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2022-09-04 08:41

Inversión pública en energía llega a su mayor nivel desde 2005

Trabajadores del organismo electoral chileno alistaron los módulos que recibirán los votos sobre el plebiscito constitucional.
Trabajadores del organismo electoral chileno alistaron los módulos que recibirán los votos sobre el plebiscito constitucional. Foto Ap

Santiago. Día decisivo en Chile: hasta 15 millones de electores resolverán hoy si ratifican o no la nueva Constitución, producto y único resultado concreto del estallido social de octubre de 2019 (18-O). Es un punto de inflexión porque, en síntesis, se juega una propuesta de país inclusivo basado en un Estado proveedor de derechos garantizados versus el sistema hipermercantilizado que prevalece, herencia de la dictadura de Augusto Pinochet y de 30 años de escasas reformas a medias tintas.

Si es aprobada la nueva Carta Magna, tendrá vigencia prácticamente de inmediato al derogarse el actual texto el Tribunal Constitucional quedará impedido de conocer nuevas causas y la paridad de género será aplicable a todos los órganos colegiados. Al tiempo que deberán redactarse y tramitarse alrededor de 70 leyes transitorias antes de 2026.

Pero si es rechazada, lo único cierto es que la Constitución de 1980 prevalecerá y no hay, de momento, camino institucional definido para remplazarla, si bien se considera que está socialmente derogada y que casi todos los sectores políticos han prometido continuar el proceso constituyente.

“El resultado está abierto, la clave radica en quién será capaz de movilizar más a sus electores, si votan más de 12 millones puede haber una sorpresa en la medida que entran nuevos votantes”, dice a La Jornada el analista político Marco Moreno, director de la Escuela de Gobierno y Comunicaciones de la Universidad Central, que responde acerca de cómo llega Chile a esta cita con su futuro.

“Llegamos con divisiones que deberán asumirse a partir de mañana, independientemente de que gane el ‘Apruebo’ o el ‘Rechazo’ por uno o por 10 puntos de diferencia habrá una fractura de la que tendrá que hacerse cargo la clase política y los propios ciudadanos.”

También confluye “una discusión menos centrada en el contenido del texto constitucional y mucho más en las emociones y sentimientos que provocó el proceso, además de una dificultad en la ciudadanía para separar los excesos y complicaciones del resultado; un fuerte foco en el proceso de redacción y menos en los contenidos”.

No es todo, pesa “un clima severamente marcado por las encuestas que simplifican la realidad”, y que le han dado ventaja al “Rechazo”.

“Las élites, los centros de poder y los medios de comunicación se dejaron arrastrar por el espejismo de las encuestas”; también la ciudadanía que “hizo un cierre cognitivo y usó los sondeos de opinión como placebo de certidumbre”, dice el experto.

De modo que “está por verse si las encuestas van a ser un buen predictor, tengo mis dudas, porque en ambientes de incertidumbre donde la variables se comportan inesperadamente, las encuestas tienden a equivocarse”.

–¿En los electores prevalecerán las desprolijidades de la Convención o se votará por el contenido?

–En una parte importante sigue siendo muy fuerte lo que fue el proceso. Hubo demasiado de imponer al resto una visión identitaria: veganismo, animalismo, plurinacionalidad, aborto, etcétera; son legítimas pero parciales. Y la forma en que se hizo, con discursos muy duros y enfrentamientos que horadaron el contenido y eso va a influir. Además, el resultado tuvo apenas dos meses para difundirse y hubo una disputa por la interpretación. La gente se fue distanciado de esa discusión que es más bien técnica y complicada de entender.

–Pero las normas se aprobaron en promedio con 80 por ciento de los convencionales, ¿es contradictorio a la intención de que se vea identitario?

–El texto se aprobó al menos por dos tercios de la Convención, pero es expresión de lo que ocurría allí dentro, no necesariamente del país. La Convención y los convencionales son el producto de un momento de la historia de Chile, el post-estallido social, y sus decisiones son expresión de ello. Pero hubo una desconexión, cierto aislamiento, estaba muy enfocada en su trabajo mientras el país iba en un sentido distinto; Gabriel Boric ganó la presidencia con un discurso más al centro.

–¿Qué tan distintos son los escenarios en caso que gane una u otra opción en el plebiscito?

–Gane el “Apruebo” o el “Rechazo” vamos a tener un país dividido, fracturado, sea cual sea la diferencia de votos. El presidente Boric deberá hacer muchos esfuerzos para restañar las heridas y retomar la iniciativa. Muchos piensan que, de ganar el “Rechazo”, una buena manera de enfrentar esa derrota –el gobierno asoció su gestión equivocadamente al proceso constituyente– es convocando a un acuerdo nacional acerca de lo que hay que hacer en adelante.

“El escenario en ambos casos estará radicado en el Congreso, esa será la arena de la disputa: si gana el ‘Rechazo’, el Congreso, el Ejecutivo y el mandatario tienen que decidir un nuevo proceso constituyente; si gana el ‘Apruebo’ es el Legislativo el que debe implementar la nueva Constitución, especialmente las leyes transitorias, cerca de 70 hasta 2026”.

–¿Cómo ve usted la seriedad de la derecha respecto de continuar el proceso constitucional?

–Ese es un problema que la gente no ha dimensionado: el “Rechazo” significa que la cuestión constitucional no se cierra –está abierta desde hace 42 años–; continúa sin que haya acuerdo sobre un nuevo proceso y el mecanismo sobre el cual se haría. Hay opiniones divergentes: el presidente dice que debe crearse una convención elegida por ciudadanos; sectores de la derecha declaran que corresponde sólo al Congreso, otros dicen que los constituyentes deben ser el Congreso con expertos.

“La derecha no ha sido clara, no hay un compromiso explícito respecto de qué significa un nuevo proceso y tiene la llave porque es mayoría en el Congreso, son sectores que históricamente no han tenido disposición para resolver lo constitucional. En cambio, el ‘Apruebo’ significa cerrar, bien o mal, la cuestión constitucional.”

–¿Observa una tentación en la élite de arrebatarle a la sociedad civil el proceso; hay un riesgo de que se vea defraudada una vez más por la clase política?

–Hay un riesgo porque seguimos teniendo en Chile y Latinoamérica un serio problema de desconfianza de las élites políticas, hay una crisis de representación de larga data. Con todo, los partidos son un mecanismo efectivo para resolver incertidumbres, eso es lo que hicieron las élites en 2019 cuando suscribieron el acuerdo que permitió encausar la crisis. La política es la única herramienta que nos puede permitir llegar a una solución, pero ojalá participen otros actores porque tenemos una pugna entre los movimientos de todo tipo y la institucionalidad, que no conversan, pero aquí se necesita más política de la buena.

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