En nuestras dos últimas entregas, en las que hicimos una síntesis del extraordinario libro de Peter Phillips, Megacapitalistas, quedó claramente demostrado que hoy la humanidad se encuentra bajo el dominio de un imperio corporativo de escala global, ante una “descomunal máquina infernal cuyo poderío parece imbatible”. En esos ensayos también se hizo evidente que es el capitalismo corporativo el causante final de las dos crisis supremas que hoy padece la especie humana (injusticia social e injusticia ambiental), cuya combinación conduce a una catástrofe. Esta vez reflexionamos sobre la única manera que percibimos permitirá enfrentar y remontar esa situación de crisis extrema. Si la máquina infernal opera a escala global, la única manera de enfrentarla es en el terreno de lo específico, lo puntual, lo local, ahí donde tienen lugar los llamados conflictos socioambientales (sólo en México hemos registrado más de 500). Se trata no sólo de resisistir y vencer, sino de pasar a la ofensiva, a la “acción creadora”, creando espacios que se erijan por fuera de esa maquinaria de muerte. Se trata de crear un (contra)poder que está latente, que duerme en la Tierra. Es el poder social, popular o ciudadano que hoy está surgiendo y multiplicándose lenta y silenciosamente y que es necesario hacerlo visible a los ojos de todos.
La idea no es novedosa. Ha surgido en los medios académicos alternativos, entre los pensadores críticos, e incluso en algunos foros internacionales bajo diferentes términos y desde diversas conceptualizaciones. La idea de construir “territorios de vida” la impulsan organizaciones internacionales como Local Futures (https://www.localfutures.org/) o Transition Towns (https://www.iccaconsortium.org/index.php/es/inicio/) sin darle ese nombre, y de alguna manera el movimiento agroecológico mundial encabezado por Vía Campesina lo proyecta en sus planes emancipadores. Sin embargo, es el llamado Consorcio TICCA el que la ha formulado con detalle como el objetivo central de sus iniciativas (https://www.iccaconsortium.org/index.php/es/inicio/). El Consorcio TICCA, fundado en 2010, agrupa organizaciones y federaciones indígenas de 80 países, además de un consejo internacional de asesores dedicados a apoyar procesos de gobernanza, gestión y conservación de territorios por pueblos indígenas y comunidades locales. Esta iniciativa surge de la demostración reciente de que los pueblos indígenas poseen territorios equivalentes a entre 25 y 33 por ciento de la superficie terrestre.
Como contrapoder social, los “territorios de vida” se construyen poniendo en práctica criterios y valores antitéticos a los de la globalización perversa, tales como autogobernanza, autogestión, autodefensa, comunalidad, diversidad productiva, prácticas ecológicas, uso de energías renovables y locales, ecotecnologías, mercados orgánicos, comercio justo, reivindicación y participación plena de las mujeres, educación popular, comunicación democrática, etcétera.
En México, por su larga tradición histórica representada por la civilización mesoamericana y la reindianización y recampesinización fruto de la revolución agraria del siglo XX, existe una miríada de procesos, proyectos e iniciativas locales y regionales que constituyen potenciales “territorios de vida”. Es este el caso de los caracoles neozapatistas de Chiapas, de los municipios autogestionados de Guerrero (Ayutla de los Libres) y Michoacán (Nuevo San Juan, Cherán y otra docena de comunidades que siguen sus pasos) y de las comunidades de la Sierra Norte de Oaxaca (Ixtlán, Calpulalpan, Pueblos Mancomunados). En Puebla, existen tres poderosos procesos emancipadores: en la Sierra Norte, donde la cooperativa Tosepan Titataniske tras 42 años maneja y defiende heroicamente su territorio (agrupa a 37 mil familias), y lucha junto a 252 comunidades que han celebrado 32 aguerridas asambleas regionales; en la zona seca de la Mixteca con el exitoso proyecto de Agua para Siempre, y en el resto del estado con la aparición del Parlamento Comunitario de los Derechos de la Naturaleza que agrupa a 68 organizaciones rurales y urbanas y que busca “una nueva sociedad con urdimbre y tejido social”. Otros potenciales procesos se encuentran en Yucatán con las cooperativas forestales, de chicleros y de apicultores, y especialmente con la Junta Intermunicipal del Puuc, alianza de cinco municipios mayas que han creado la primera Reserva Biocultural (135 mil hectáreas) del país más otros muchos proyectos. La lista sigue, en la medida en que brotan resistencias locales contra los proyectos depredadores de mineras, petroleras, eólicas, ganaderas, agrícolas, carreteras, turísticas, de empresas y corporaciones ejecutoras de la globalización. Bien valdría la pena iniciar la puntualización de esta idea, que sirva para movilizar, conectar y darle forma a redes o constelaciones que vayan ensanchando “islas de esperanza” en un mar saturado de turbulencias.