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Cultura

2022-09-05 06:00

López Castro promete que hará fotografía y diseño hasta el último minuto antes de morir

El artista jalisciense recibió a La Jornada en su casa estudio, rodeado por los objetos que encienden su creatividad. Foto Roberto García Ortiz
Periódico La Jornada
lunes 05 de septiembre de 2022 , p. 6a

Impecable, diamantina y juguetona. Así es la imaginación que fluye a cada momento de Rafael López Castro (1946, Degollado, Jalisco), la cual, durante medio siglo, ha dado a luz imágenes que han marcado un antes y un después en el diseño gráfico en México.

Así es también la charla con La Jornada en la casa estudio del artista, quien cuenta que hace mucho tiempo se hizo el firme juramento de trabajar hasta los 99 años, con 11 meses y 29 días, “porque a lo mejor el último día ya no puedo, pero, si puedo, lo seguiré haciendo; es decir, el día que no esté trabajando vas por mí al panteón y ahí me haces la entrevista”.

En sus manos tiene el libro Suave trazo, editado para celebrar sus primeros 50 años ejerciendo los dos oficios que ama, la fotografía y el diseño, a los cuales se dedica desde su juventud. “Desde entonces para acá no he dejado de hacer ni lo uno ni lo otro, ni aunque me paguen”, sonríe con orgullo.

Así es como El Colegio Nacional, la Universidad Veracruzana, la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad Autónoma Metropolitana, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Cinemanía, Parametría y el gobierno del estado de México, instancias que coeditaron el volumen, rinden homenaje a López Castro, decano de una profesión que cimentó en los años 60 en la legendaria imprenta Madero, al lado de “su hermano mayor”, Vicente Rojo (1932-2021).

“Empecé a trabajar a los 19 años para ganarme el sustento. Mi papá me dijo: ‘ah, te gusta dibujar, pues trabaja’. Hacía dibujitos y cosas. Me iba al estado de México, a las pirámides de Teotihuacan, a trabajar de lo que hubiera, no creas que de director artístico; con mi trabajo me compré mi primera cámara, que todavía conservo. Me gustó mi trabajo, me gusta, y, como ya dije, me va a gustar hasta un minuto antes de morir”, reitera.

Honoris causa de la UNAM

El diseñador, quien recibirá en noviembre el doctorado honoris causa de la UNAM, con la amorosa manera en que hojea Suave trazo, comparte sus recuerdos. En la primera página se ve un cigarro que es a la vez un lápiz: “Es mi último cigarro, porque el médico me pidió que dejara de fumar si quería seguir dando lata”, explica.

Luego aparece una foto de López Castro con sus siete hermanos y un texto que escribió para ese libro, titulado “Una manera de decir gracias”, en el que cuenta que su fantasía adolescente le hacía creer que sería dibujante y presidente de la República, “para ayudar a resolver las antiguas demandas de mi gente: trabajo, salud, educación, justicia y democracia. Humberto Pliego, mi maestro de biología en la secundaria, militante socialista, me ayudó a poner en práctica mi primera ambición y única realidad: dibujar”.

A partir de entonces no ha dejado de diseñar carteles, portadas de libros, logotipos, muchos de ellos “para una causa o para comunicar ideas de contenido social, para cambiar la injusta realidad; así pinté bardas y mantas con Hidalgo, Morelos, Juárez, Zapata. O los dibujé para periódicos y revistas”.

A la imprenta Madero, detalla, llegó buscando trabajo; ahí “desarrollé por primera vez una interpretación personal del lenguaje del cartel: collages, dibujos, tipografía, al servicio de la comunicación gráfica.

“Luego conseguí trabajo a muchos amigos, pues yo era como el director de arte, aunque entonces no existía ese término. En la imprenta Madero no hice escuela, no hice alumnos. Hice amigos, que aún lo son, aunque nos veamos cada siglo.”

Suave trazo, que se presentará en la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara, añade, “me gustó; es cierto que faltan muchas cosas, pero ya no se podía hacer más, hubiera sido brincarnos a un segundo tomo; entre mi hermano

Germán Montalvo y yo elegimos qué incluir. El lector verá, sobre todo, que trabajo y que es un buen trabajo, cuya columna vertebral es todo, no sólo México. El libro es una verdadera joya, porque no tiene hermanos gemelos”.

En una página aparece una foto del diseñador junto a la escultura La espiga de los suspiros, de Vicente Rojo, que se encuentra en la entrada de Degollado, tierra natal de López Castro, “la mandé a poner en cuanto pude”, narra; en otra aparece una mano con un ojito de vidrio: “Yo inventé esa foto”; más adelante se observa el cartel que diseñó en 1986 para el homenaje nacional a Juan Rulfo: “Son mis pies”, revela; luego, las 100 portadas que hizo para la primera serie de la colección Lecturas Mexicanas del Fondo de Cultura Económica en 1983 y su rostro se ilumina: “Miren, este brazo, el que ilustra Dormir en tierra, de José Revueltas, es de mi padre, es un tatuaje de la virgen de Guadalupe que se hizo cuando andaba de bracero en Estados Unidos”.

López Velarde y Acteal

Ese intenso muestrario de la obra de López Castro incluye una portada del suplemento dominical La Jornada Semanal, de 2001, en el que su poema favorito, “Suave patria”, de Ramón López Velarde, forma una espiral; por supuesto, no falta el cartel que hizo con motivo de la matanza de Acteal en 1997, donde se ve a un abatido Pakal llorar la muerte de los suyos.

–¿De dónde se nutre su creatividad?

–De aquí (señala su cabeza) y de Jalisco, que me gusta, porque ahí está mi familia. Soy de Los Altos. Siempre quiero ir a recorrer, ver, platicar, decir. Es mi tierra, la capital del mundo.

“También hay un angelito y un diablito que me van diciendo cómo hacer las cosas; eso sí, el angelito está a la izquierda y el diablito del lado derecho”, explica el autor, rodeado siempre por arcángeles, querubines, calacas, piezas prehispánicas, lápices de todos los colores y una biblioteca sobre temas de arte e historia de México.

También ocupan un área especial en sus paredes los cuadros de sus amigos, entre el que destaca el que le hizo Pablo Rulfo, un óleo donde López Castro aparece de bebé en los brazos de su madre, Juana Castro.

–Porque, aunque no lo crean, también fui niño –concluye el artista, con su eterna mirada curiosa que se pierde en tantos objetos que lo acompañan día a día para encender en el momento preciso el golpe cadencioso de su creatividad.

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