¿Una música divertida, gozosa, que nos ponga siempre de buenas? La de la banda neoyorquina Hazmat Modine.
¿Una música original, plena de sonrisas de ironía, mordaz, teatral, escenográfica y jovial? La de la banda neoyorquina Hazmat Modine.
¿Una música precisa, concisa y maciza, sumamente contundente? La de la banda neoyorquina Hazmat Modine.
Para empezar, su nombre es dinamita: “Material caliente y peligroso”, en atención a los juegos de ironía que entablan con los vocablos hazardous (peligroso) y mat (material), y la característica de calefacción, calefactor, radiador de esos que traían bajo el cofre delantero los automóviles, artefactos generadores de calor de la marca estadunidense Modine, en un bonito juego de letras conocido con el término exquisito de portmanteau, que es una palabra producto de la combinación de otras palabras o contracciones de palabras, en este caso: Haz, de hazardous, y mat, de material=Hazmat.
Hazmat Modine es una banda neoyorquina nacida en los años 90 bajo el influjo multicultural de esa metrópoli, sin dejo alguno de chovinismo, bandera ideológica o causa política, simplemente el peso brutal de la cultura formada por la combinación de otras culturas, un portmanteau en toda la extensión del término.
Reúne los ritmos más insospechados, las melodías más misteriosas, los contoneos más sexys, siempre con la raíz más noble y honda: el blues.
A partir de ahí, tenemos una mezcla explosiva de ska, calypso, jazz clásico, bailable, folk, mardi grass, música proveniente de los rincones más insospechados del planeta y puestos en una olla a hervir con brebajes deliciosos.
El maestro Wade Schuman tuvo a bien fundar este trabuco cuyas cualidades resultan innúmeras y doctas, al mismo tiempo que sencillas y cercanas.
La combinación instrumental es definitiva para lograr los milagros que ocurren cuando ponemos a sonar los seis discos que a la fecha han logrado estos músicos maravillosos: Wade Schuman en armónica diatónica, guitarra y voz; Erik Della Penna en guitarras, guitarra banjo (o banyo), voz; Joseph Daley, africano gigantesco, neoyorquino, en tuba y un instrumento maravilloso llamado sousafón y que no es otra cosa que una tuba mejorada; Pamela Fleming en trompeta y flugelhorn; Steve Elson en sax tenor, dirduk, sax alto, clarinete y flauta; Reut Reger en trombón; Patrick Simard en batería; Charlie Burnham en violín y viola, y Daisy Casto en violín.
Los primeros planos de cada uno de estos instrumentos se suceden como en un filme: los escuchamos juntos y por separado gracias al avance de la tecnología, pero sobre todo gracias a las habilidades portentosas de los instrumentistas.
Pareciera que la voz y la armónica de blues del líder Wade Schuman llevan siempre la delantera, pero no es así. Al menos para mis oídos, siempre suena por delante la portentosa tuba de Joseph Daley, y los otros instrumentos de alientos metal, ejecutados por dos poderosas damas: la trompetista Pamela Fleming y la extraordinaria trombonista Reut Reger.
Recomiendo visiten los videos disponibles en Internet, en especial el que grabaron en un traspatio, con la pieza Bahamut, cuya divertida historia dimos a conocer en la entrega de la semana pasada, que dedicamos a Pina Bausch y su exquisito oído melómano.
Lo más espectacular, apabullante y delicioso de la música de Hazmat Modine se debe a esas bellas damas alientistas y al impresionante gigante negro con su tuba.
El resto de los instrumentos cumplen también protagonismos todo el tiempo: el sonido del banyo, por ejemplo, mezclado con la viola, las cuerdas varias (guitarras, banyo, violín y viola) haciendo alto contraste con las percusiones y el sello de la casa corre a cargo, ahora sí, del líder, Wade Schuman, por su voz aguardientosa a lo Tom Waits, su armónica de blues y su sonrisa contagiosa, que escuchamos aunque no la veamos.
Eso, música sonriente. Escuchar a Hazmat Modine equivale a pegarse con engrudo de sabores una sonrisota en el rostro.
Arman un alegre desmadrito todo el tiempo.
Sus historias son muy divertidas, fantásticas, una secuencia de utopías entreveradas de crónica y sueños, de ilusiones y anhelos, de gozo.
Uno no puede evitar pararse a bailar cuando suena un disco de Hazmat Modine y termina uno con dolor sabroso de cachetes, de tanto sonreír.
Aunque es una obviedad, hay que insistir que este es el tipo de música que la industria (y escucha) de reojo (y de reoído) y con actitud condescendiente.
Está visto y oído que la mejor música es la que sucede, siempre, fuera del maistream, lejos de las modas, los desplantes y esnobismos.
Por eso recomendamos con vítores y orgullo escuchen a Hazmat Modine y disfruten y miren con ironía a las trasnacionales y sus modas.
Porque lo que esa industria llama casi despectivamente “música del mundo” o world music, o música étnica, es la más hermosa, libre, soberana y deliciosa.
Los críticos irreverentes y libres de la prensa independiente (gremio del que me enorgullezco en pertenecer) se deshacen en elogios cada vez que Hazmat Modine edita un nuevo álbum o se presenta en concierto en vivo: Jeff Tamarkin, por ejemplo, exclama: “Es una música que suena al mismo atemporal y primitiva, indígena auténtica y nacida inexplicablemente de otros mundos, al mismo tiempo nos resulta familiar y muy diferente a todo lo que habíamos conocido”. Ironiza: es “listener-friendly music”. Y remata: “no necesita que tengamos posgrados académicos en etnomusicología, para entenderla”.
Lo dicho, la ironía es una de las manifestaciones más altas de la inteligencia. Tiene la forma natural de una sonrisa.
Los discos de Hazmat Modine están preñados de sorpresas; sostiene colaboraciones insólitas, como es el caso de varias piezas que han grabado, entre ellas la titulada Everybody Loves You, con los asombrosos Tuvan Throat Singers Huun-Huur-Tu, esos aborígenes siberianos que emiten sonidos con la garganta que parecen nacidos en un sueño, llegados de otros mundos: sonidos guturales, al mismo tiempo agudos que graves, unos tubos de luz que se difuminan en muchos filamentos, en un fenómeno de la física que en música recibe el nombre de “canto armónico”: una voz que se convierte en muchas voces.
Todo disco de Hazmat Modine es irresistible y mágico. Pongo el ejemplo del álbum titulado New York The Sound of a City, donde alternan con otros artistas de su estirpe, entre ellos la extraordinaria y divertidísima cantante y compositora Rachelle Garniez, quien merece un Disquero aparte por sus cualidades asombrosas.
La discografía básica de Hazmat Modine se consigue en plataformas digitales: en orden cronológico: Bahamut, de 2006; Cicada, de 2011; Hazmat Modine Live, de 2014; Extra-DeLuxe-Supreme, de 2015, y el más reciente, Box of Breath, de 2020, además del ya mencionado New York The Sound of a City.
Los referentes culturales desfilan antes nuestros oídos y en nuestra mente cada vez que escuchamos a este trabuco de músicos: hay momentos muy a lo Frank Zappa y el alegre desmadrito de Las Madres de la Invención; en otras ocasiones el referente es la banda de metales de la maestrísima flaca de oro Carla Bley, con su tremenda carga de humor y de ironía. Y así se suceden las sonrisas.
¿Una música que nos ponga siempre de buenas? La música de la extraordinaria banda de grandes músicos, la genial Hazmat Modine.
¡A gozar!