Aunque a sus 87 años se siente fuera de la cultura contemporánea –“porque estoy completamente ajena al Internet y el mundo digital”–, Vivian Gornick consideró que las luchas en las que ella participó hace casi medio siglo por un mundo más justo, libre e igualitario siguen siendo prácticamente las mismas hoy día.
“Mi madre vivió en el mismo mundo que mi abuela; no había muchos cambios entre esas dos generaciones, pero entre mi madre y yo sí los hubo, y entre mi generación y la que sigue tampoco existió mucho cambio. Me siento honrada de que los jóvenes estén leyendo hoy mi trabajo y tengan sus experiencias reflejadas en lo que escribí”, afirmó.
“Desde que la gente como yo comenzó a abrir la boca, a alzar la voz y a declarar la guerra al statu quo, el mundo no ha cambiado tanto en las dos generaciones subsecuentes de estos 40 años.”
La reconocida escritora y periodista neoyorquina (El Bronx, 1935), considerada una de las voces más destacadas de la segunda ola feminista en Estados Unidos, participó en un conversatorio en el Hay Festival Querétaro 2022 –que concluyó ayer– al lado de la escritora y conductora radiofónica Elvira Liceaga.
Tras hablar de su más reciente libro, Cuentas pendientes, publicado en español con el sello Sexto Piso, la autora sostuvo que al igual que el movimiento sufragista requirió la lucha de tres generaciones de mujeres para lograr su derecho al voto, en la actualidad se prosiguen las luchas de anteriores generaciones por una vida y un mundo mejores.
“Ahí estamos ahora, con alguien como yo, y hay mucha gente de mi edad que simpatiza con otras ideas. Vivimos en una sociedad muy fracturada, y se está desmoronando. No es un momento en el que haya paz, nutrimentos o que estemos creyendo en nosotros mismos. Son eras bastante feas, y sí, se comparten ideas sobre lo que es una buena vida sin importar cuán jóvenes somos. Estamos juntos en esto; todos queremos una vida mejor.”
Vivian Gornick reconoció que extraña “muchísimo” la segunda ola del feminismo, sobre todo porque permitió a su generación tener “una década de camaradería y revolución, un sentido visionario del mundo; eso fue de finales de los años 70, a finales de los 80; fue una era gloriosa para cualquier persona que la vivió, porque el sentido de comunidad era asombroso”.
Sin embargo, asumió que “las conversaciones en ese entonces nunca acababan, que era sólo el principio; empezábamos a dar nombre a lo que íbamos a hacer como factores del cambio social”.
Aceptó, además, la imposibilidad de mantener vivo por más de 10 años un activismo de esa clase, debido a que las palabras se desgastan y empiezan a surgir muchas diferencias que son cada vez más grandes.
La activista situó al #MeToo de 2017 como uno de los movimientos más radicales de años recientes; lo consideró un levantamiento basado en lo que su generación había dicho hace cuatro décadas.
“Las jóvenes que crearon #MeToo nos estaban diciendo lo mismo que nosotras, pero consideraban que no había sido suficiente. Muchas nos culparon por no haber sido responsables de cambios más significativos en el mundo, como si nosotras hubiéramos tenido el poder de hacer más de lo que habíamos logrado; es algo muy tonto”, indicó.
“En lo único que teníamos poder era en nombrar la miseria de esa ciudadanía de segunda clase para las mujeres. De ahí es de donde se hacen todos los levantamientos, pero es una cosa de dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás, porque ésta es la revolución que más ansiedad ha creado: la guerra entre los sexos es una de las razones que genera mayor temor, decir que hombres y mujeres son iguales.
“Esa es mi buena noticia del día. Es una lucha bastante larga, pero la lucha es algo bueno. Es bueno vivir una vida luchando, nos da vida, nos da ánimos, nos sentimos parte del centro del universo y surgen muchas cosas buenas de ello.”