Con la multitud de los intereses creados en contra y mediante un trabajo titánico, han sido realizadas las principales obras del gobierno de la 4T, cuyo recuento está contenido en el cuarto Informe de gobierno. Intereses ilegítimos como los de los jueces, magistrados y ministros históricamente venales; o como los del PRIAN, dispuesto ahora sólo a bloquear el trabajo de fondo en el Congreso; o como los de los grandes capitales privados habituados a los ingresos corruptos, de mexicanos y extranjeros, todos a una continuarán como incansables valladares contra un proyecto que busca allegar a los más algo de justicia social.
El mejor fruto político de la 4T es “la revolución de las conciencias”. Es dudoso que se haya “reducido al mínimo el analfabetismo político”, como dice el Presidente; con seguridad hay un vasto trabajo político por realizar, hacia adelante. Los años que quedan de este sexenio, y los del próximo, serán cruciales: el sentido de poder colectivo –poder sobre el presente y sobre el futuro, poder sobre el gobierno elegido– puede prefigurar otro país, y debe ser consolidado. Falta agregar organización territorial y sectorial a los más. Que crezca la democracia participativa, que el partido que las represente de veras sea su partido, que excluya a los militantes de sus intereses personales. Nos falta un cabal Estado de derechos humanos, individuales y colectivos; derechos que se vuelvan actos de modo continuo.
Ha comenzado en nuestros días la configuración de un interregno poblado de incertidumbres respecto del proceso por el cual la autoridad de Andrés Manuel será trasladada a Morena y al nuevo gobierno. La de AMLO es una autoridad carismática legítima –en términos de Max Weber– y una autoridad política legalmente constituida.
La primera no es trasladable; depende del consenso de parte de quienes construyen esa autoridad en la figura de un dirigente. En un dilatadísimo proceso, en el tiempo y en la geografía, Andrés Manuel construyó una relación de confianza profunda con amplias masas del pueblo mexicano. De modo imperceptible, las masas crearon ese liderazgo que se expresó súbitamente y con fuerza sorprendente el 1º de julio de 2018. Ese día AMLO alcanzó la autoridad política legitimada por la elección presidencial, y se hizo visible su autoridad carismática. Para quien lo pudo ver.
La fuerza principal del Presidente no será trasladada y, por tanto, cobra una relevancia inmensa la forma y el alcance de la elección presidencial de 2024. Esa fuerza, es el desafío, debe convertirse en confianza, creencia, certidumbre, reales, hacia Morena. Este partido, pero también Andrés Manuel, tienen una responsabilidad y una tarea fundamental en que ello ocurra, trabajando cada uno desde su propio ámbito. Es inexcusable una mayoría calificada en el Congreso para hacer posibles reformas profundas, a efecto de consolidar las bases que permitan a las mayorías mantener unificadamente el mando activo sobre el rumbo de la política. Es evidente que la oposición no hará sino disputar el poder, y no colaborará con un gobierno que rechace el neoliberalismo.
El cambio de régimen, bandera enarbolada por AMLO durante su campaña, es aún una bandera necesaria. Son ineludibles reformas para remover instituciones ocupadas por fuerzas neoliberales. Faltan definiciones fundamentales en la Constitución Política. Hace falta actualizar y debatir conceptos como el Estado social y democrático de derecho; considerar los alcances, beneficios y consenso entre los gobernados, de una definición plurinacional de la República. Reconocer el valor de la interculturalidad presente en la mayor parte del territorio. Definir la democracia inclusiva, solidaria y paritaria. Incorporar la relación entre la libertad y la dignidad de los seres humanos. Recuperar para todos la relación perdida con la naturaleza, innata en las comunidades primigenias de México, e indispensable para vivificar una conciencia ecológica hoy tan pálida en los citadinos…
México necesita redefiniciones precisas de sus fundamentos que abarquen, en un plano de igualdad inevitable, a la vasta pluralidad social mexicana. Es necesario que la Constitución declare y defina el fin de la pobreza y las responsabilidades del Estado en esa tarea. En 2007 Jeffrey Sachs escribió: “Somos la primera generación que puede eliminar la pobreza”; eliminemos de México esa insensatez inaceptable.
Falta, como el agua al sediento, una reforma integral del Poder Judicial; Ernesto Zedillo hizo una a la medida de la visión neoliberal, sin suprimir su corrupción inveterada y su perfidia ciega contra los más.
La 4T rompió la inercia contra las mayorías, pero hay en México actores económicos y testaferros políticos proclives a recobrarla. No han estado ocultos. Han actuado libres, desinhibidos, sobrados, seguros de que los de abajo son de abajo y es su asunto. La revolución de las conciencias debe servir para un cambio de régimen; uno que no produzca tal clase de fuerzas despóticas.