Este martes, la compositora Gabriela Ortiz (1964) fue admitida en El Colegio Nacional y, como lo manda el protocolo, fue saludada por Juan Villoro, presidente en turno de la institución. Lo esencial de esa salutación fue el recordatorio de que Carlos Chávez, Eduardo Mata y Mario Lavista fueron los músicos mexicanos que la antecedieron, y que ella es la primera mujer que accede a El Colegio Nacional en el área de música. Y como también lo ordena el protocolo, a la salutación siguió el discurso de ingreso de la compositora, un texto articulado por ella en tres altares, desprovistos de toda connotación religiosa, dedicados respectivamente a su padre, Rubén Ortiz, a su mentor Mario Lavista y a la directora y académica Carmen-Helena Téllez.
Este discurso de ingreso, que a la vez fue su primera lección como nuevo miembro de El Colegio Nacional, fue un texto lúcido, polivalente y lleno de vasos comunicantes. La cantidad y variedad de asuntos y conceptos abordados por la compositora fue tal, que me sería imposible intentar resumirlos. Prefiero, en cambio, hacer un veloz inventario de palabras y conceptos que fui anotando a vuelapluma, con intención particular: territorio, naturaleza, reflexión, comunicación, responsabilidad, alta cultura, fronteras, migración, identidad, mezcla, mundos diversos, lo local y lo global, lo rural y lo urbano, misterio, vanguardia, tradición, tendencias, invención, multiculturalidad, experiencias contradictorias, deconstrucción, ciclos, yuxtaposición, interdisciplina, agua, piedra, arquitectura, transfronterizo, eclecticismo, volátil, desenfadado, folclor imaginario, cubismo, multimedia, laberinto, rituales, sincretismo, arquetipos, hibridación, cultura popular. No, no he armado este léxico al azar, sino que lo he compilado con premeditación, alevosía y ventaja; me parece que de la desinhibida mescolanza de estos y otros conceptos puede surgir un perfil bastante preciso del sonido de la música de Gabriela Ortiz, de las ideas que dan origen y sustento a ese sonido y, no menos importante, de todo aquello que ha preocupado y ocupado a la compositora no sólo en la esfera de lo musical, sino también en lo social, lo político y lo humano.
Pero no sólo palabras sueltas percibí en el discurso de la compositora, quien también articuló algunas frases particularmente contundentes, y que invitan a la reflexión. Dijo Gabriela Ortiz: “La música es nuestro máximo logro como especie”. Tiendo a estar de acuerdo con ella. Y dijo también la compositora: “La música se hace de música y nada más”. Léase entre líneas, “el resto es ruido”. Y afirmó, asimismo: “La música lo dice todo y para todos”. Es universal, en efecto, y Gustav Mahler dijo algo similar. Y señaló Gabriela Ortiz, en un momento especialmente álgido de su lección: “El arte es un derecho, no un privilegio”. Que lo entiendan quienes tienen que entenderlo, que son legión y son muy duros de entendederas.
Tocó al mismo Juan Villoro responder el discurso de la compositora, y el suyo fue un texto armado con la filigrana usual de sus escritos, lleno de carambolas conceptuales de tres y cuatro bandas, en el que al aludir a las palabras (y a la obra) de Gabriela Ortiz logró, como lo hace siempre, brincar de un tema a otro con habilidad y elegancia. Viniendo de quien vino, no me extrañó para nada que en su discurso incluyera una importante vertiente fáustica. Y, como mandan los cánones, ahí donde terminaron las palabras comenzó la música, una selección de cuatro obras de Gabriela Ortiz protagonizadas por la voz, las cuerdas, el piano y la flauta, marcando un interesante arco cronológico de 1985 a 2014. Para quien quiera anotarlo en su agenda: el sábado 13 de mayo de 2023, la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Gustavo Dudamel, tocará su obra Téenek-Invenciones de territorio.
Al final del evento de su ingreso, escuché detrás de mí una vocecita destemplada (venturosamente anónima) que decía: “Pobre Gabriela, le toca llenar los zapatos de Chávez, Mata y Lavista”. ¡Qué despropósito enorme! La compositora recién aceptada en El Colegio Nacional no está ahí para sustituir a nadie ni para ser la sombra de sus ilustres predecesores.
Desde el martes es, por sí y sólo por sí, Gabriela Ortiz, colegiada. Eso y nada más. Pero tampoco nada menos.