Raúl Zibechi, en su reciente libro: Mundos otros y pueblos en movimiento. Debates sobre anticolonialismo y transición en América Latina (Libertad Bajo Palabra, 2022), provoca una perturbadora reflexión sobre certidumbres políticas, referentes analíticos y perspectivas teóricas basadas, incluso, en el pensamiento crítico anticapitalista. A partir de un conocimiento directo de procesos y movimientos sociales, por el acompañamiento del autor de múltiples resistencias, en la obra se cuestionan conceptos y propuestas nacidas en otro periodo histórico, anterior al estallido del campo socialista y, en particular, a “la idea de revolución centrada en la conquista del poder estatal, a la construcción de partidos y organizaciones jerarquizadas, a la planificación de los pasos a dar (estrategia y táctica) por un pequeño grupo de varones blancos ilustrados, a la separación de la ética de la política para darle prioridad a los fines por sobre los medios, a la acción pública por sobre el crecimiento interior”.
El texto se conforma de una didáctica introducción y siete capítulos, cuyos títulos tienen la virtud de servir de guía metodológica para una lectura comprehensiva: 1) Los pueblos en movimiento como sujetos anticoloniales; 2) El pensamiento crítico ante los desafíos de abajo; 3) Apostar a la diversidad supone rechazar la unidad y la homogenización; 4) Los pueblos necesitan defender la vida y el territorio; 5) Repensando la transición con los pueblos en movimiento; 6) Diálogos imaginarios con Öcalan. Actualizando el pensamiento crítico, y 7) La Guardia Indígena: motor de los cuidados y las transformaciones.
Fundamental es su planteamiento teórico-político de que “los pueblos organizados como sujetos de la resistencia al capitalismo neoliberal, son a la vez creadores de mundos nuevos y la brújula para la reflexión teórica y para proyectar el tipo de transición que estamos viviendo hacia los mundos otros que se están construyendo y los modos como cada pueblo los está defendiendo”.
Presenta media docena de dificultades que se enfrentan para mover el pensamiento crítico y alentar la experimentación rebelde por caminos aún poco transitados: la primera de ellas es el apego a certezas que “impregnaron el imaginario de la izquierda con tal intensidad, que consiguieron desafiar tanto el paso del tiempo, como realidades geográficas y los evidentes fracasos de las revoluciones, para convertirse en dogmas instalados anulando la posibilidad de reflexión autocritica”. La segunda radica “en los problemas que se derivan de la conversión de una teoría, siempre inacabada y aproximativa, en doctrina con certezas absolutas”. La tercera es que los grupos antisistema se parecen cada vez más al sistema, y en esta dirección “es evidente que las izquierdas están muy lejos de romper con el patriarcado y el colonialismo”. La cuarta es que la izquierda elude el conflicto, “con lo que deja de luchar por las transformaciones, que sólo pueden hacerse a costa de los intereses del 1% más rico, pero además deja a la población a expensas de los medios del sistema”. La quinta “es que persiste el deseo de gobernar a otros, que se ha convertido en moneda corriente en las izquierdas […]. Gobernar es un modo de oprimir, de tomar decisiones que afectan a otras personas, sustituyéndolas como sujetos colectivos. Implica también dejar de lado el autogobierno o, mejor, la necesaria multiplicación de autogobiernos (en barrios, poblados, ciudades y en todos los espacios de la vida) que supone el conjunto de los procesos emancipatorios”. Destaca una sexta dificultad, “consistente en la pérdida de la hondura histórica que ha contaminado la práctica política de las izquierdas, la falta de una visión de largo plazo […] de quienes se han rendido a la cultura y el modo de hacer política dominante en este periodo”. Zibechi advierte que estas izquierdas “no son capaces de aceptar el fracaso de las revoluciones socialistas y el papel del centralismo estatal en su nefasta deriva; pero tampoco pueden abrevar en otras fuentes que no sean la lucha de clases, como el feminismo y las resistencias de los pueblos originarios, algunas de ellas enfocadas en la construcción de autonomías colectivas. […] Reaparece así un marxismo dogmático, profundamente patriarcal y colonial, creyente del progreso y en buena parte de las doctrinas que mostraron su monumental fracaso”.
Ante la crisis sistémica, el creciente poder dictatorial del 1% y las respuestas dogmáticas al capitalismo, Zibechi considera que sólo pueden superarse “con el estrecho contacto con los movimientos más dinámicos y la predisposición de aprender junto a los diversos abajos […]. Seguir las huellas y las inspiraciones de los pueblos en movimiento, de las mujeres y los jóvenes antipatriarcales y anticapitalistas que mientras resisten, crean los mundos nuevos que necesitamos para seguir siendo, seguir viviendo”.
Al finalizar su lectura, ¡nada es lo que parece!