tras trabajar como obrero en el proyecto de una represa en Suiza, empleó el salario para financiar su primera cinta, Opération Béton, documental de 20 minutos sobre la construcción de la represa. A su regreso a París, fue vocero de una agencia de artistas y terminó su primer largometraje en 1957, Charlotte et Véronique o Tous les garçons s’appellent Patrick, estrenada en 1959.
“Godard es el cineasta más grande. No es el único que filma como respira, pero es el que respira mejor. La historia del cine pasa una página (…)”, aseguró Truffaut. “Gracias, Jean-Luc, por los bonitos recuerdos que nos dejaste”, declaró ayer el actor Alain Delon. “Jean-Luc Godard es el Picasso del cine”, añadía Gilles Jacob, ex presidente del festival de Cannes. “Fue como una aparición en el cine francés. (…) El más iconoclasta de los cineastas de la nueva ola. Perdemos un tesoro nacional”, tuiteó el presidente francés, Emmanuel Macron.
A partir de los años 80, el hermetismo le fue ganando, y sus últimas obras, como la monumental Historia(s) del cine, cuatro volúmenes y una película, eran más bien collages de imágenes y sonidos. Sus compromisos políticos dejaron una pesada herencia de incomprensión, como su adhesión a la Revolución Cultural china. Esa década fue su época más fértil. Hizo películas de gran éxito, como Pierrot el loco.
Partidario de la causa palestina, realizó con Miéville Aquí y en otro lugar (1976), en la que compara a los judíos con los nazis, suscitando escándalo. Luego causó el enojo del papa Juan Pablo II con Yo te saludo, María (1984), en la que la virgen aparece desnuda.
A partir de los años 80 Godard se fue aislando en Suiza. En una ocasión dejó su epitafio: “Jean-Luc Godard, al contrario”.
En los últimos años, decía: “He perdido la memoria del instante, mis recuerdos más profundos los tengo”. Aunque a veces olvidaba a sus amigos, como cuando la finada Agnès Varda, única directora de la nueva ola intentó visitarlo, pero Godard se negó a recibirla. Pese a todo, ella no le guardó rencor: “Godard y yo somos dinosaurios”.