Justo en un mes habrá elecciones presidenciales en Brasil, el país más poblado de América Latina (213 millones de habitantes) y la mayor potencia de la región. Por el voto de 156 millones de electores se enfrentan dos posiciones antagónicas, que se culpan mutuamente de los problemas que ahora aquejan a la gente.
Por un lado, el ex sindicalista Luiz Inacio Lula da Silva, de 77 años, quien gobernó entre 2003 y 2010 y logró notables avances en la economía y mejorar la calidad de vida de la mayoría de la población. Además, aprobó medidas para conservar la Amazonia, pulmón verde del planeta, y proteger a sus pueblos originarios. Preso 19 meses, acusado de corrupción, finalmente las causas en su contra fueron desechadas. En realidad se trató de una maquinación política, mediática y judicial para eliminarlo de la escena electoral.
El otro candidato es Jair Bolsonaro (67 años), actual mandatario y líder de la derecha. Aunque todas las encuestas lo colocan en segundo lugar, espera retener el poder gracias al apoyo del numeroso e influyente mundo evangélico, los intereses vinculados con el clan militar y un grupo de medios de información utilizados para culpar a Lula de todos los males que sufre Brasil. Mas ocultan la corrupción que salpica a Bolsonaro, a sus hijos y a sus amigos cercanos.
Bolsonaro y el fantasma del comunismo
La campaña electoral del actual mandatario se resume en el lema: “Dios, patria, familia y libertad”, que conlleva defender los principios religiosos de los poderosos grupos evangélicos y espantar a los votantes con el fantasma del comunismo. Michelle, esposa de Bolsonaro, asegura que es un “elegido de Dios”, para liberar a su país de las asechanzas del mal y regresarlo a las buenas costumbres. Esto incluye imponer los valores de la familia tradicional y luchar contra el matrimonio entre personas del mismo sexo y el aborto legal, por ejemplo.
Varios investigadores brasileños, como Victor Araújo, destacan el ultraconservadurismo de las iglesias evangélicas de Brasil y sus 52 millones de fieles. Ellas abominan a los líderes progresistas como Lula o la ex presidenta Dilma Rousseff, y aseguran que los mayores problemas del país no son la elevada inflación, la desigualdad y la pobreza extrema, sino la desaparición de los principios cristianos.
En su quehacer diario, Jair Bolsonaro se comporta como pastor evangélico. Olvida así que es presidente de un país laico.