Desde hace 30 años, Rafael Suárez Suárez se dedica en los límites de Tláhuac y Milpa Alta al cultivo del amaranto en chapín, una técnica ancestral característica de la zona lacustre de la Ciudad de México en la que se hace germinar la semilla y después se trasplanta a una parcela, donde alcanza hasta dos metros y cuarto de altura.
Un mes después del trasplante, en una superficie de ocho hectáreas de tierra que arrienda, cuando las planta ya mide 30 centímetros, él recorre los surcos con el azadón para hacer “la primera labor de aporque y escarda”; con los pies, acumula tierra en el tallo para que tenga mayor firmeza, entierra las malas hierbas o las retira con la herramienta y va rompiendo terrones. Prepara la planta para su primera fertilización con un abono foliar que él mismo elabora.
En noviembre la planta estará lista para comenzar la siega y a fines de diciembre o principios de enero se cosecha con la máquina trilladora.
“Cuando se nos pone bueno realmente nos da máximo dos toneladas por hectárea, que serían 40 bultos. De aquí nos llevamos el grano a la casa, allí tenemos unos ventiladores que los hicimos con motores de bomba, una hélice de carro y con el harnero para limpiarla; y ya después la llevamos a la venta a Santiago Tulyehualco”, en Xochimilco.
Explicó que, como cada año, en esta cosecha reservó las mejores cañas para sacar la semilla y la siembra, que es tradicional, aunque muy laboriosa; manda a hacer almácigos en la chinampería de Mixquic, que consiste en sacar lodo de las zanjas y formar una cama que se corta en cuadros como de centímetro y medio en los que se efectúa una perforación para poner los granitos y se cubre con abono de caballo.
La planta nace a los tres o cuatro días y a los 20 o 25 se hacen acomanas, esto es separar los cuadros y los chapines se trasladan al terreno de siembra donde continuará su crecimiento hasta alcanzar la madurez. “Nos cobran de a mil 500 el almácigo que nos alcanza para una hectárea”.
Rafael elabora el fertilizante natural a base de un fermento de frutas que aprendió a hacer en cursos que impartió la Comisión de Recursos Naturales y Desarrollo Rural de la Secretaría de Medio Ambiente, “le echamos tres kilos de aguacate a 200 litros de agua, tres kilos de plátano, tres de guayaba, cuatro kilos de melaza, le ponemos 1.5 de ceniza y otras frutas más, ese es el fertilizante de frutas y de él ocupamos un litro para agregar 20 de agua”.
Por lo que ha leído en Internet, en su teléfono, afirma convencido que el amaranto es el alimento del futuro, no sólo por sus propiedades nutritivas al tener un mayor contenido de calcio y hierro que otros cereales, además de distintos minerales, y sobre todo porque la semilla dura muchos años, “yo he tenido semilla que me ha durado 15 años, pero dicen que dura hasta 50”.
Comentó que el amaranto no sólo sirve para elaborar las tradicionales alegrías, se puede hacer harina y se utiliza para producir galletas, panqués, atoles y tamales; la semilla germinada se puede poner sobre las ensaladas.
Agrega que con el amaranto también se hacen comidas saladas, como las albóndigas en caldo de jitomate. Dice que su esposa lo mezcla con harina de amaranto, carne molida de res o de pollo o con arroz, “tiene que llevar otra cosa porque se cuartea si es puro amaranto”, le pone cebolla y perejil picados, su sal, un huevo y hace las bolitas.
Luego hace el caldillo, muele en la licuadora los jitomates, chile, ajo, cebolla y lo cocina en una cacerola. En una sartén sofríe las albóndigas y luego las pasa al caldo para que se terminen de cocinar, “es muy sabroso”.
Rafael tiene ahora 61 años y cuenta que al igual que sus hermanos se dedica al campo porque son hijos de campesinos: “Somos cuatro ya nomás, falleció uno, y los cuatro que quedamos estamos sembrando el amaranto y la verdad siempre nos ha gustado el campo y ya que tenemos la maquinaria la aprovechamos”.
Recuerda que comenzó a trabajar la tierra para ayudar a su papá, agarró la yunta a los 12 años. Ahora es Mateo, su nieto de 10, quien lo sigue a la actividades del campo, lleva su propio azadón y va haciendo también la primera labor al amaranto en el surco de al lado. “Espero que siga mis mismos pasos, le gusta el campo, es un niño muy trabajador. Quisiera que siga así porque va a faltar gente en unos años más para trabajar el campo y quién sabe cómo nos vaya”.