Con frecuencia, en cenáculos y reuniones de especialistas se llega a un acuerdo: el crecimiento económico depende de la inversión. El peso de ella es determinante, se asegura con certeza válida. La economía no puede aumentar su volumen de operaciones si no se inyecta al aparato productivo la cantidad de recursos indispensable. Los demás factores responderán a su conjuro. Y, entonces, los niveles de vida, el bienestar de los habitantes caminarán de su mano. Es una referencia inevitable para iniciar y redoblar la crítica a la efectividad del gobierno. Y, por tanto, sirve para calificar la habilidad, o no, del presente gobierno en su ambición transformadora. Máxime cuando se pretende incidir en la pobreza, es decir, en su disminución. Puede usarse también para acentuar la incapacidad de mejorar el reparto de la riqueza o del ingreso que tan a menudo presume hacer el Presidente.
El volumen de inversión en México ha venido escatimándose de tiempo atrás. Es por esta razón que el crecimiento económico del país se ha estancado en un inaceptable 2 por ciento anual en promedio. Monto insuficiente para reducir el número de individuos o familias que no alcanzan a cubrir sus necesidades elementales de una canasta modelo.
Hablar de insuficiente inversión, tanto privada como pública, es casi lugar común por estos y otros azarosos días. En cuanto a la privada suele asociarse con ambientes que inducen confianza en los agentes que pueden invertir, los que cuentan con los medios indispensables. ¡No hay confianza!, se sostiene. Y no la hay porque la manera de actuar o narrar lo que acontece no corre al parejo de lo apropiado. O no la hay porque se estorba su flujo, se le ponen trabas, verbales o burocráticas, para desalentarla. Lo cierto es que, los agentes privados nacionales no han concitado inversiones en un volumen que detonen mayores índices de crecimiento. Esto es un hecho certificable. Tal parece que, también, los inversionistas no han tenido, desde hace más de una década, el espíritu, la voluntad, la creatividad o el arrojo que es requerido. Se prefieren, con harta frecuencia, canales especulativos. O, todavía más dañino para el desarrollo, sacar capitales del país. En tiempos recientes muchos mexicanos, en particular muy acaudalados, han procedido de esta manera. El traslado a España o a refugios externos ha sido constante y creciente. ¡No se tiene confianza! en la manera en que se conducen o ejercen las políticas públicas, claman con exageradas voces. Las formas en que se aprecia a los inversionistas, el trato que se les otorga, deja mucho que desear. Se les ataca constantemente en las mañaneras, concluyen.
Otra crítica de mayor peso se dirige hacia aspectos del quehacer cotidiano que no agradan, que no generan el clima propicio para las aventuras empresariales. Trátese de asuntos graves en seguridad, de educación colectiva o de ciertos apoyos ausentes para concitarla. La experiencia revela otro factor que incide en la poca inversión privada: la poca inversión pública. Este gobierno, se asume, no ha invertido lo suficiente para incitar a la privada a seguir el ejemplo. Han faltado recursos para movilizar el volumen complementario de la privada. Muy a pesar de los enormes proyectos oficiales que han exigido la canalización de fuertes inversiones. Los mismos programas sociales, en gran parte considerados reales inversiones, han recibido apoyos masivos. El actual gobierno ha rescatado alrededor de 2 billones de pesos que estaban inactivos, se dedicaban a subsidios indebidos o dispendiosos. Y los ha canalizado, sin intermediarios, a la inversión productiva. Se privilegió, también, enviar recursos a la base social para incentivar la demanda. El gobierno ha demostrado que puede hacer uso de los haberes colectivos con suficiente atingencia, con el debido cuidado, con eficiencia. Es por ello que no se ha incidido en dañinos déficits públicos. No se ha endeudado al país ni permitido que lo hagan dependencias bajo su control.
Auxiliado por la inversión externa, que ha sido voluminosa en tiempos recientes, las remesas y otros adicionales factores, se ha permitido el crecimiento del PIB medido en precios internacionales constantes (PPA, del Banco Mundial). Una medida que toma en cuenta el poder adquisitivo diferenciado. De 1.1 billones de dólares logrado en 2000, se llega a 2.6 en 2021. Un crecimiento aceptable, pasando por los 2.54 billones en 2018 y 2.53 en 2019. En 2020 se cayó el PIB hasta 2.41 billones, una fuerte pérdida de volumen, debido a la pandemia, pero en 2021 ha logrado recuperarse hasta alcanzar esos 2.61 billones. Más que aceptable. Muy a pesar de toda la crítica, constante y terrorífica apreciación de ir por el camino equivocado, uno que conduce a la catástrofe, al despeñadero y la huida de la inversión y los inversionistas privados. Esta alharaca ha llevado su parte de negativa inductora.