Recibí un golpe anímico severo cuando me enteré de la muerte de la antropóloga Mercedes Olivera, una destacada intelectual progresista que devino en ferviente feminista y revolucionaria de corazón. Con la desaparición de Mercedes ya no queda un solo miembro del grupo de antropólogos sociales que fue denominado Los Magníficos, en alusión a una película estadunidense que pretendía ser un remake del gran filme japonés Los siete samuráis. Los Magníficos eran Ángel Palerm, Guillermo Bonfil, Margarita Nolasco, Enrique Valencia, Arturo Warman, Mercedes, y había quienes agregaban a la lista a Daniel Cazés.
Desde épocas muy juveniles me llamaba mucho la atención que varios intelectuales, y otros cultivadores menos afortunados del intelecto, hurgaran acerca de la esencia de lo mexicano. Estos pensadores por lo general tenían muy escasas nociones de las disciplinas antropológicas y eran por lo común pensadores muy urbanizados y muy especialmente en la Ciudad de México. Recuerdo que mi propio tío, Salvador Reyes Nevares, se devanaba los sesos tratando de encontrar esa misteriosa esencia, la cual hasta el momento no ha sido localizada.
Por el contrario, se prestaba muy poca atención a gran variedad de estudios que habían elaborado notables antropólogos como Gonzalo Aguirre Beltrán, Julio de la Fuente, Ricardo Pozas, Bárbara Dahlgren, Johanna Faulhaber y muchos más que mostraban muy seriamente, con disciplina académica y trabajos de campo bien realizados, lo que era la diversidad cultural de México y, por ende, su notoria complejidad. Sin embargo, las investigaciones de esos especialistas eran más bien marginadas, ya que los gobiernos poscardenistas impulsaron el desconocimiento de los análisis antropológicos, ya que daban a conocer las precarias condiciones en que vivía la mayor parte de los habitantes del país.
Por los años 60 en el propio Instituto Nacional de Antropología e Historia fue predominando una concepción de corte culturalista, en la cual se pretendía caracterizar sobre todo a grupos campesinos e indígenas como procreadores de su propio atraso sin mencionar las raíces estructurales de ese rezago, las cuales eran propias de un capitalismo dependiente y subdesarrollado. Como solución al problema los sectores gobiernistas postulaban la necesidad de rescatar a los grupos vulnerables, lo cual equivalía, según esta concepción, a mexicanizarlos.
Es en esa época cuando un grupo de jóvenes que habían estudiado en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y que ya eran profesionistas y maestros, formaron el grupo de Los Magníficos y se opusieron rotundamente a los paradigmas modernizadores provenientes de los gobiernos en que el partido oficial proclamaba el monoculturalismo. Los Magníficos fueron constantemente injuriados e incluso se les imputó ser agentes de la Agencia Central de Inteligencia y por ende sirvientes del imperialismo yanqui.
Los Magníficos eran una especie de apóstatas del marxismo, ya que consideraron que esta corriente era eurocéntrica y en función de ello sus enseñanzas sólo tenían un aterrizaje parcial en América Latina. Palerm y sus seguidores pronto encontraron un contingente de aliados muy importantes entre los estudiantes que habían ingresado a la ENAH desde 1965 y que por lo común eran jóvenes muy disconformes con la situación del país; se hallaban influidos por la emancipación de los pueblos coloniales y las revoluciones china y cubana, y ya no tanto por la soviética. Al lado de la mayoría de estudiantes de edades muy tempranas, se hallaban jóvenes mayores y más fogueados en luchas políticas, como Virgilio Dante Caballero, Adolfo Sánchez Rebolledo y Rafael Mendoza Villela, que como los niños héroes seguían arropados en una bandera en este caso la del marxismo. No se hicieron esperar las discrepancias con “los magníficos” las cuales resultaron muy fructíferas y tanto los marxistas como los bonfilianos derivaron de ese proceso provechosas enseñanzas. Mercedes Olivera, notable maestra y activista, fue radicalizándose y dejando de lado ideologías de tipo populista que en principio habían guiado sus ejercicios académicos y políticos.
Al producirse el movimiento estudiantil de 1968, Los Magníficos y los marxistas lograron sostener una férrea alianza enfrentándose a las fuerzas más reaccionarias y con ello revitalizaron la trayectoria progresista de la ENAH y del INAH. En este caudal de acontecimientos la presencia de Mercedes fue toral y llegó a ser directora del centro escolar donde había estudiado tras una campaña en que fungió como candidata a ese puesto enfrentándose conmigo y creo que me ganó por nocaut técnico. Posteriormente Mercedes se trasladó a Chiapas, donde desarrolló una gran labor especialmente en el campo del feminismo y apoyando con vigor las luchas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
Hoy, con las duchas heladas del posmodernismo y lo que Cornelius Castoriadis llamaba el conformismo generalizado, han estado desapareciendo los antropólogos activistas como Mercedes y ahora nos encontramos con un número considerable de antropólogos apoltronados que ni siquiera luchan por sus derechos laborales. Lamentablemente Mercedes ha desaparecido físicamente, pero su espíritu debe alentar a las nuevas generaciones.