En décadas recientes, el Partido Republicano ha derivado hacia el extremo más reaccionario. Trump sólo aceleró y cimentó la transición de ese partido hacia una organización antidemocrática y protofascista. Pero el fenómeno Trump es también singular en otros aspectos, y su impacto en la política se sentirá durante muchos años.
En esta entrevista, Noam Chomsky ofrece un profundo análisis de la evolución del entorno político estadunidense y de cómo la lucha de clases y la represión han convertido a la cultura empresarial en la fuerza dominante, que ha llevado a la sociedad de Estados Unidos hacia una distopía neoliberal. También arroja luz sobre por qué el Partido Republicano ha convertido la política del país en una batalla cultural, al postular políticas que suprimen los derechos sociales y ahorcan la libertad intelectual.
C. J. Polychroniou (CJP): Noam, el Partido Republicano se ha convertido en una organización descaradamente antidemocrática, que conduce a Estados Unidos hacia el autoritarismo. ¿Qué es lo que da forma a su carácter actual?
Noam Chomsky (NC): Lo que se despliega ante nuestros ojos es una especie de tragedia clásica, cuya sombría conclusión viene dada de antemano. Los orígenes están muy arraigados en la historia de una sociedad que ha sido libre y próspera para los privilegiados, terrible para los que se interponen en su camino.
En la guerra abierta de clases de los años neoliberales, los partidos políticos se adaptaron al asalto de las empresas y ayudaron a acelerarlo. Los demócratas abandonaron su limitado compromiso con la clase trabajadora y se volvieron un partido de acaudalados profesionales. Los republicanos moderados, que apenas si se distinguían de los demócratas liberales, desaparecieron.
Es muy notable ver lo que ha ocurrido a los restos de lo que alguna vez fue un auténtico partido, en el caso republicano. Actualmente, las calificaciones para el Congreso se reducen en gran parte a votar “no” si McConnell lo ordena y hacer viajes ocasionales a Mar-a-Lago para sacar brillo a los zapatos de Trump.
La base popular del partido ha sido afectada por esta declinación, en particular en los años del culto a Trump. Alrededor de 70 por ciento cree que la elección de 2020 fue robada. Dos tercios “creen que los cambios demográficos del país son orquestados por ‘líderes liberales que intentan ganar poder político remplazando a más electores blancos conservadores’”, la teoría de la gran sustitución, que hace no mucho tiempo se restringía a la periferia neonazi.
Trump ha expresado con claridad su intención de “secar el pantano”, al destruir el servicio civil no partidista que es el fundamento de cualquier cosa parecida a una democracia. Las recientes conferencias en Budapest y Dallas, en las que la Conferencia de Acción Política Conservadora –el eje del Partido Republicano– fue la atracción principal, dejaron en claro hacia dónde se dirige la organización. Su guía es Viktor Orbán, cuyo gobierno cristiano radical racista y protofascista es ensalzado como el ideal para el futuro. Para el mundo, es probable que se consolide el proyecto de Trump de construir una alianza de brutales estados reaccionarios. Y, peor aún, el mundo se acercará al desastre terminal en tanto fluyen las ganancias hacia las compañías de combustibles fósiles.
No podemos exagerar la importancia del hecho de que hoy día la mera supervivencia está en riesgo.
CJP: Los republicanos están mucho menos divididos sobre la cultura que los demócratas. ¿Será por eso que ese partido se esfuerza tanto en las luchas culturales en su intento de regresar al poder?
NC: Ese partido ha tenido un problema desde que eliminó sus elementos más liberales y adoptó el proyecto neoliberal de Powell-Friedman y compañía, desde principios de la década de 1970, y ganó el poder con Reagan. Expresado en términos simples, no es posible acercarse a los electores diciendo: “Voy a dejarte en cueros y a destruir todos tus sistemas de apoyo, así que vota por mí”. Ni siquiera un operador político como Trump podría hacer eso. Tiene que plantarse con una pancarta en una mano que diga “Te amo”, mientras con la otra nos da una puñalada en la espalda con los programas legislativos reales.
La solución son las guerras culturales, que desvían la atención de las políticas. Y está claro qué es lo que funciona con la población objetivo: el supremacismo blanco, el nacionalismo cristiano, el rechazo al aborto, montones de armas, no más escuelas públicas que molestan a los niños blancos enseñando historia o biología básica, no a la educación pública en general porque es manejada por fanáticos sexuales y marxistas.
