Ciudad de México. Alberto Blanco (Ciudad de México, 1951) nunca ha entendido la práctica de la poesía como una carrera y, si acaso lo fuera, “se trata de una carrera en la que –como le decía Picasso a Cocteau– hay que correr más rápido que la belleza para que parezca que le estamos dando la espalda”.
Tampoco es una profesión, “a menos de que se entienda como una profesión de fe”, remarca el también ensayista, traductor, ilustrador y músico al responder sobre el significado de rencontrarse con su primer poemario, Giros de faros, publicado en 1979 por el Fondo de Cultura Económica, del que pronto aparecerá una traducción al inglés.
En entrevista con La Jornada, aclara que no ve como una confrontación haberse rencontrado con esa obra después de tanto tiempo, “porque no hay oposición alguna entre la persona, el artista, el poeta de hoy y el que escribió esos poemas hace casi 50 años. Todo forma parte del continuo fluir de la creatividad”.
En estos dos años y medio de pandemia, y mientras en México no pasa nada con el trabajo de este autor, Giros de faros es uno de los tres libros de Alberto Blanco que han encontrado camino en el extranjero: en Canadá comenzará a circular el próximo 1º de noviembre con el título Circling Beacons, publicado por Guernica Editions.
Los otros dos se publicaron en Estados Unidos también en lengua inglesa. Uno es un libro para niños, The Blank Page, con ilustraciones de Rob Moss Wilson; el otro es un estudio que durante años preparó el profesor Ron Friis, de la Universidad de Furman, en Carolina del Sur, sobre todo el trabajo poético del autor mexicano, incluidos los tres volúmenes de su poética White Light, publicado por la Universidad de Bucknell.
Circling Beacons es resultado de un largo proceso de traducción que comenzó hace 30 años por el también poeta estadunidense John Oliver Simon y que tras su muerte a los 76 años, en 2018, culminó Jennifer Rathbun.
La primera versión en inglés de esa obra la hizo Joanne Saltz en 1980 como parte de su tesis de maestría. También se han traducido diversos poemas de ese libro a varios idiomas y se han publicado, aunque, hasta donde sabe el autor, la editada en Canadá es la única versión completa y revisada.
Alberto Blanco mantuvo un estrecho contacto con los dos traductores del citado volumen, como lo ha hecho a lo largo de décadas con varios otros de sus libros. Lo hizo como autor de la obra, pero también en su condición de traductor con medio siglo de experiencia, en la que ha vertido al español a muchos poetas de lengua inglesa, como Emily Dickinson, W. S. Merwin, Allen Ginsberg, Walt Whitman y Lawrence Ferlinghetti, así como del francés: Baudelaire, Saint-John-Perse, Blaise Cendrars y Jules Laforgue. Además, aprendió chino para leer a los poetas de esa lengua que más le gustan: Su Tung Po, Wang Wei, Tu Fu, Po Chu Yi, Tu Mu, Li Po y Ai Ching. Al paso del tiempo, tradujo completo el Tao Te Ching, trabajo que, por cierto, permanece inédito.
“Una gran traducción en poesía es algo tan difícil de encontrar como un gran poema original. Y no es de extrañar que prácticamente todas las grandes traducciones de poesía –aunque hay excepciones– hayan sido hechas por poetas. Baste pensar en lo que hizo Baudelaire con las traducciones al francés de los poemas de Edgar Allan Poe.
“Que la traducción es un trabajo de orden devocional lo sabemos todos cuantos nos hemos dedicado incontables horas a esta empresa. Y no sólo por la exigua o inexistente paga; es un trabajo devocional incluso en un sentido más profundo por el gesto de humildad que conlleva: que pase primero el autor, el amo; yo, traductor, estoy a su servicio.”
Para Alberto Blanco es difícil responder por qué en estos momentos no hay interés en México por publicar su poesía: “Realmente no lo sé. Sólo podría especular al respecto y prefiero no hacerlo. Sé por experiencia propia que las razones o las sinrazones que gobiernan el medio editorial, literario y cultural poco tienen que ver, a veces, con el trabajo. Pasan y pesan otras cosas”.