El esfuerzo por eliminar la educación pública tiene un papel esencial en la embestida neoliberal que busca atomizar a la población y destruir los lazos sociales. Ha causado severo daño a lo que había sido una importante contribución estadunidense a la democracia: la educación pública de masas.
La izquierda del Partido Demócrata apoya a su manera la explotación de los “temas culturales” que hacen los republicanos. La política de clases, los derechos de los trabajadores e incluso los temas sociales y económicos han sido hechos de lado.
Los amos de la humanidad tienen claros sus intereses
CJP: La relación de larga data del Partido Republicano con los grandes consorcios muestra signos de profunda fricción sobre las causas sociales y culturales. ¿Qué probabilidad hay de que podamos presenciar un divorcio entre las dos entidades?
NC: No es muy probable. Creo que los amos de la humanidad entienden muy bien dónde están sus intereses y continuarán apoyando a los elementos proempresariales de los dos partidos, haciendo a un lado la retórica de que no esperan que éstos se traduzcan en políticas. Ese respaldo puede ser fastuoso ahora que las decisiones de la Suprema Corte ponen pocos límites a la compra de elecciones (Buckley vs. Valeo, Citizens United), que es sólo uno de los medios por los que los amos pueden asegurar que sus intereses “se puedan atender del modo más peculiar”.
CJP: Ha habido guerra de clases en Estados Unidos durante los 40 años pasados, y ha sido de un solo lado. Sin embargo, existen sucesos políticos recientes que indican que ya no es de un solo lado. ¿Está de acuerdo con esta evaluación?
NC: La guerra de clases es incesante, pero existen variaciones en cuanto a qué tan unilateral es. Por muchas razones históricas, Estados Unidos ha tenido un empresariado con gran conciencia de clase y extraordinariamente poderoso, que es la razón de fondo de la violencia y brutalidad de su historia laboral y de la falta de beneficios sociales, que ahora es extrema en términos comparativos. El periodo del Nuevo Trato fue una pausa, que se extendió hacia la década de 1970, que fue de transición y condujo a la reanudación de la guerra de clases de alta intensidad. En los años recientes ha habido un renovado compromiso popular con cierta forma de democracia social, en parte bajo el muy efectivo liderazgo de Bernie Sanders, en parte a través de movimientos populares.
Si bien con desgano, algunos segmentos del mundo empresarial toman algunas medidas que reflejan las preocupaciones populares por la supervivencia. Sin embargo, me parece que no basta para crear una tregua entre los amos y las organizaciones políticas que en su mayor parte les han servido con lealtad.
CJP: La iniciativa de reconciliación Schumer-Manchin, que Joe Biden promulgó como ley, reafirmó la idea de que las políticas de transformación son extremadamente difíciles en el sistema bipartidista. ¿Qué opina de la situación política en relación con la Ley de Reducción de la Inflación?
NC: Hace mucho tiempo se observó que Estados Unidos es en esencia un Estado monopartidista: el partido empresarial, con dos facciones, demócratas y republicanos. Ahora existe una sola facción: los demócratas. Los republicanos difícilmente califican como un auténtico partido parlamentario. Eso es muy explícito bajo el liderazgo de McConnell. Cuando Obama asumió el cargo, McConnell dejó en claro que su objetivo primordial era asegurar que Obama no pudiera lograr nada, de modo que los republicanos pudiesen volver al poder.
Ahora, con un puñado de demócratas de derecha que secundan a la unánime oposición republicana, la plataforma de Biden ha sido recortada severamente. Tal vez el presidente hubiera podido hacer más, pero se le culpa injustamente, me parece, por el fracaso de lo que habrían sido programas constructivos que se necesitan con urgencia. Uno de ellos era su programa sobre el clima, inadecuado, pero mucho mejor que cualquiera que lo haya precedido y que, de ser aprobado, habría sido un paso adelante.
La situación política es horrible, y es muy probable que se vuelva mucho peor en noviembre, si los republicanos se hacen del poder. Es probable que empeore tanto, que literalmente amenace la supervivencia, “como ninguna persona en su sano juicio puede negar”, para citar al muy estimable juez Powell.
Publicado originalmente en Truthout.
Traducción: Jorge Anaya
Versión completa en La Jornada-on-line: https://bit.ly/3L33nlS